OPINIÓN

El bueno de la película

Colombia pasó de ser un país paria en América Latina a convertirse en un ejemplo que muchos en la región admiran. Esta es la visión de un veterano periodista norteamericano que ha cubierto decenas de conflictos.

Jon Lee Anderson
24 de septiembre de 2016, 12:00 a. m.
| Foto: A.P.

*Por Jon Lee Anderson

Para sus vecinos, la noción de una Colombia en paz es un fenómeno genialmente inaudito, casi inconcebible. Desde hace décadas Colombia ha sido el malo de la película para el resto de América Latina, un país sinónimo de una violencia y una criminalidad desatada. Esta imagen, inmerecida en parte por dolor de esa mayoría de colombianos que no son ni violentos ni criminales, se ha ido menguando en los últimos años, gracias, en gran medida, al esfuerzo tardío del gobierno, y de sus contrincantes guerrilleros, de dialogar en lugar de guerrear.

Aun después de firmar la paz con las Farc, claro está, Colombia seguirá teniendo problemas, y muchos: el hampa tan enquistada en el país todavía campea a sus anchas en grandes extensiones del territorio y en sus espacios urbanos; hay mucho todavía que hacer, están los cultivos de coca y laboratorios de pasta, y están los elenos, los clanes llamados de una y otra forma, y los narcoparamilitares y los traficantes de inmigrantes, y las horripilantes casas de pique y los desalojados del Bronx que hoy andan sueltos. Todos los horrores residuales, pues, de un Estado que nunca ha logrado extender el amparo de la ley y la justicia a todos los ciudadanos.

Demasiados colombianos todavía están abandonados a su suerte sin que a sus conciudadanos metropolitanos les importe un bledo. Eso es lo que hay que eliminar, y no para lograr una utopía terrenal, sino simplemente una nación en la que reine el Estado de derecho. Para lograrlo, la firma de la paz es esencial. Que esta a su vez sea avalada por una mayoría de colombianos el 2 de octubre sería como la piedra fundacional de una nueva Colombia.
Que esto se logre en Colombia será tan decisivo como el voto del brexit en el Reino Unido, y como lo será en Estados Unidos el resultado de la votación para elegir un nuevo presidente –Donald Trump o Hillary Clinton– el 8 de noviembre. O Colombia irá hacia una paz nueva, atenuada quizás, y frágil, o volverá a la guerra fratricida que ha vivido siempre como un simulacro de normalidad.

Para el resto de los países latinoamericanos, esta coyuntura es también importante, porque durante décadas los efectos de la violencia y desarraigo colombiano también se han sentido ahí. Si bien los mexicanos tienen un refrán según el cual ‘todo lo malo viene del norte’, los países vecinos –Venezuela, Ecuador, Perú, Brasil y Panamá – siempre han dicho que lo malo viene de Colombia. No siempre era cierto, claro, pero muchas veces sí lo ha sido, y de todos modos, por todo lo anterior, Colombia resulta un chivo expiatorio bastante creíble. Todavía hoy, si uno contempla el tenebroso far west del Chocó y su colindante Darién panameño; la narcoguerrilla en el estado venezolano de Apure; el origen de la mercancía estupefaciente de la gran mafia brasileña; el Comando Vermelho o el orden de cosas en México en su llamada ‘guerra’ del narco, pues, ahí está el efecto colombiano.

Ahora Colombia tiene la posibilidad de revertir eso. En lugar de ser el país que propaga malandrería, será ahora el que ha hecho la paz después de medio siglo de guerra con la guerrilla más veterana del continente. Lograrlo ha costado espíritu de sacrificio y nobleza por parte de unos adversarios acérrimos, además de demostrar un afán de comprensión mutua. El presidente Juan Manuel Santos es políticamente conservador y proviene de la oligarquía colombiana, y sin embargo entendió que para poder hablar con las Farc tenía que hacer amistades con los mandatorios de la vecina Venezuela chavista y madurista y también de la Cuba comunista y, muy pragmáticamente, lo hizo.

Esos lazos que forjó fueron claves para entablar el diálogo con el cual se ha logrado la paz. Eso ha llevado a Colombia a apartarse de su estatus perenne de país paria por excelencia de América Latina, a convertirse en un país de referencia. Colombia ahora y en el futuro próximo tendrá un rol clave en la búsqueda de soluciones diplomáticas a las disputas políticas (en Venezuela juega un papel esencial ahora, por ejemplo) así como un interlocutor de confianza entre el gobierno de los Estados Unidos y los gobiernos de izquierda de la región. De hecho, cuando el presidente Barack Obama buscó un intermediario para iniciar su diálogo con Raúl Castro, lo hizo a través del presidente Santos. Convencido de la causa de Santos en buscar la paz en Colombia, Estados Unidos también optó por un pragmatismo inusitado, al avalar los diálogos con las Farc y al poner sus propias posturas políticas a un lado en aras de una nueva distensión.

Así como la violencia encuentra formas de clonarse, también la paz. Si lo quiere así y se empeña en ello, la paz podría llegar a ser el producto más valioso de exportación desde Colombia.