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UN NIÑO PRECOZ

Luis Carlos Galán de sardino zanahorio a fenómeno político en escasos 20 años.

2 de septiembre de 1985

En esa tarde de septiembre de 1970, se enfrentaban en El Campín Santa Fe y Bucaramanga. Daniel Samper Pizano, entonces columnista y redactor deportivo de El Tiempo, y Luis Carlos Galán Sarmiento, nombrado semanas antes como ministro de Educación y con apenas 27 años, llegaron juntos al estadio con el fin de hacer fuerza por sus respectivos equipos. Samper mostró al portero su carné de El Tiempo e ingresó sin problemas al estadio. Pero Galán, quien no tenía carné alguno, se quedó por fuera. "Hombre -le dijo Samper al portero-, pero si es el ministro de Educación". El portero, un hombre joven que había escuchado frases similares miles de veces y creía sabérselas todas, respondió mirando a Galán de arriba a abajo: "Sí, claro. Y yo soy el Presidente de la República". Sólo la intervención de un dirigente deportivo de la época permitió el ingreso de Galán, culminando en forma feliz el episodio que ilustra una de las características que más aparecen en la vida del hoy candidato del Nuevo Liberalismo a la Presidencia de la República: la precocidad.
La misma precocidad que lo había llevado, a los 12 años, a ganarse un concurso de oratoria en el colegio Antonio Nariño, donde cursaba el bachillerato. Y la misma que hoy en día muchos le critican en el área de la política. A principios de los 60, como estudiante de tercer año de derecho en la Javeriana, esas dotes de oratoria tan tempranamente reveladas le permitieron encabezar la primera delegación de esa universidad a un congreso estudiantil desde los tiempos de Rojas Pinilla. Para aquel entonces, comenzó también su romance con el periodismo al fundar la primera revista liberal javeriana: "Vértice". Allí se habían refugiado otros estudiantes liberales que no encontraban salida a sus escritos en otras publicaciones más tradicionales.
"Vértice" marcó en cierto modo el primer contacto de Galán con las jerarquías del Partido Liberal, que recibían la revista, entre ellos el ex presidente Eduardo Santos, quien se mostró sorprendido ante tal aventura liberal en un medio tan conservador, y, después de una entrevista, lo invitó a escribir para El Tiempo.
Con escasos 22 años, Galán se instaló en una pequeña oficina que acogía a los llamados "arcángeles" del periódico de aquellos días: Daniel Samper y Enrique Santos Calderón. Dos semanas después, el "joven maravilla" se llevaba por delante a sus dos vecinos de escritorio, cuando una mañana se acercó a ellos radiante de felicidad, con la edición del periódico de ese día abierta en la página editorial. Una nota económica suya, que había sido redactada para la sección "Cosas del día", ocupaba no esa sección sino el editorial. Samper y Santos, quienes nunca habían logrado una proeza similar, pasaron por encima de sus sentimientos de envidia para festejar con Galán el triunfo obtenido, que a la postre sería el primero de unos 150 editoriales escritos por el hoy candidato durante sus tres lustros de trabajo en El Tiempo.
Aunque durante todo ese tiempo fue siempre más analista y editorialista que reportero, muchos recuerdan que en 1969, cuando un avión en el que volaba fue secuestrado por un grupo de muchachos colombianos a Cuba, escribió una serie de crónicas por medio de las cuales descubrió la identidad de los secuestradores, localizando a sus familias en el pueblo donde vivían. "Toda esa disciplina en el trabajo contrastaba con su impuntualidad y su manía de conducir velozmente, pese a no ser un hábil chofer", recuerda Daniel Samper al referirse al Chevrolet 52 que Galán había comprado con sus primeros ahorros a un redactor del periódico.
En ese carro sacaría a pasear a las novias que tuvo y a quienes a veces les daba serenata, aunque nunca fue un gran rumbero. Una vez en Nueva York, durante una gira a la que los habia invitado el Departamento de Estado, Samper y él se encontraban compartiendo una habitación en un modesto hotel de la ciudad. Una noche decidieron irse de rumba. Entraron a la discoteca del hotel y en la pista de baile hallaron un par de gringas. "Nos resultaron tan liberadas -anota Samper- que al poco tiempo nos asustamos, las dejamos y nos fuimos a caminar".
Definitivamente, Galán estaba destinado a fiestas mucho más sobrias. Durante la campaña presidencial de Carlos Lleras Restrepo, se hizo cargo de un programa de radio que divulgaba las actividades del candidato y entró a formar parte del Directorio Liberal de Bogotá. Galán había conocido a Lleras años atrás, cuando solicitó a distintos dirigentes liberales un articulo sobre el Frente Nacional para la revista "Vértice". Lleras fue uno de los pocos que aceptó escribir en la revista y se declaró muy impresionado por los artículos del joven Galán. Por aquellos días, éste era un optimista y ferviente liberal y estaba convencido de que el cambio se podía hacer desde dentro del Partido. Cuatro años más tarde, sucedió algo que habria de cambiar radicalmente su vida: durante una entrevista para El Tiempo con el recién elegido presidente Misael Pastrana, éste le dijo de un momento a otro que no tenía sentido que siguieran preparando el reportaje, pues Galán no podría publicarlo. El periodista, sorprendido, preguntó, por qué. Pastrana le respondió: "Porque usted será el nuevo ministro de Educación". Galán creyó entonces llegada la hora de aplicar algunas de las cosas en las cuales creía entre ellas una serie de reformas a nivel universitario y en la educación en general, que pronto se vieron frustradas por disturbios estudiantiles y la muerte de dos jóvenes en una manifestación en Cali. Pero Galán siguió creyendo en sus reformas y sólo la quema de su Mercedes Benz ministerial en los parqueaderos de la Universidad Nacional lo hizo comprender la distancia que había entre los planes y la realidad. Lo cierto es que su gestión había fracasado, mucho más rápido de lo que sus amigos más pesimistas y radicales habían pronosticado.
Del Ministerio Galán fue reencauchado al ser enviado como embajador de Colombia a Roma, donde se aficionó a la política europea y al golfito, deporte que practicaba con cuanto amigo colombiano caía de visita a la embajada. De allí regresaría en 1975, atendiendo una invitación de quien ya era su jefe, el ex presidente Lleras, para hacerse cargo de la codirección de la naciente revista Nueva Frontera.
Los 7 años de trabajo en esta publicación, así como el contacto constante con el ex presidente, terminaron de forjar la personalidad de Galán, quien pronto debió aprender a combinar su labor periodística con su actividad política y sus intervenciones en el Senado y el Concejo de Bogotá. Al primero había llegado encabezando la lista llerista por Santander en el 78 y al segundo, tras una fugaz y exitosa campaña en 1980, cuando en compañía de Rodrigo Lara y otros parlamentarios antiturbayistas fundó el Nuevo Liberalismo, alcanzando 28 mil votos para el cabildo bogotano.
Por aquellos días, su jornada se había tornado mucho más agotadora: de 6 de la mañana a 12 de la noche, cuando no tenía que amanecer, escribiendo a mano y no a máquina los editoriales y artículos de Nueva Frontera. Ascético y espartano, eterno calentador del primer whisky, Galán sintió de cerca la influencia del ex presidente Lleras, de quien aprendió a escribir largo y a asumir con fanatismo cada uno de los temas que estudiaba para un artículo o para un debate parlamentario. Invocando siempre "el principio aristotélico del justo medio", se adueñó de temas como la represa de Chingaza o el proyecto carbonífero de El Cerrejón y mientras, estuvo trabajando en ellos, sus compañeros de la revista, entre ellos María Mercedes Carranza, debieron tolerar que se volviera monotemático y que, inevitablemente, las charlas más informales con él derivaran hacia el asunto que estaba tratando en ese momento.
Víctima de 48 mil kilómetros en jeep durante la campaña para el Senado, no era raro encontrarlo en su oficina de la revista haciendo ejercicios que el médico le había recomendado para el tratamiento de una hernia discal. Amante del deporte, ciclista de domingo e hincha del Bucaramanga y de Millonarios, Galán se ha preocupado siempre por su estado físico y alguna vez, cuando creyó estar un poco pasado de peso, siguió con rigor casi suicida la famosa dieta Scarsdale que le permitió rebajar 7 kilos en pocas semanas.
Analítico hasta niveles desesperantes, le encanta hacer cuentas que respalden los argumentos esgrimidos por él durante una discusión. El costo de la vida y las votaciones: en todos los campos utiliza los números, aunque en materia de vaticinios electorales prefiere conservar la prudencia. Con esos números y con el conocimiento que adquiere de cada tema, Galán suele ganar todas las discusiones, mientras éstas no sean con sus hijos, sobre los cuales parece ejercer muy poca autoridad. El mayor de ellos, Juan Manuel de 12 años, le dijo hace 4 años, durante la campaña presidencial del 82, que no lo regañara porque entonces votaba por López.
En casa, el mando se encuentra en manos de su esposa Gloria Pachón, a quien había conocido a mediados de los años 60 en la redacción de El Tiempo, cuando él era un joven periodista y ella ya contaba con gran experiencia como reportera. El tímido y zanahorio romance se inició hacia 1969, cuando Galán le "echó el cuento" mientras preparaban, en casa de ella, un suplemento sobre la llegada del hombre a la Luna. A los pocos meses de haberse echo cargo del Ministerio de Educación, Galán decidió proponerle matrimonio y con tres hijos varones, se hizo evidente que ella ejercía todo el control que Galán nunca pudo conquistar en el ambiente familiar. Sin embargo, los poderes de Gloria están lejos de quedar limitados a los linderos del hogar. Eterna compañera de cada una de sus aventuras políticas, ha dejado sentir su influencia sobre Galán en numerosas decisiones, entre ellas la candidatura presidencial de 1982. Ha visto la transformación de Galán, del joven impetuoso del Ministerio de Educación, a una persona más madura y prudente, aunque sin duda también más intransigente. Sin embargo, la transformación más importante de que ha sido testigo Gloria es la que hoy le permite al portero reconocerlo a la entrada del estadio El Campín.