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La primera vez El encuentro entre Barack Obama y Raúl Castro es la primera reunión oficial en más de cincuenta años entre los presidentes de Cuba y Estados Unidos. Aunque la expectativa es grande, también hay escepticismo.

AMÉRICA

El cara a cara entre Estados Unidos y Cuba

La Cumbre de las Américas que se celebrará en Panamá marca la hora de la verdad entre Washington y La Habana, y se suman las tensiones con Venezuela.

4 de abril de 2015

Aunque la Organización de Estados Americanos (OEA) es la única entidad hemisférica a la que pertenecen todas las naciones del continente, la mayoría de sus cumbres son recordadas por hechos que poco o nada tienen que ver con la agenda oficial de sus líderes. La de Quebec en 2001 y la de Mar del Plata en 2005 son recordadas por las protestas que agitaron sus calles. La de Trinidad y Tobago en 2009 dejó la foto de Hugo Chávez cuando le regalaba a un recién posesionado Barack Obama Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. Y la última hasta la fecha, que se organizó en Cartagena en 2012, ocupó las primeras planas por el escándalo sexual que protagonizó el Servicio Secreto estadounidense.

De manera similar, por tradición el protagonista del evento ha sido paradójicamente su gran ausente Cuba, cuyo gobierno comunista fue expulsado de la organización en 1962. En efecto, desde la primera edición organizada en Miami en 1994, estas reuniones se han caracterizado por insistir en la necesidad de que ese miembro clave de la gran familia americana participe en la cita hemisférica. De hecho, el momento de mayor impacto diplomático de la Cumbre de Cartagena llegó cuando todos los países participantes –salvo Estado Unidos y Canadá– votaron por invitar a Cuba a la próxima reunión. Algunos, como Brasil, se negaron incluso a seguir participando en la cita hemisférica si el país de José Martí no era invitado.

Pero el histórico anuncio efectuado el 16 de diciembre simultáneamente por Obama y su homólogo cubano, Raúl Castro, puso fin a 54 años sin relaciones y abrió la puerta para la presencia de La Habana en Panamá. “Todos somos americanos”, dijo Obama en español ese día para señalar el final de una “aproximación obsoleta” a la cuestión cubana, marcada por un bloqueo económico incapaz de conseguir cambios en la isla. Como le dijo a SEMANA Cynthia Arnson, directora del Programa Latinoamericano del Woodrow Wilson International Center for Scholars, “la presencia de Cuba en la Cumbre es importante sobre todo por su valor político y simbólico. La oposición hemisférica a la política de Estados Unidos congelada en la historia de la Guerra Fría fue un factor importante en la decisión de la administración Obama de buscar una normalización de las relaciones”.

Sin embargo, nada indica que la reconciliación diplomática entre Washington y La Habana vaya a ser sencilla. De hecho, desde la histórica reunión en La Habana de la enviada norteamericana Roberta Jacobson con Josefina Vidal, su colega cubana, el deshielo de las relaciones ha perdido impulso. En la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) realizada en San José de Costa Rica a finales de enero, Castro endureció su tono y exigió que Estados Unidos cumpliera cinco condiciones para “hacer posible la normalización de las relaciones bilaterales”: retirar a su país de la lista de países que patrocinan el terrorismo, reanudar los servicios financieros de su Sección de Intereses en Washington, devolver la base de Guantánamo, acabar con las transmisiones de Radio y TV Martí y compensar económicamente los años de bloqueo. A su vez, el Congreso estadounidense ha postergado tanto las audiencias sobre el tema como el viaje a la isla de algunos legisladores.

Y es que para nadie es un secreto que tanto para Obama como para Castro el gran adversario se encuentra en sus propias filas. En Washington, la guerra política entre republicanos y demócratas se ha traducido en la oposición del Congreso –dominado por los primeros– a casi cualquier proyecto del Ejecutivo, y el deshielo cubano no ha sido la excepción. Pero si en Washington llueve, en La Habana no escampa, pues nadie menos que el retirado Fidel Castro encabeza la oposición. “No confío en la política de Estados Unidos ni he intercambiado una palabra con ellos”, escribió el comandante a finales de enero en una columna publicada en el diario digital Cuba debate.

Nada de eso significa que los presidentes Obama y Castro estén maniatados, ni que sus oposiciones internas vayan a dominar la reunión. Por el contrario, la Cumbre podría ser una oportunidad para ambos. Como le dijo a esta revista Eric Hershberg, director del Center for Latin American and Latino Studies de la American University, “la reunión les permitirá avanzar en el deshielo anunciado en diciembre, con lo cual les podrían enviar a sus subordinados en Washington y La Habana una señal clara en el sentido de que el acercamiento es una prioridad y un compromiso personal de ambos”.

En cualquier caso, el principal factor de riesgo para el reencuentro cubano-estadounidense es la reciente crisis entre Washington y Caracas que Obama suscitó al sancionar a siete altos funcionarios del gobierno venezolano de Nicolás Maduro. En efecto, se espera que este trate de usar la Cumbre de Panamá para movilizar a los gobiernos latinoamericanos contra las sanciones, y que presente a su gobierno como una nueva víctima del “imperialismo yanqui”. Ese desencuentro tiene antecedentes como la Cumbre de Mar del Plata de 2005 (ver recuadro), que terminó en fracaso. Al respecto, es diciente que a finales de marzo el presidente de Ecuador, Rafael Correa, haya puesto en entredicho su participación y afirmado que la Casa Blanca debe “dejar de cometer estos errores y deliberadamente debilitar las relaciones con los países de América Latina”.

Ese elemento de tensión, sin embargo, no tiene por qué conducir al mismo resultado que hace diez años, pues si bien hay semejanzas entre las dos cumbres, son mayores las diferencias. Como dijo a SEMANA Michael Shifter, presidente del centro de análisis político Diálogo Interamericano, “Chávez falleció, George W. Bush ya no es el presidente de Estados Unidos, y Obama tiene una imagen mucho mejor que la de su antecesor. Además, la mayoría de los gobiernos de América Latina, a pesar de estar perplejos y desilusionados por su trato a Venezuela, quieren encontrar maneras de trabajar con Obama y el gobierno de Estados Unidos”.

Con un crecimiento regional de apenas el 1,5 por ciento del PIB en 2014 y con expectativas de expansión económica inferiores al 3 por ciento para este año, los países latinoamericanos tienen buenas razones económicas para tender puentes con el norte. En particular, los 17 miembros de Petrocaribe (entre ellos Cuba), a los que Venezuela les vende petróleo en condiciones preferenciales de pago pues, en la actualidad, Caracas les envía hoy un 50 por ciento menos de crudo que en 2012. Como le dijo a SEMANA un observador norteamericano, Philip Brenner, salvo que algo extraordinario pase, “Estados Unidos y Cuba aún no están bailando, pero la música ya suena”.

Un antecedente desastroso

La IV Cumbre de las Américas se fue a pique en gran medida por el antagonismo entre Washington y Caracas. ¿Pasará lo mismo ahora?

En Mar del Plata, Argentina, se presentó en 2005 uno de los momentos más tensos de las relaciones interamericanas. Durante la Cumbre de ese año hubo manifestaciones violentas contra la visita del estadounidense George W. Bush y todo lo que representaba, desde la guerra de Irak, hasta el Área de Libre Comercio de las Américas que insistió en proponer aunque estuviese por fuera de la agenda. Además, varios mandatarios abandonaron el evento antes de tiempo, Argentina y Uruguay terminaron en malos términos por un asunto maderero, y solo 29 participantes firmaron una declaración conjunta. De hecho, Hugo Chávez se tomó el evento y lo usó como escenario para promover su revolución bolivariana. Al final se confirmó la frase del propio Bush según la cual había “dos visiones rivales” de América Latina.


Las tensiones entre los mandatarios estuvieron acompañadas por disturbios callejeros.