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Juan Carlos I de España, el Rey emérito al desnudo

La serie Salvar al rey, de HBO, descubre cómo los poderes del Estado, la casa real y la prensa se confabularon por años para tapar la insaciable sed de dinero de Juan Carlos I de España, su adicción al sexo y hasta los millonarios chantajes de una de sus amantes.

1 de octubre de 2022

El programa demuestra que las operaciones periodísticas e institucionales para esconder las faltas de Juan Carlos de Borbón comenzaron mucho antes de su subida al trono, en 1975. Diecinueve años antes, el Jueves Santo de 1956, él y su hermano menor, Alfonso, jugaban con una pistola que se le disparó por accidente al futuro monarca.

El tiro le dio en la cabeza a su hermano, quien murió instantáneamente. Al revisar la prensa de esos días, los periodistas que toman parte en la serie descubren que los diarios ocultaron la verdad con titulares como: “Muere en fatal accidente”, “Se le disparó pistola cuando la estaba limpiando”, “Examinando una pistola de salón recibió un tiro”.

Detrás de la censura estaba el dictador Francisco Franco, quien para esos días ya había tomado bajo su protección al joven Juan Carlos para dejarlo como su sucesor a título de rey, por encima de su padre, Juan, conde de Barcelona. La accidentada relación entre los dos, a propósito, también es escrutada en la serie.

El hilo de la narración lo llevan prestigiosos periodistas que han cubierto a Juan Carlos por años, incluso antes de que fuera rey, y otros que estuvieron al frente de la prensa en palacio, como Jaime Peñafiel, Rosa Villacastín, Luis María Ansón, Fernando Onega, Iñaki Gabilondo y José García Abad.

García Abad cuenta que Juan Carlos estaba obsesionado con almacenar dinero y propiedades, al parecer por el trauma que le produjeron las estrecheces que pasó tras nacer en el exilio en Roma, en 1938. Al crecer, continúa García, “vivía de la caridad de los nobles y se quejaba de que le regateaban hasta las Coca-Colas”. Desde entonces, como Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, juró que no volvería a ser pobre.

Fruto de esa codicia, su primera captación de dinero no ilegal, pero sí falta de ética, ocurrió en 1973. Durante la crisis del petróleo desatada por la guerra de Yom Kipur, el príncipe de España, como lo había nombrado el Generalísimo, hizo gestiones ante los monarcas de los países árabes, gracias a las cuales a España no le faltó el crudo para su marcha. Según Jaime Peñafiel, el dictador le autorizó que cobrara céntimos por cada barril de los cientos de miles que ingresaban al país.

García Abad recuerda que el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, le reveló que el rey se quedó con un millonario préstamo que le había pedido al sha de Irán, dizque para afianzar la naciente democracia en España en los setenta. Asimismo, sale a la luz cómo el hombre que le ayudó a construir su fortuna por métodos poco ortodoxos, Manuel Prado y Colón de Carvajal, descendiente de Cristóbal Colón, se echó toda la culpa y fue a la cárcel por el caso Kio. De los 500 millones de dólares robados a esta empresa de Kuwait, Juan Carlos recibió 100 millones, como lo afirma otro famoso periodista, Pedro J. Ramírez, a quien se lo reveló el gran desfalcador del ilícito, Javier de la Rosa..

Como buen Borbón, Juan Carlos también se ha caracterizado por la lujuria y en ello la serie hace revelaciones espeluznantes. Por ejemplo, sale a la luz un romance oculto por años, a pesar de que la mujer en cuestión era la conocida reportera gráfica Queca Campillo. Despechada, tras 30 años de relación, la periodista dejó, antes de morir, un diario en video que también sirve de hilo conductor a Salvar al rey, y lo que ella declara también es impresionante. Campillo narra que se convirtió en una intermediaria entre el rey y la prensa. Si él quería que algo se supiera, le encargaba a ella que lo contara a los colegas. Y él le pedía que averiguara si se habían filtrado asuntos del palacio.

Más explosivo aún resulta el recuento del romance de Juan Carlos con la vedette Bárbara Rey en los años noventa. Los periodistas coinciden en que, de manera anómala, se creyó que Juan Carlos era el Estado y se desplegó toda una red de manejos irregulares para encubrir sus excesos. Exagentes de la extinta agencia de inteligencia Cesid corroboran que, para que no lo pillaran, la entidad le acondicionó al rey un chalet en la calle Sextante de Madrid para que se viera con ella. Durante este tiempo, Bárbara Rey chantajeó al rey dos veces.

La primera, cobró 25 millones de pesetas, sacados de los recursos públicos, y un contrato con Televisión Española. La artista instaló cámaras y micrófonos en su casa, con los cuales grabó sus encuentros sexuales con Juan Carlos. A cambio de destruirlos, ante los ojos de agentes del Cesid, recibió 50 millones de pesetas, más pagos mensuales de 5 millones de pesetas (unos 300.000 euros de hoy), al igual que otro contrato de medio millón de pesetas con la televisión pública de Valencia, con el fin de que la reina Sofía, que miraba programas todo el día en Madrid y sabía del romance, no tuviera que verla.

Cuando José María Aznar llegó al poder y se enteró de que se pagaban estos chantajes del erario, se indignó y ello marcó su pésima relación con Juan Carlos. Según otra reportera, Ana Pardo de Vera, el rey se burlaba de él. “El enano este me va a decir qué hacer”, fueron las palabras del Borbón, porque el político quiso que rindiera cuentas.

De Sofía, Pilar Urbano y Peñafiel confirman cómo sorprendió a Juan Carlos con Queca en la cama y salió corriendo con sus hijos a la India, donde estaba su madre, la reina Federica de Grecia, quien le espetó: “A una reina nunca la engaña su marido. Y si la engaña, no se entera. No deshagas las maletas y te devuelves a Madrid. (El palacio de) la Zarzuela es tu sitio”. La pareja real terminó por llevar vidas separadas en privado. Una infaltable es la decoradora Marta Gayá, a quien Juan Carlos conoció en esa especie de corte de aduladores con quienes compartía juergas de tiro largo en Mallorca.

Por esas andanzas se empezó a romper el pacto de silencio sobre su vida privada en publicaciones como Época, que tituló en portada “La dama del rumor”, con la foto de la fiel y discreta Gayá, para muchos el verdadero amor de la vida de Juan Carlos.

Cuando estaba por salir una segunda portada sobre la historia, Sabino Fernández Campo, jefe de la Casa del Rey, llamó al director para pedirle que la detuviera porque Sofía lloraba todos los días. Por último, aparece la alemana Corinna Larsen, odiada por Queca. Según su colega Antonio Montero, ella era una “máquina de diagnosticar cosas” y muchas veces predijo: “esta lo va a hundir”. Y así fue, como se nota en la reconstrucción que el programa hace de los hechos que llevaron a la abdicación del rey en 2014.

Los testigos revelan que el rey estaba tan loco por ella, que la llevó a vivir con su hijo a La Angorrilla, un pabellón de caza a espaldas de La Zarzuela. Peor aún, quería divorciarse de Sofía y casarse con ella, con pedida de mano a su padre y todo. Pero la propia Corinna relata que desistió de la idea cuando Juan Carlos le anunció que tenía otra amante. Hoy, ella tiene un proceso en Londres contra el rey emérito por espionaje y acoso.

Cuando Juan Carlos fue descubierto en un suntuoso viaje de caza con Corinna en Botsuana, en 2012, mientras los españoles atravesaban la peor crisis económica, su propio entorno oficial, su familia, el Gobierno y el PSOE empezaron a urdir la renuncia de quien había jurado que moriría siendo rey. Todo con el fin de salvar la democracia, coinciden los testigos del programa y exagentes del Cesid, entidad que, tras ser su alcahueta, se dedicó ahora a intrigar para hundirlo.

La serie explica que hoy Juan Carlos está radicado en el paraíso fiscal de Emiratos Árabes Unidos, para convertirlo en residencia fiscal y así poder gastarse, sin rendir cuentas, la inmensa fortuna que amasó, aprovechándose de su posición y del inmenso prestigio que dilapidó tras hacer tanto por la democracia en España. “En el juicio de los españoles va a pesar más lo negativo que lo positivo, porque lo más importante de una biografía es como termina”, concluye el periodista Pedro J. Ramírez.