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Tras el 1-7 ante Alemania, las protestas populares se reanudaron en Brasil. Algunos vándalos quemaron incluso buses en las calles de Sao Paulo.

BRASIL

Aterrizaje forzoso para Dilma Roussef

Millones de brasileños lloraron por la humillación futbolera ante Alemania. Pero una de ellos lo sufrirá más que nadie: Dilma Roussef, cuya reelección quedó de nuevo en entredicho.

12 de julio de 2014

“El Mundial les está dando una paliza a los pesimistas”, dijo la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, el pasado 21 de junio, cuando lanzó con bombos y platillos su campaña reeleccionista para los comicios del próximo 5 de octubre. Su optimismo era comprensible, pues tras la inauguración del 12 de junio, el mismo día que la verdeamarelha doblegó por tres goles a uno a la selección de Croacia, las multitudinarias protestas contra la corrupción y los políticos prácticamente se esfumaron.

Pero el Mineirazo cambió todo. Si bien una derrota ante Alemania –que ha disputado siete finales mundialistas– estaba dentro de los cálculos de los aficionados brasileños, los siete goles que la selección teutona le metió de visitante a la carioca los dejó literalmente destrozados. Parafraseando las palabras del presidente de la Fifa Jules Rimet tras el Maracanazo de 1950, cuando Brasil perdió de local ante un sorprendente Uruguay, “todo estaba previsto, excepto la goleada de Alemania”. Para subrayar el dramatismo de la humillación, en la otra semifinal, Argentina (el archirrival declarado de la Selação) venció en los penales a Holanda y al cierre de esta edición esperaba para enfrentar en el Maracaná a Alemania en la final.

Lo cierto es que esa estrepitosa derrota revivió todos los fantasmas. Apenas terminado el encuentro, centenares de personas protagonizaron disturbios en varias ciudades, incluidas Río y Sao Paulo, se enfrentaron con la Policía, quemaron buses y destruyeron establecimientos comerciales. En ausencia de una victoria que hubiera tapado todo, los brasileños se encontraron de frente con la realidad de que el balance del Mundial ya es deplorable. Para comenzar, los cerca de 14.000 millones de dólares que costó el certamen no dejaron la infraestructura prometida, pero sí varios elefantes blancos, como los estadios de Manaos o de Brasilia, cuya inutilidad va a ser resaltada en medio de la monumental resaca futbolística. Como le dijo a SEMANA Jorge Tovar, profesor de la Universidad de los Andes y autor del libro Números redondos: Leyendas y estadísticas del fútbol mundial, “el bienestar emocional que los megaeventos le traen al país organizador no ocurrirán en esta ocasión. Más bien al contrario, ya que a los ojos de muchos se deshizo el vínculo que desde hace más de medio siglo ha existido entre Brasil y la alegría que produce el buen fútbol”.

Para Rousseff, en el poder desde 2007, el revés significa que tendrá que desligar las expectativas políticas de sus compatriotas del resultado de la canarinha, un objetivo particularmente arduo desde el punto de vista electoral, ya que durante las semanas del Mundial –a medida que avanzaba la selección– su intención de voto había subido del 34 al 38 por ciento. Y como muestra la encuesta El descontento en Brasil antes de la Copa del Mundo, publicada a principios de junio por el Pew Research Institute, su popularidad y la de su gobierno no eran buenas antes del certamen. Según ese estudio, hace apenas un mes el 72 por ciento de los brasileños no se sentía satisfecho con la manera en que estaban yendo las cosas en su país, el 67 por ciento pensaba que la economía no estaba bien y, más significativo aún, más de la mitad consideraba que ella ejercía una mala influencia sobre el país. En ese sentido, si hace dos meses las críticas se dirigían sobre todo a la Fifa, “ahora el blanco de las críticas serán los dirigentes de la selección de fútbol y los políticos, comenzando por los que prestaron su imagen para acompañar el certamen”, dijo Tovar.