Opinión
Educación y empleo: el papel de las empresas frente al desarrollo de las comunidades
La sostenibilidad empresarial no se mide en informes o indicadores, sino en la capacidad de transformar vidas y dejar un legado que trascienda generaciones.
El liderazgo, en su esencia, significa guiar. No solo dentro de las organizaciones, sino también más allá de sus muros: hacia las comunidades, hacia las nuevas generaciones y hacia la construcción de un futuro más justo y sostenible. Liderar implica dejar huella, y hoy más que nunca las empresas tenemos la responsabilidad de que esa huella sea positiva, tangible y duradera.
En un contexto global donde la sostenibilidad, la equidad y la innovación son palabras recurrentes, surge una pregunta que no podemos evadir: ¿qué estamos haciendo realmente para marcar la diferencia en el mundo? Hablar de sostenibilidad no puede quedarse en un discurso corporativo ni en compromisos que se diluyen en el tiempo. Requiere acciones concretas, medibles y alineadas con las necesidades reales de las comunidades en las que operamos.
La sostenibilidad no es un área aislada de las empresas ni un programa que se activa cuando las circunstancias lo permiten. Es una visión transversal que debe integrarse a todas las áreas y decisiones corporativas. Es entender que el éxito de una compañía no se mide únicamente en términos financieros, sino también en el impacto que generamos en las personas y en el entorno. Una organización que ignora este llamado está hipotecando su futuro y perdiendo la oportunidad de construir un legado significativo.
En ese sentido, invertir en educación y empleo es quizá la decisión más trascendental que podemos tomar como empresas. Porque no se trata solo de preparar a nuestros colaboradores para enfrentar los cambios del mercado, sino de abrir caminos de desarrollo para quienes, fuera de nuestras oficinas, buscan una oportunidad para transformar su vida y la de sus familias.
Hoy, la educación y la empleabilidad son dos caras de la misma moneda. No basta con formar a las personas; necesitamos garantizar que ese conocimiento esté conectado con las dinámicas del mercado laboral. En Colombia, miles de jóvenes egresan cada año de colegios y universidades con un gran potencial, pero sin acceso a oportunidades laborales que reconozcan su talento y ganas de salir adelante. El resultado es frustración, desmotivación y, en muchos casos, la renuncia a sus sueños.
Es aquí donde las empresas debemos dar un paso al frente: generar espacios de aprendizaje, mentoría y primer empleo que rompan el círculo de la inexperiencia que tantas puertas cierra. Una persona con el conocimiento adecuado, un mentor que la acompañe y una empresa que le abra la primera puerta puede transformar no solo su futuro, sino el de su familia y comunidad.
Como líderes debemos asumir este compromiso como parte central de nuestra estrategia de sostenibilidad. Creo firmemente que la educación transforma y que el empleo dignifica. Por eso, cada iniciativa que emprendemos debe buscar conectar esos dos ejes con el propósito de aportar al desarrollo social del país.
Pero estos esfuerzos no deben partir solo de la alta dirección. De hecho, las iniciativas de mayor impacto suelen ser impulsadas por colaboradores que sienten la causa como propia. Cuando nuestros equipos se convierten en embajadores de estos proyectos, logramos que la sostenibilidad deje de ser un mandato corporativo y se convierta en una cultura compartida. Porque el liderazgo, como decía al inicio, no depende de un cargo, sino de la capacidad de guiar, inspirar y aportar.
Algo que me enorgullece profundamente de la industria en la que trabajo es que la juventud no es vista como una desventaja. En un mundo donde muchos jóvenes enfrentan la paradoja de “necesitas experiencia para conseguir empleo, pero necesitas empleo para obtener experiencia”, este sector rompe ese ciclo.
Aquí, quienes llegan con pasión, habilidades y disposición encuentran oportunidades de crecimiento acelerado. He visto jóvenes que comienzan en posiciones operativas y, en pocos años, asumen roles de supervisión, liderazgo o gestión de proyectos. Este enfoque no solo impulsa su desarrollo profesional, sino que les brinda confianza y esperanza en que el futuro no está limitado por la falta de experiencia inicial.
Además, la industria abre la puerta al bilingüismo como herramienta de movilidad social. Promover el aprendizaje de un segundo idioma, especialmente el inglés, no es un lujo: es una llave que multiplica las oportunidades laborales y conecta a los jóvenes con un mundo globalizado. En este sentido, nuestras compañías tienen un papel fundamental en acercar a los jóvenes a programas de formación en idiomas y en mostrarles cómo esta habilidad puede cambiar el rumbo de sus vidas.
Como empresaria y líder, estoy convencida de que el papel de las compañías en la construcción de un mejor país es indelegable. No podemos esperar que únicamente los gobiernos carguen con esa responsabilidad. Cada decisión, cada programa y cada alianza que hacemos tiene un impacto directo en la vida de las personas.
Un programa de voluntariado puede ser la chispa que despierte la curiosidad de un estudiante por una carrera tecnológica. Una visita empresarial puede sembrar en un adolescente la convicción de que sí hay un futuro posible para él en la industria. Una política de inclusión laboral puede dar la oportunidad a una madre cabeza de familia de ofrecer estabilidad a sus hijos. Son acciones que, aunque a veces parecen pequeñas, tienen efectos multiplicadores inmensos.
Lo importante es entender que crear valor compartido significa diseñar iniciativas que beneficien tanto a la empresa como a la sociedad. Porque cuando formamos talento, lo empleamos y lo acompañamos, no solo cumplimos un propósito social, también fortalecemos nuestras propias operaciones con equipos más comprometidos, más capacitados y más conscientes del impacto que generan.
La invitación que quiero dejar es clara: revisemos qué estamos haciendo desde nuestras industrias, identifiquemos qué comunidades impactamos y construyamos juntos un futuro donde la educación y el empleo sean el motor del desarrollo social.
No se trata de competir en quién dona más o quién reporta más iniciativas en sus informes anuales. Se trata de preguntarnos honestamente: ¿cuántas vidas estamos transformando? ¿Estamos preparando a las próximas generaciones para enfrentar los desafíos del mundo que heredarán? ¿Estamos abriendo puertas o levantando muros?
Porque al final, la verdadera sostenibilidad no se mide en informes o indicadores, sino en la capacidad de transformar vidas y dejar un legado que trascienda generaciones. Liderar hoy significa actuar con responsabilidad hacia el mañana. Significa entender que cada decisión empresarial deja una huella, y que esa huella debe ser positiva, profunda y duradera.
La educación abre caminos. El empleo dignifica. Y el liderazgo, cuando se ejerce con propósito, tiene la fuerza de cambiar realidades. Ese es el compromiso que debemos asumir como líderes y como empresas: no solo generar resultados financieros, sino también contribuir a la construcción de un país más equitativo, más justo y con oportunidades para todos.
Por Catherine Hadechini, VP de Operaciones de Foundever en Colombia