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YO, CLAUDIO

Esta es la agitada historia de ,Claudio Arango y el diseño de las carátulas de los libros de Gabo. El último, de cuentos, está a punto de salir.

10 de agosto de 1992

EN NUEVO LIbro de García Márquez produce tanta expectativa como por estos días la lluvia. Acostumbrados como nos tiene a dejarnos leer algo cada dos o tres años, el interés del público que ha estado en conserva, aumenta cuando se desata el rumor de que el nuevo manuscrito ya casi sale del horno. Y como ha sido ley humana que todo -o por lo menos lo primero- entre por los ojos, la presentación que se le de al libro entra a reemplazar en esfuerzo las largas horas de escritura.
La portada pasa a primer plano.
Se impone escoger una imágen que refleje el contenido, que guarde lealtad al espiritu del escritor y que, al mismo tiempo, sea dócil frente a las leyes del mercado. Pero de un texto que en esencia es un edificio de imágenes, escoger una sola puede ser una triste y dificil labor.
Triste, porque da lástima con todas las que se quedan por fuera.
Claudio Arango es la persona que en las portadas de los tres más recientes libros de Gabo ha cumplido con esa misión.

A finales de este mes doce cuentos de Gabo empezaran un nuevo peregrinaje pero, esta vez, público. La imágen escogida, un cesto de la basura que durante mucho tiempo fue el lugar en donde pernoctaron los personajes que cobran vida en este libro, sirve de base a doce rosas rojas que simbolizan a los "Doce,cuentos peregrinos", titulo de la neva obra.

Sencilla como se ve, la ,portada esconde todo un proceso creativo que Claudio Arango y su gente han vivido en el barco de "El amor en los tiempos del cólera", en la hamaca de "EI General en su laberinto" y ahora en el cesto de la basura de los "Doce cuentos peregrinos".

Si diseñar una portada siempre demanda los mejores esfuerzas de cualquier publicista, diseñar la del Nobel puede ser una carga bastante especial. Por eso cuando Claudio Arango y su socio Gonzalo Antequera recibieron el manuscrito de "El amor en los tiempos del cólera" la primera portada que les contrataron se encerraron en un cuarto y la leyeron en voz alta desde la primeas letra hasta el último punto sin detenerse. Terminaron agotados sobre una montaña de imágenes, ideas y dudas y optaron por poner a todos los diseñadores de la oficina a producir una propuesta de portada. Aparecieron en total 10: hojas de magnolía, mensajes de amor, caimanes de rio, trópico enardecido... en fin, se las tumbaron todas. Las propuestas hacen escala a discreción en Jose Vicente Katarain, el editor, en Carmen Barcells, la agente literaria, en el propio Gabo que da el sí definitivo y en Gonzálo, su hijo, quien dedicado al diseño en México participa en la realizacion final de la idea. En el lugar del mundo en que se encuentren, alla llega Claudio Arango con su esperanzado cartapacio de propuestas. En este caso, y con las 10 propuestas en el suelo, Claudio reviso de nuevo el libro y concluyo que la imágen más impactante es aquella final en la que Florentino Ariza y Fermina Daza parten en el barco con una bandera amarilla izada que anuncia cuarentena. La propuso y la idea fue comprada de inmediato, y el pequeño barco empotrado en una inmensidad amarilla -cuyo tono escogió personalmente Gabo- es de las portadas de los libros de García Márquez la que tiene mayor recordación.
Con la hamaca de Bolivar también hubo vaiven. Para Claudio y para todos los que opinaron, resultaba bastante obvio que esa debía ser la imágen. Bolivar pensaba, escribia, descansaba, atendia audiencias y dormía en la hamaca. Además ella constituye un objeto bien atado a los afectos colombianos y es descrestante como diseño para los extranjeros. El problema no era si incluir o no la hamaca. Sino: ¿con Bolivar o sin Bolivar? ¿Bolivar con botas o sin botas?, ¿Hamaca con paisaje? ¿Cual paisaje? ¿hamaca de rayas o lisa? Decisiones que pueden parecer menores al observador, pero que si las que suman los detalles que dan contundencia a la imágen y las que descerebran a los publicistas. Sendos bocetos fueron y vinieron con toda suerte de posibilidades que iban encontrando su propio laberinto en la medida en que su número crecía, hasta que un día, dicen ellos, "Bolivar se levantó de la hamaca, tiró las botas y se fue...".
Gonzálo García Barcha procedió a tomar la foto y la portada de "El General en su laberinto" encontró la bendición, final en las librerías.

En esta última Claudio Arango y Gonzálo Antequera coincidieron desde el comienzo en el cesto de la basura. La portada no podía ser sobre ninguno de los cuentos, pues, por alguna razon, el propio Gabo no había titulado el libro con uno de ellos como si lo habia hecho con la Cándida Erendira. La pista, entonces, el autor tenía que haberla dejado en el prólogo. Efectivamente las palabras iniciales del libro constituyen un pequeño viaje a la intimidad del escritor en donde habita la "perversa incertidumbre".
Durante casi 20 años, Gabo tomó nota de personajes, situaciones e imágenes que llamaron su atención. Los dejó perder en su escritorio, los volvió a encontrar, los convirtió en guiones, en cuentos, en artículos periodísticos, ¿quizás una novela? Pero tanto historias como personajes encontraban siempre el mismo destino: el cesto de la basura. Hasta les aplicó una dósis de olvido, pero un día la libreta de notas desapareció definitivamente de su escritorio. Entonces como en cualquier historia de amor empezó a recordarlas con más fuerza que nunca y se puso en la tarea de reconstruir uno a uno los apuntes que había tomado durante tantos años y que, por mucho tiempo y adoptando diversas formas, habían hecho un "incesante peregrinaje de ida y vuelta al cajón de la basura".

Ahora los doce cuentos peregrinos pasaran lectura para deleite de los "gabólogos" y las doce rosas clavadas en el cesto de la basura quedarán expuestas como prueba fehaciente de que los cuentos lograron "sobrevivir a las perversidades de la incertidumbre". -