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La escritora barranquillera Marvel Moreno en París. Foto: © Fina Torres, París.

LITERATURA

Una entrevista inédita de 1988 con Marvel Moreno

En 1988, el pintor y escritor Fabio Rodríguez Amaya grabó una larga conversación con Marvel Moreno (Barranquilla, 1939 – París 1995), la escritora cuyo legado literario se ha visto ensombrecido por motivos extraliterarios. Reproducimos fragmentos inéditos de aquella conversación que dan luces sobre su obra y su visión del mundo, a propósito de la nueva edición 'Cuentos completos' de Moreno, que Alfaguara publicará en junio.

Fabio Rodríguez Amaya
18 de junio de 2018

Mientras se sigue a la espera de la correcta edición de la gran novela de Marvel Moreno, En diciembre llegaban las brisas (1986), y de la inédita, El tiempo de las amazonas (1994), que no se conoce por el arbitrio de sus hijas, Alfaguara publicará en junio Cuentos completos, edición de Jacques Gilard (†2008) y Fabio Rodríguez Amaya, cuya única publicación es de hace dos décadas. A pesar de que, en general, sus libros son difíciles de conseguir, y se conocen poco, la obra literaria de Moreno, aún a la espera de un merecido reconocimiento, sigue suscitando interés entre escritores, artistas, académicos y estudiantes de los más variados países. Cuentos, relatos y novelas tratan del complejo universo femenino, el desamor, el patriarcado en crisis, todo esto en pugna con los cambios sociales y la modernización de una sociedad dependiente como la latinoamericana.

En su penúltima casa, del número 4 de rue de Ridder en el distrito catorce de París, entre el 2 y el 11 de julio de 1988, en los intervalos de la lectura-revisión de la edición italiana de En diciembre llegaban las brisas (premiada como mejor libro extranjero en el Grinzane-Cavour de 1989), grabé en varias sesiones un amplio diálogo con Marvel, del cual propongo estos breves fragmentos, útiles para un acercamiento a la obra de quien no dudo en catalogar como la escritora más importante de la historia literaria de Colombia.

Marvel Moreno. Foto: © Fina Torres, París.

¿Por qué no comenzar hablando de la génesis de la novela En diciembre llegaban las brisas, de las motivaciones que te indujeron a contar esta maravillosa saga familiar y barranquillera?

No hubo motivaciones. En realidad yo aún no había terminado de escribir el libro de cuentos [Algo tan feo en la vida de una señora bien (1980), hoy Oriane, Tía Oriane], y en el trayecto, en automóvil, entre Mallorca y París, se me ocurrió que debía contar esta historia que se fue agrandando. Pero yo no tenía ninguna meta definida.

Hay dos personajes: la abuela Jimena y Lina. La abuela es el testigo, el personaje omnipresente que es capaz de ver, de contar y de intuir, mientras Lina, al comienzo de la novela, es una niña que va evolucionando con los personajes, y ya adulta se radica definitivamente en París, como tú, donde se decide a contar la historia. Ella es la verdadera narradora.

Sí. Yo creo que, finalmente, el libro cuenta la educación de Lina. Su educación espiritual, su evolución. Educación que ha sido posible por las experiencias que ha vivido y, sobre todo, por las que han vivido sus amigas. Y por las reflexiones que sus abuelas y sus tías le han hecho a propósito de estas amigas. Hasta que llega a un punto de saturación, donde ya todo lo puede ver de lejos, donde las cosas ya no le impresionan tanto. Mi objetivo ha sido ver cómo una persona va a evolucionar y a transformarse, gracias a las experiencias y a las reflexiones. Lo único que se sabe de Lina es que tuvo un amante. Eso es todo.

La novela está divida en tres partes. En cada una de ellas aparece siempre una terna de abuelas, madres e hijas que, con los hombres que intervienen o interfieren violentamente, en sus vidas, permiten recrear diferentes maneras de concebir o de vivir el mundo femenino.

Realmente no lo había visto así. Para mí ha sido un juego, una manera de ver el universo femenino.

Por ejemplo, Catalina es una chica que va al colegio de la Enseñanza y de pronto descubre o cree descubrir el amor y, al hacerlo, aparentemente se anula, porque luego resurge y se encuentra consigo misma.

Sí, gracias al indio, que encuentra en el Sinú. Catalina es completamente desdichada, pero logra salvarse finalmente. De los tres personajes, digamos “inferiores” [Catalina, Beatriz y Dora], el único que logra salvarse es ella. Creo que hay algo que es muy de ella: se vuelve calculadora, tanto que es capaz de imaginar la situación y crear las condiciones que conducirán a su marido a suicidarse y en consecuencia encontrar la libertad. En ese momento, ella toma posesión de la fortuna que le ha dejado su madre y se va a Estados Unidos. Pienso que en ese exceso, en esa capacidad de cálculo, que ya no es humano, Catalina “se salva”, entre comillas. Porque de cierta manera se pierde también, pues el mundo está estructurado de tal manera que, ante la violencia masculina, todas las reacciones resultan finalmente negativas.

¿Y Beatriz?

¡Ah, Beatriz es un caso perdido! Ella quiso jugar el juego de los hombres, nunca puso en tela de juicio la sociedad, nunca la criticó, en este caso es la víctima ideal.

¿Estamos ante la resignación o la pasividad?

La pasividad es lo primero, la rebelión es lo segundo, y lo tercero, la complicidad. Ella finalmente dice todo para decir “No”. Beatriz ha visto la manera como se han comportado sus padres, ha visto cómo su madre ha sufrido. Ella tiene suficiente inteligencia y, a pesar de todo, se mete en un mundo delirante que es el mundo de las personas, de los hombres que van un día a encontrarla y a darle las cosas que ella busca. Luego se anuda completamente en su sexualidad y aquello se vuelve una tragedia.

¿Y Dora?

Dora es una mujer que no es inteligente. Es pasiva, tiene una sexualidad muy fuerte y se lanza a un mundo del cual no conoce absolutamente nada. Y el mundo acaba por aplastarla.

Retratos de Marvel Moreno. Fotos: © Fina Torres, París.

Puede que me equivoque, pero en los personajes hay una búsqueda de afirmación de la identidad a través de la sexualidad.

Claro. Yo pienso que una persona no se realiza a sí misma si no ha realizado su sexualidad. Es decir que –es el pensamiento de Freud y también lo dice Reich– a partir del momento en que la persona se apropia de su sexualidad, se puede afirmar en el mundo. De otro modo tendrá siempre un carácter infantil y dependiente. Y eso es lo que el poder quiere: el poder trata de infantilizar a los seres humanos, haciéndolos sentir culpables de su sexualidad, para que se conviertan en unos ovejos. Finalmente, sexualidad y libertad son problemas que conciernen no solo a las mujeres, a los hombres también. La privación de la sexualidad por parte del poder se vuelca en contra de la sociedad; siempre nos han querido reducir así. Luchar para recuperarla es necesario para poder afirmarse en el mundo.

¿Y el amor también un acto subversivo?

Sí. El amor también es un acto subversivo contra la sociedad.

Ninguno de los personajes masculinos se salva; no les concedes la posibilidad de tener una sensibilidad, ni la capacidad de comprensión de las problemáticas del mundo femenino.

Porque en el tiempo de la novela eso no existía. Puede que exista ahora, porque los movimientos feministas han hecho mucho, y los hombres han sido obligados a “se remettre en question”, a ponerse en tela de juicio, como se dice.

A cuestionarse.

No sé si sea correcto decirlo así, pero, hasta la época en que la novela transcurre, los hombres han actuado como déspotas. Y realmente no ha habido hombres sensibles capaces de comprender las cosas con un poco de sutileza. No los había.

La novela es un mundo vivido desde lo femenino. Los protagonistas principales son las mujeres y los protagonistas secundarios, aunque fundamentales, son los hombres, pero tú no rescatas a ninguno de ellos.

A ninguno. Es que ellos ni siquiera buscan salvarse, porque los hombres no saben cómo amar a las mujeres y tampoco saben cómo aman las mujeres. En la literatura eso es impresionante.

Cuando se lee a Hemingway, en Por quién doblan las campanas por ejemplo, ¿cómo imaginarse que una muchacha tan terrible va a deslizarse en el lecho de un hombre que ni siquiera le ha dicho una palabra, y que eso puede ser una maravilla? Lo escribe así, porque Hemingway no comprendía a las mujeres. Faulkner no sabe nada de las mujeres. Quizás solamente Dostoievski: aunque sus mujeres son un poco fantásticas, en él tienen más peso. Por ejemplo, cómo se llama, el cretino ese que detesto, el inglés... ¡Lawrence! En su famosa novela, El amante de Chaterling, habla de la mujer que se enamoran del pene de un hombre: ¡Es increíble, porque una mujer nunca se enamora del pene de un hombre! Se enamora del hombre. El pene es una abstracción, es algo que va con el hombre. Finalmente se enamora de la personalidad, de lo que dice, de su voz, por ejemplo. Hay una cantidad de factores que intervienen en el amor, de las que los hombres son completamente ignorantes, no saben nada. Yo siempre he dicho que los escritores no saben contar a las mujeres.

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Vamos con una provocación: ¿tú no crees que la mujer utilice su sexualidad, para, no puedo decir vengarse, pero... para joder al hombre?

¿Tú crees? Yo no lo pienso. Los problemas con la mujer dependen de que ella tiene más necesidad de gozar sexualmente, tiene más necesidad de la mejor actitud del hombre, que el hombre de la mujer. Los hombres, por ejemplo, van a un prostíbulo y hacen el amor, y sienten placer, pero no sabemos nada de la importancia de ese placer, y luego todo ha terminado. Para una mujer, en cambio, es necesario que el hombre tenga toda una conducta, una manera. El placer de la mujer no es automático. Los hombres no aceptan la sexualidad femenina, por eso mismo yo en mis narraciones parto de esa base.

Hay algo que produce una sensación de dolor en la novela y es que no hay amor.

Sí, es verdad, hay ausencia de amor. El amor que, por ejemplo, siente Lina por sus tías y por su abuela no es un amor romántico. Hay pasión de Catalina por el indio, hay amor filial entre Lina y su padre. Hay sexualidad un poco por todas partes.

¿A qué se debe que el amor esté ausente?

A que el amor en esas condiciones que trato no puede surgir. Cuando hay esa especie de lucha entre los dos sexos, esa especie de animosidad; cuando el hombre ve en la mujer una enemiga, y la mujer ve en el hombre un enemigo, tú, como escritor, no puedes sacar de ahí el amor. Porque el amor es complicidad, es confianza, es afecto, es ternura... Bueno, fíjate, es que el amor puede existir sin la sexualidad.

En eso estoy de acuerdo, pero la novela deja un sabor amargo. De pronto tú, de una manera inconsciente, tan imbuida en la historia que estás contando, das una visión basada en tu experiencia personal. Sin embargo la experiencia tuya, de escritora, se vuelve colectiva, porque, efectivamente, en el mundo hay una gran ausencia de amor, y cada día se acentúa más este problema, creo yo.

Yo pienso que en el sistema patriarcal los hombres son muy desdichados. Aparentemente son los grandes gagnants, los que ganan, pero en el fondo pierden. He llegado a una edad en la cual para mí los hombres y las mujeres son la misma cosa. Yo miro a la gente con mucha simpatía. A mí me gusta la gente, así que a los varones los trato con ternura. Finalmente pienso que están tan desarmados, que es necesario mirarlos con ternura, con un poco de compasión. Los hombres no me inspiran agresividad, incluso en sus grandes manifestaciones de machismo, a ellos, como a los gallos, la cresta se les sube y se les vuelve más roja. Eso a mí me parece irrisorio, me parece un juego de niños, aunque sé que es un juego de niños peligroso.

Marvel Moreno en París. Foto: © Fina Torres, París.

Qué recuerdo tienes de Barranquilla: tu entorno, la gente, la ciudad, las relaciones sociales, el clima, el paisaje, la presencia y la no presencia del mar.

He sido una mujer de relaciones con la gente, porque los barranquilleros son bastante simpáticos; el clima desde niña sí me mataba, el sol me hacía un efecto terrible, el mar era una bendición, el mar era la felicidad. Cuando tenía 13 años, tomaba un bus que iba del Hotel El Prado a Pradomar y me quedaba todo el día en la playa, no solo para bañarme, sino para mirarlo. Me daba una sensación de reposo enorme. Me hace mucha falta el mar, sobre todo el mar del Caribe que es tibio y no he podido acostumbrarme al Mediterráneo. Las veces que me bañé en el Mediterráneo salí como un corcho, con todos los dedos azules.

Y el paisaje…

Uno se acostumbra a los paisajes, pero Barranquilla no es una ciudad bonita, de eso tenía conciencia. A mí me gustaba Barranquilla, pero el paisaje era feroz, muy duro.

¿Y de personajes históricos, alguno en modo particular?

Pero ¿es que hay personajes históricos en la costa Caribe?

Creo que sí.

Bah, ¡ninguno! ¿Cuáles?

Estábamos hablando de Blas de Lezo, Pedro Claver, Rafael Núñez, quien para poder casarse con su querida firmó el concordato y le entregó el país a la Iglesia.

Ni me acuerdo.

¿O sea que no tienes ningún interés por la historia?

No, no lo tengo, no me interesa la historia en sí. Otra cosa es la historia universal en sus grandes líneas. Me interesa ver cómo el hombre va evolucionando, va cambiando, va transformando sus ideas, va progresando. El progreso no se sabe muy bien qué es ahora. Vivimos el progreso industrial y material, pero espiritualmente estamos al nivel de... No sé, de los trogloditas. Además todo lo que se refiere a literatura y a la historia colombiana está marcado por la enseñanza religiosa, con todas sus mentiras. Recuerda que los libros se imprimían en España y llegaban con el modo de ver de las cosas de los españoles. Yo me revelaba contra todo eso, y finalmente esa rebelión se tradujo en una falta de interés.

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Llevas prácticamente 20 años en Europa. ¿Sientes algún tipo de identificación con América Latina?

Sí, claro. Por un lado, soy latinoamericana, siento y reacciono como latinoamericana, y por el otro, me he vuelto europea. Por ejemplo, me parece excelente la manera de racionalizar las cosas en Francia. Me encanta la lógica, el sentido común, el sentido de la medida, que son completamente contrarios a lo latinoamericano.

¿Pero sin ningún tipo de añoranza, de nostalgia particular que te hiciera regresar?

Estar allá no me parecía nada bien, creo que no me gustaría regresar, porque sería otra vez entrar, primero, en un mundo muy machista y, luego, en un mundo caótico. En América Latina, por ejemplo, no se encuentra un periódico como Le Monde, y creo que me haría mucha falta la cultura francesa. Pero yo problemas de identidad no tengo.

¿Y cómo son tus relaciones con los escritores latinoamericanos?

Cuando los conozco, las relaciones son muy buenas. Yo los dejo hablar, porque a ellos les encanta hablar. Hay unos que son simpáticos, como en todas partes, y otros que son demasiado arrogantes. A esos los dejo de lado.

¿Cómo es la relación con tu enfermedad [primero Lupus y luego enfisema pulmonar]?

Es una especie de juego. Finalmente, no sé a dónde me va a conducir, pero la veo como una enemiga, y trato siempre de sacarle el cuerpo. Trato de vivir en condiciones tales que la enfermedad no tenga psicológicamente razones para aparecer. Ya me acostumbré a convivir con ella. Al principio fue muy duro, además es muy aburridor estar enfermo. No me gusta hablar de eso porque, con lo de la enfermedad, hay una especie de coquetería. Decir “Mira, estoy enfermo”, es una manera de seducir, de decir  “Tenme lástima”. Por eso me acostumbré a vivir con ella en silencio.

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