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A pesar de que Michelle Bachelet aumentó cuatro veces el precio del pasaje del metro, nunca hubo revueltas. Para muchos, eso tiene que ver con que Sebastián Piñera (foto) representa todo lo que parte de la sociedad chilena odia: la ultraderecha que le hace guiños a la dictadura.

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Arde América Latina

El continente se debate entre las llamas de una sociedad desencantada. ¿Cómo se explica esa convulsión social? ¿Qué tanto están Cuba y Venezuela detrás de esto?

26 de octubre de 2019

América Latina es por estos días un hervidero. Fuego, violencia, caos, y hasta muerte conforman un sombrío panorama que pone en evidencia la sensación generalizada de cansancio e indignación de una sociedad que ha soportado demasiado. Una que grita como si de ello dependiera su supervivencia, “¡No más!”.

Muchos explican esta explosión social por las ambiciones expansionistas de Cuba y Venezuela. Esa petición es taquillera, pero simplista. En Colombia, sí hay un intento de Maduro de hacer daño. Al fin y al cabo hay una guerra fría política entre los dos gobiernos y no hay relaciones diplomáticas. A esto se suma que hay dos mil kilómetros de frontera y que la guerrilla colombiana está protegida por ese régimen. Asi las cosas, las intenciones de Maduro frente a Colombia sí son reales. 

Pero en el resto del continente las condiciones son completamente diferentes. Puede que en Chile o en Ecuador aparezcan cuatro o cinco venezolanos tirando piedra, pero teniendo en cuenta que hay 4 millones de migrantes venezolanos por todo América Latina, sería raro que no lo hicieran. 

En realidad, tanto el régimen de Maduro como el cubano, más que ambiciones expansionistas, tienen problemas de supervivencia. Antes de exportar el socialismo a otros países tienen que pensar con prioridad en cómo alimentar a su población. Por otra parte, al Gobierno cubano lo obsesiona que Estados Unidos le levante el bloqueo, y cualquier aventura extranjera subversiva eliminaría esa posibilidad.

Por lo anterior, la teoría de la conspiración internacional resulta simplista. Los latinoamericanos se movilizan masivamente por razones diversas que tienen, sin embargo, mucho que ver con un fenómeno que ha atravesado el mundo en los últimos meses.

Generalmente la chispa es un asunto puntual que parece menor. Pero detrás de esto hay razones de fondo que vienen cocinándose sin que los gobiernos tengan necesariamente conciencia: la corrupción, la enorme desigualdad, y sobre todo la percepción de que las instituciones democráticas solo protegen los intereses de los más ricos. Todo ello sazonado con un factor adicional: los nuevos miembros de la clase media, que lograron dejar la pobreza en los recientes años de bonanza de las exportaciones tradicionales, perciben que esas instituciones los podrían dejar de nuevo en la calle. ¿Qué está pasando en América Latina?

En Chile rebosó la copa la subida de 30 pesos en el precio del pasaje del metro. En respuesta, ciudadanos, especialmente jóvenes, boicotearon la medida e impulsaron “evasiones masivas” para no pagar. La situación desbordó al presidente Sebastián Piñera, quien respondió con torpeza. Su estrategia de emplear la represión policial caldeó aún más los ánimos.  Y, aunque el presidente anunció la suspensión del incremento del precio del metro, la gente entró en un estado de rabia que se tradujo en vandalismo. Así, la escalada llegó al punto de que Piñera decretó el estado de emergencia, y el fantasma de la dictadura reapareció cuando los militares se tomaron las calles. (Ver: ¿Qué pasó en Chile?)

En Bolivia, las sospechas de fraude en la tercera reelección de Evo Morales desataron la ira colectiva.  El domingo, las autoridades interrumpieron el conteo de votos sin explicación alguna. El lunes lo reanudaron, e inexplicablemente Morales obtuvo el  46,87 por ciento de los votos, mientras su rival Carlos Mesa se quedó en 36,73 por ciento. A ello se suma el agravante de que en un referéndum los bolivianos votaron en contra de la reelección presidencial ilimitada. Pero el partido de Morales logró que su justicia de bolsillo lo dejara reelegirse argumentando que no hacerlo “iba en contra de los derechos humanos”.

En Bolivia Evo Morales lleva 13 años en el poder, y ahora, con el ilegítimo proceso electoral permanecerá en el cargo hasta 2025, aunque su pueblo y la comunidad internacional lo rechacen. 

En Ecuador, el presidente Lenín Moreno se vio obligado a retractarse de eliminar los subsidios en los precios del combustible, una medida exigida por el Fondo Monetario Internacional que se traducía en un aumento en el precio de la gasolina del 123 por ciento.  Debido al estallido social que durante 12 días tuvo al Gobierno sumido en la incertidumbre y gobernando desde Guayaquil, Ecuador pagó un precio muy alto: al menos 5 muertos, más de mil heridos, el estado de excepción, y por consiguiente, las calles militarizadas.

El caos en Ecuador fue tal que el presidente, Lenín Moreno, trasladó la capital de Quito a Guayaquil.

En Argentina, la gente se levantó contra las políticas económicas puestas en marcha por el presidente Mauricio Macri. El Gobierno no pudo frenar la inflación. Los precios se dispararon, la moneda se devaluó, y como consecuencia, los argentinos tienen cada vez menos poder adquisitivo. Aunque las protestas no han sido tan violentas como en el resto del continente, el malestar social es evidente. Y este domingo los argentinos elegirán al candidato opositor, Alberto Fernández, quien representa el regreso del kirchnerismo, por medio de Cristina como vicepresidenta.

La crisis económica en Argentina, y la noción de que Macri ha sido incapaz de manejarla, prácticamente le aseguraron el regreso al kirchnerismo. 

El domingo pasado miles de personas salieron a las calles de Haití para pedir, una vez más, la renuncia de su presidente, Jovenel Moïse. Tras meses de protesta, que han dejado más de 20 muertos, Haití permanece paralizado. El país más pobre de América enfrenta una crisis humanitaria y constitucional sin precedentes. Desde 1990, ha tenido más de 14 presidentes.

Haití, el país más pobre del continente, sufre los estragos de la corrupción. El presidente Jovenel Moïse está implicado en escándalos de esa índole. 

En Brasil, el Gobierno del presidente ultraderechista Jair Bolsonaro impulsó en junio una reforma pensional que generó la furia de los ciudadanos que salieron masivamente a las calles. Luego, vino la serie de incendios masivos en la Amazonia y los derrames de petróleo en las costas que el gobierno no ha podido explicar. La complicidad de las políticas del presidente ayudó aún más a encender el malestar.

El presidente de Brasil es famoso por su diatriba mediambiental. La ira de los ciudadanos se hizo evidente con el cántico “¡Quemen a Bolsonaro y no a la Amazonia!”. 

Y en México, los narcotraficantes demostraron ser más fuertes que el Estado. Las autoridades capturaron a Ovidio Guzmán, hijo de Joaquín ‘el Chapo’ Guzmán, pero lo dejaron en libertad a las pocas horas por presión de los narcotraficantes. Por un día entero Sinaloa parecía una zona de guerra. (Ver México: el país que perdió el pulso contra los narcos) 

En México, presidido por Andrés Manuel López Obrador, el narcotráfico parece ganarle el pulso al Estado.  En esta marcha de septiembre, los ciudadanos protestan por los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos.

¿Puede el caso chileno, como han predicho varios expertos, desatar un efecto dominó en el resto del subcontinente? Si estalló en llamas el país latinoamericano con el índice de crecimiento más alto, que sacó de la pobreza a 4 millones de personas de 2002 a 2014, ¿qué esperar? Según el último informe del FMI, la región tendrá el crecimiento económico más bajo del mundo este año.

Para Michael Reed, autor de “El continente olvidado: La batalla por el alma de América Latina”, hay tres factores catalizadores: los temores de una clase media emergente, la rabia ante la corrupción, y algo novedoso: el factor ejemplo de los movimientos semejantes que atraviesan el mundo, desde París y Barcelona hasta Beirut y Hong Kong.  Además, tras años de buenos precios para las exportaciones latinoamericanas, van ya seis de estancamiento, acompañados del deterioro de los indicadores económicos y sociales.  Como dice Reid, “las desigualdades eran más tolerables cuando había esperanzas al futuro. Ahora la gente que progresó teme perder lo ganado, y que sus hijos no vivan mejor que ellos”. 

No es una crisis de la izquierda ni de la derecha. En el fondo encierra una gran decepción por las instituciones de la democracia, a las que la gente ve como incapaces, venales y capturadas por los intereses de los más poderosos. Por eso no perdona las recesiones, el abuso del poder, y la indiferencia de gobiernos que, como el de Piñera, parecían absolutamente sorprendidos por una situación que nunca imaginaron.

Hasta tal punto los agarró por sorpresa, que tanto Piñera como Moreno atribuyeron los desórdenes a una conspiración castrochavista. Una teoría prontamente desechada por los expertos.

Los analistas señalan que los desórdenes en América Latina y en el mundo corresponden en buena parte a factores locales. Pero aclaran que todos comparten factores como la distancia entre los intereses ciudadanos, y las decisiones del poder, hoy percibidas como más preocupadas por los índices macroeconómicos que por el bienestar de la población. Todo ello, unido a factores convergentes, como la desaceleración de la economía mundial, la creciente brecha entre ricos y pobres, y las generaciones jóvenes con ambiciones frustradas. Así, cualquier causa aparentemente menor puede derivar en una catástrofe.