Especial Villavicencio y Meta
La emocionante historia detrás de Chigüiro, el personaje más querido de la literatura infantil de Colombia
Hace más de 40 años se publicaron los primeros chigüiros de Ivar Da Coll, una colección de libros infantiles cuyo personaje principal, el roedor más grande del mundo y el animal más emblemático de los Llanos Orientales, explora el mundo con curiosidad y asombro.
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Entrar a la vida de Ivar Da Coll, a sus recuerdos, implica afrontar uno que otro riesgo: desprenderse de la nostalgia o descubrir una inflexible parquedad. Cuando Da Coll recuerda al animal que cambió su vida hace más de 40 años lo hace con sobriedad. Es un hombre pragmático, que mide sus palabras al hablar y que para explicarse mueve las manos con elegancia –un reflejo, quizá, de sus días como titiritero–. A veces ríe, claro, y esboza una sonrisa. Pero eso no ocurre seguido. Es escritor, ilustrador y, en medio de una obsesión por dibujar, el creador de uno de los personajes más queridos y recordados de la literatura infantil colombiana: Chigüiro.
La colección principal del Chigüiro no tiene texto. Lo que vive y siente su personaje se explica solo a través de imágenes. Puede ser el roedor dibujando con un lápiz, una bicicleta o un helado. O el animal intentando alcanzar unos bananos y, al no conseguirlo, pidiéndole ayuda a un mico para que juntos logren atraparlos. También puede estar bañándose o yéndose de viaje en una chiva o persiguiendo una mariposa.
Lo cierto es que en todas las ilustraciones el Chigüiro descubre el mundo por primera vez: su hocico cuadrado siempre sugiere una sonrisa tierna de sorpresa y nunca se contiene en demostrar su enojo, frustración o miedo. Tal y como lo haría un niño.
“El Chigüiro es un niño, cumple todas las condiciones: su posibilidad de convertir la supervivencia en un juego. Es el espíritu más sencillo de lo que es un niño de América Latina, desde México hasta La Patagonia. Sus circunstancias los obligan a ser muy creativos. Un palo se puede volver un juguete, y esas son las cosas que le pasan al Chigüiro. No es nada extraordinario; digamos que lo más extraordinario es cuando se mete a la bañera con un patito de caucho”, aseguró el escritor.
Le ha pasado, dice, que los padres llegan a las ferias del libro de la mano de sus hijos con las primeras ediciones Norma, desencuadernadas, rayadas, sucias, y le dicen: “Este libro me lo leían cuando era chiquito”. Ivar les sonríe. Ahora es Babel –una editorial independiente fundada por María Osorio– la que los edita: cada dos años se imprimen cerca de 18.000 copias. “Si María no hubiera recuperado a los Chigüiros, ya no existirían. Son un personaje muy reconocido en América Latina”, expresó. Y lo son.
Era la década de 1980 e Ivar recibió la llamada de Silvia Castrillón, bibliotecóloga y entonces directora del primer proyecto editorial de literatura infantil de Norma. Le pidió algo más o menos así: “Quiero un animal, a la manera de Mickey Mouse, que tenga pelo y una piel acariciable, y con el cual los niños se puedan identificar”.
Pudo ser un oso o un mico, pero no. Ivar le presentó a Chigüiro: una historia que había dibujado poco antes cuando su amiga, Patricia Durán, le contó sobre algunos granjeros que los cuidaban como mascotas en los Llanos Orientales. Una tierra entonces lejana. “Y quedé fascinado”, afirmó.
Los chigüiros son los roedores más grandes del mundo. En Colombia viven especialmente en las sábanas del llano, y en departamentos como Meta o Casanare abundan. Son adorables: se embarran de lodo, se sumergen en el agua para protegerse del sol y andan casi siempre en manada. Sus orejas son pequeñas, sus ojos rasgados, su pelaje marrón. Pero en la década de 1980 no había casi fotos y la única que Ivar obtuvo para dibujarlos fue una que encontró del Inderena en la Biblioteca Nacional.
“Es un animal muy bonito… Los roedores son bonitos. Me llamó la atención que era un animal dócil, muy, muy dócil. Que estaba en las granjas, que le gustaba comer yuca, que era muy pacífico”, sostuvo.
Hay algo de la personalidad de los chigüiros que también existe en la de Ivar. Y tal vez sea esa mirada intensa con la que observan el mundo. Para él, sin embargo, es otra cosa. “Es esa actitud de estar tranquilos”, aseguró, y añadió divertido: “Trato, pretendo”. En 1985 se publicó Chigüiro y el lápiz y lo que vino después fue toda una colección de libros.
“El Chigüiro sigue siendo un niño y siempre lo será. Los niños son seres vulnerables, muy expuestos, con todas las cosas maravillosas que eso supone. Muy perceptivos, hipersensibles y con un poder de transformación. Es un libro que lleva 40 años. Y no me canso de hablar de ellos, porque estoy muy agradecido, más cuando hoy los libros pasan rápidamente. Se hacen y se hacen, pero pasan”, admitió el escritor.
Da Coll nació en marzo de 1962, en Bogotá. Su padre era hijo de un albañil italiano y su madre hija de un ingeniero sueco que llegó a Colombia para trabajar en una carretera de Caldas. Era ella quien dibujaba –naturaleza, cuerpos– y era él quien lo motivaba a dibujar. Para que Ivar comprara su habitual boleta del cine matinal los domingos, su padre le compraba los dibujos –entonces, los demás niños que conocía bosquejaban aviones o tanques de guerra, pero Ivar solo dibujaba personas–. Más adelante quiso estudiar bellas artes, pero abandonó la carrera tras su primer semestre. Luego comenzó a ilustrar. Publicó otros títulos como ¡No, no fui yo!, Pies para la princesa y El Día de los muertos.
Y aunque el Chigüiro es tal vez su obra más reconocida, Ivar Da Coll tardó cerca de 40 años en conocer a los chigüiros de la realidad. Solo fue hasta que la Feria Internacional del Libro de Yopal (Casanare) lo invitó en 2024 que Da Coll los vio con sus propios ojos. Viajaron en carro desde Bogotá con María Osorio y visitaron una reserva ecológica en donde habitaban otras especies nativas. Y en algún lugar, comiendo, jugando, seguramente llenos de lodo, estaban sus chigüiros. Con la modestia que lo caracteriza, Da Coll los contempló de cerca e incluso se tomó una foto. Y comprobó, sin pensarlo mucho, que eran tal y como se los había imaginado 40 años atrás. “Tranquilos, muy tranquilos. Son como animalitos que están en constante meditación”, concluyó Da Coll, soltando por primera vez una ligera carcajada.
