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Claire Foy interpreta una vez más a Isabel ll. Foto: Cortesía Netflix

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Segunda temporada de 'The Crown': la corona sigue reinando

En esta temporada, que comienza en 1956 y abarca la primera mitad de los turbulentos años sesenta, ‘The Crown’ retoma el drama personal de la reina Isabel II y el de su entorno con grandes actuaciones y una genial mezcla de verdad histórica, drama y sexo.

23 de diciembre de 2017

Los incrédulos que no se han aventurado a ver The Crown suelen dispararle una pregunta retadora a quienes la recomiendan: ¿en serio es entretenida? La respuesta es contundente: es mucho más que eso. Desde su debut en Netflix en 2016, y en su segunda entrega en 2017, la serie descresta por su calidad cinematográfica, su atención al detalle y sus intrigas. Impresionan los palacios fastuosos y los océanos en los que se desarrolla en el Reino Unido, África y el mundo. Y el guion, la fotografía y las espléndidas actuaciones se suman para mantener el nivel que la llevó a ganar el Globo de Oro a mejor drama, un triunfo invaluable para Netflix que lo puso en el mapa de los grandes galardones y validó su inversión en una serie que la BBC declinó por costosa.

En efecto, el guionista Peter Morgan y el productor ejecutivo -y director- Stephen Daldry gastaron más de 130 millones de dólares en las 2 temporadas disponibles, lo necesario para responder al reto de retratar a la realeza en su intimidad y en sus solemnes y fastuosos actos públicos. En su largo tiempo como monarca, desde 1953 hasta hoy, nadie había asociado nunca a la reina Isabel II con una vida emocionante o digna de una serie, por lo cual sorprende lo que ha logrado el proyecto. Morgan y Daldry usaron sus amplios recursos y experiencia para recrear la vida interna de los Windsor sin rendirles pleitesía, reflejar en gran detalle la humanidad de la realeza y acercarla al público. En ese proceso han utilizado más de 260 actores, casi 6.500 extras y 2 unidades de producción simultánea, cada una con su director, durante 42 semanas de grabación en 2 continentes. La serie está pactada para 6 temporadas, así que quedan muchos millones por gastar y mucha tela por cortar.

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Netflix estrenó la segunda tanda de diez episodios a comienzos de diciembre, como regalo anticipado de Navidad, y esta ha generado múltiples reacciones. La mayoría de los espectadores y críticos coinciden en un veredicto positivo y en exaltar los talentos de la británica Claire Foy en la piel de Isabel II, papel que le significó el Globo de Oro 2017 a mejor actriz en serie dramática. Son llamativas la perfección de su acento, la sobriedad de su vestuario y su apego característico a su cartera. En esta nueva temporada Foy va un paso más allá, dota a la reina de un mayor rango emocional, de duda, pero también de un ímpetu que expresa en su contenida forma. Como anota Mike Hale en The New York Times, esta temporada “empieza con la crisis de Suez y termina con el escándalo Profumo, llevando a la reina de humillación en humillación”. La actriz lo hace muy bien, capoteando tormentas internas y externas, y probablemente vuelva a ganar premios por su trabajo. Así se despide de la serie, pues Netflix ya confirmó que, para la tercera y cuarta temporadas, llegarán nuevos rostros (ver recuadro).

Con su procesión interna y sus frases progresivamente más punzantes, Isabel II (Foy) es el dínamo indiscutible de la serie, pero también les permite brillar a varios colegas que ofrecen actuaciones memorables. Vanessa Kirby regresa como la princesa Margarita, hermana de la reina, y añade su torbellino de emociones, sexo y desenfreno a los royals. Después de su amor frustrado con Peter Townsend en la primera temporada, en esta Margarita vive un tórrido romance con el promiscuo fotógrafo Anthony Armstrong-Jones (Matthew Goode), con el cual tiene una apasionada relación antes de casarse. Además, varios personajes a primera vista secundarios enriquecen la experiencia. El antiguo secretario privado de la Corona Alan ‘Tommy’ Lascelles (Pip Torrens) se roba las escenas en las que participa, con sus estratagemas y con su inconfundible y adusta expresión facial, la cara misma de la tradición y la lealtad a la Corona.

El dramatizado tiene hipnotizado a medio planeta con su fórmula de combinar hechos reales con diálogos ficticios, y ha salido bien librado hasta con espectadores que tildan a la monarquía de anacrónica. En esta temporada suma eventos y personajes de una década extremadamente movida. Entre estos, John Fitzgerald Kennedy y su mujer, Jacqueline, visitan a la reina, y las interacciones entre los glamurosos estadounidenses con la realeza dan pie a comentarios poco amables de una y otra parte. A pesar de esto, cuando se entera del asesinato del mandatario, la reina reacciona con respeto y le rinde un sentido homenaje.

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Como era de esperarse, la clase dirigente y calculadora del Reino Unido juega un rol importante en la trama. Winston Churchill regresa solo en un flashback, y sus reemplazantes naturales asumen el vacío que deja. El primer ministro Anthony Eden (Jeremy Northam) toma su lugar en las audiencias con Isabel II. Pero en su deseo de dejar atrás el recuerdo de Churchill, impulsa una intervención militar franco-británica en Suez, para recobrar el control del canal que habían perdido a manos del egipcio Gamal Abdel Nasser. Todo sale mal, resulta en una terrible humillación (considerada el fin del imperio) y Eden, por deterioro físico y víctima de un juego político, se ve obligado a renunciar. Sube entonces Harold Macmillan (Anton Lesser). El nuevo primer ministro parece en control hasta que la reina lo mira a los ojos y delata su apoyo a la guerra. Años después, para cerrar la temporada, el ‘escándalo sexual del siglo’ tumba a su ministro de Defensa John Profumo y eventualmente le cuesta las elecciones a su partido.

Ahora, a pesar de todo lo que ofrece, The Crown no es monedita de oro y varias voces han denunciado sus licencias creativas. La escritora Libby Purves expresó sus reparos sobre “una serie que en cuestión de episodios mutó de drama inteligente a telenovela”, y critica especialmente el retrato de Felipe de Edimburgo. “Peter Morgan escogió contar que Felipe no quería arrodillarse ante la Corona, y esto es absurdo, pues venía de una familia real y sabía cómo eran las cosas. Además, omite un hecho vitalicio: el príncipe es agudamente divertido, sus chistes muchas veces rayan con la imprudencia, y nada de esto sale a la luz”. En efecto, The Crown muestra varias veces a Felipe amargado, irónico y quejetas, incapaz de superar que sus hijos no lleven su apellido. Pero en ciertos momentos, su faceta juguetona y quizás demasiado aventurera se deja ver, especialmente en un barco navegando hacia aguas del Pacífico sur.

La infidelidad del príncipe Felipe da pie a uno de los mayores picos de tensión de la serie. A pesar de que él lo niega con el chiste “¿Cómo hubiera podido? Un detective me acompaña día y noche desde 1947”, es bien conocido que fue bastante mujeriego y no necesariamente discreto. Pero en una época en que el divorcio era imposible para la realeza, se entendía que los cónyuges podían llevar vidas relativamente independientes para que la unión durara décadas. Todos los reyes del mundo lo hacían en siglos anteriores y, aunque la reina fue una excepción, no así su marido. Entre sus amantes muchos han mencionado princesas y actrices.

La reina Isabel II vio la primera temporada de The Crown con varios miembros de su familia y aseguró: “Es muy buena, pero bastante dramatizada”. Esa frase constituye lo que los ingleses llaman un understatement, pues no solo las relaciones conyugales tienen un fuerte ingrediente de ficción, sino también las oficiales. Por ejemplo, suena poco probable que en la vida real, cuando la reina tenía 30 años, pudiera tratar como a niños chiquitos a sus primeros ministros, lo cual sucede en la serie.

En esta segunda temporada, además, las escenas sobre la vida íntima de la familia real no le deben haber gustado en absoluto. Y no es para menos. Sus peleas con el príncipe Felipe y las dudas que tiene sobre su fidelidad quedan al descubierto, así como las aventuras sexuales de su cuñado, el fotógrafo lord Snowdon (antes Armstrong-Jones). En estos episodios, la serie va más allá en la tensa y ácida relación con su hermana Margarita y, para completar, ilustra las dolorosas limitaciones de la personalidad de Carlos, el heredero al trono.

Pero independientemente de si la serie le gusta o no a la reina, estos nuevos capítulos parecen magnificar el efecto de la primera temporada. Más que desconfianza, han generado interés y empatía por ella, su vida y todos aquellos que viven a su alrededor.

Todo seriado basado en la vida real genera preguntas. Medios como Vogue, Vanity Fair y The Washington Post, entre otros, han tratado de contrastar la ficción en esta segunda temporada de The Crown con la historia y han arrojado las siguientes conclusiones.

La cercanía del duque de Windsor (tío de Isabel II, antes rey Eduardo VIII) con los nazis genera intriga en los espectadores. Según Andrew Morton, biógrafo de la realeza, “incluso después de la guerra, Edward pensaba que Hitler era un buen tipo que había hecho un buen trabajo en Alemania”. A esto se suma la versión del historiador consultor de la serie, Robert Lacey, quien afirma que en 1937 Edward, con su esposa, visitó a Hitler, estrechó manos con el personaje e hizo un saludo. “Ya había abdicado, por lo cual su razón de ‘establecer la paz’ no tenía piso alguno”.

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Mucho se especula sobre la vida sexual de Anthony Armstrong-Jones: se habla de tríos con sus amigos Jeremy y Camilla Fry, y sobre su orientación sexual. Armstrong-Jones vivía una vida sexualmente liberada, y alguna vez dijo “no me enamoré de ningún hombre, pero algunos hombres se han enamorado de mí”, por lo cual se le creía bisexual. Y si bien no hay pruebas para confirmar los tríos, un test de paternidad confirmó que tuvo un hijo ilegítimo con Camilla Fry, que nació tres semanas después de casarse con la princesa Margarita.

Por último, el episodio más comentado de la serie tiene como protagonista a Jackie Kennedy, pues lanza comentarios despectivos sobre la reina. El encuentro entre Isabel II, John F. Kennedy y su mujer se dio en el palacio de Buckingham, en 1961, pero nadie ha confirmado las duras palabras en las que cuestiona su gusto y su intelecto. Lacey dice que “son imaginados, pero posibles”, y el diario The Telegraph las basa en declaraciones de Gore Vidal y Cecil Beaton. El primero aseguró que para Jackie la reina era una “pesada” que le cargaba resentimiento, y el segundo consignó en sus diarios que Jackie había quedado profundamente desilusionada de la monarca y el palacio.