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EL ENIGMA DEL ATENTADO A CERO

El falso fotógrafo danés que puso la bomba en La Penca sería el ex jefe tupamaro Héctor Amodio Perez, quien ahora trabaja para los militares uruguayos. SEMANA entrevista a un testigo clave

1 de octubre de 1984

(Primera de tres partes)
Miramos juntos las fotos, detenida, obsesivamente. Una muestra al falso Peer Anker Hansen, al hombre misterioso que asumió la identidad de un periodista danés, para colocarse en la conferencia de prensa de Edén Pastora y poner una bomba que mató a once personas. La otra foto es de hace doce años y corresponde al ex jefe tupamaro Héctor Amodio Pérez, devenido --a causa de su traición-- en mayor del ejército uruguayo.
Hemos dejado, por unos minutos, de ser entrevistador y entrevistado; nos hermana una súbita pasión detectivesca que dista de ser frívola, que campea sobre la vida y la muerte, sobre la lealtad y la traición, sobre las negras maquinaciones que suelen concebirse en los sótanos del Estado policial moderno. Pese a los presumibles disfraces de la conspiración y a las inevitables mudanzas del tiempo, los rasgos coinciden: los ojos saltones, la ceja izquierda más corta que la derecha, la nariz, el labio inferior mucho más grueso que el superior...
"Pero, además, el gesto... Fíjate el desafío que hay en ese gesto. ¡Es él, es Amodio!" Le hago caso: observo ese pulgar que hunde la mejilla del falso Hansen, el índice y el anular sosteniendo el cigarrillo y los otros dos dedos flexionados hacia la palma de la mano. Y --sobre todo-- la elocuencia de esa mirada, a un tiempo triste y feroz.
Federico Fasano ya no está con migo en su casa de México, por un momento ha dejado de ser el director general de Le Monde Diplomatique, en español, y vuelve ser --la mirada hacia adentro-- aquel director de periódicos, aquel militante del Frente Amplio que tuvo que vérselas, cara a cara, durante siete horas escalofriantes, con un Amodio Pérez que ya estaba en manos de los militares. Regresa una y otra vez a ese pasado previo al golpe militar del 73, a ese tiempo agitado y confuso en el que podía coexistir el Parlamento con los "escuadrones" y los secuestros. Y ese hombre que revisa viejos periódicos rioplatenses, que traen su foto (y la de Amodio) en primera plana, que me muestra caras entrañables borradas de este mundo por el crimen (como la del senador Zelmar Michelini), comienza a narrarme a saltos, con gran riqueza de datos y anécdotas --casi imposibles de condensar en una crónica-- una historia terrible "de allá lejos y hace tiempo", que arroja su sombra sobre este presente.
"Recordemos el atentado..." propongo, mientras la noche mexicana comienza a cerrarse sobre nosotros.
Parece El día del Chacal, pero no es una novela: el 30 de mayo pasada en La Penca (Nicaragua), a dos kilómetros escasos de la frontera con Costa Rica, una poderosa bomba mató a once personas, hirió a otras veinte y estuvo a punto de terminar para siempre con el aventurerismo político del ex comandante sandinista Edén Pastora. Las hipótesis sobre las causas, sobre autores e instigadcres, siguen en la bruma y es muy probable que nunca (nunca) los investigadores costarricenses y sus colegas de Interpol logren arribar a un resultado convincente. ¿Fueron los somocistas? ¿Fue la ETA? ¿Fue la CIA? Un data político podría ayudar a despejar incógnitas: ese día Pastora iba a anunciar su distanciamiento, tal vez definitivo, con el empresario Alfonso Robelo. ¿El motivo? El ex Comandante Cero se niega a unificar fuerzas con los somocistas del Frente Democrático Nicaraguense (FDN), como lo pretende --con insistencia-- la administración Reagan. También podría resultar esclarecedor un dato operativo: la identidad del falso danés. Si la "pista Amodio Pérez" llegara a comprobarse, sería fácil deducir que el agente de los militares uruguayos obró al servicio de "intereses superiores" a sus jefes habituales: es decir, la Central de Inteligencia de Estados Unidos. No sería la primera vez que militares uruguayos intervienen en Centroamérica, coludidos con los argentinos, con sus pares de la región y con los "expertos" de la CIA.
La historia del atentado es alucinante y empieza mucho tiempo antes de que explotara la bomba en La Penca; exactamente cuando le robaron en Copenhague su pasaporte al verdadero Peer Anker Hansen. El robo se habría producido en un ámbito sugestivo: el comité danés de solidaridad con los rebeldes de El Salvador. Comité que bien podría haber infiltrado un agente de la inteligencia norteamericana. Mucho tiempo después, otro hombre (¿Amodio Pérez?), asombrosamente parecido a Peer, llega con ese pasaporte a Costa Rica, simulando trabajar como fotógrafo de prensa para Europa 7 y Hans Press, dos supuestas agencias fotográficas del Viejo Continente. La primera es, lisa y llanamente, una invención; la segunda dejó de existir hace algunos años. El hombre ha viajado a Costa Rica en una avioneta de la compañía Veasa, munido de dos maletas metálicas de las que no quiso desprenderse en ningún momento. Más tarde, cuando el Organismo de Investigación Judicial costarricense interrogue a los tripulantes de ese vuelo, éstos recordarán que el curioso danés hablaba "con acento sudamericano". En el hotel "tico" donde se aloja, el falso fotógrafo registra una dirección en Bouve, Francia, donde no hay ninguna vivienda particular, sino un comercio.
Y comienza su peregrinaje en busca de Pastora. Hacia el 14 de mayo viaja a Barra del Colorado, una localidad atlántica de Costa Rica, donde la prensa internacional suele hacer contacto con las fuerzas de ARDE. Logra su cometido y el fatídico 30 de mayo se traslada, con otros "colegas" costarricenses y extranjeros, hacia el ignoto lugar donde el antiguo Cero va a brindarles una conferencia de prensa, anunciando la división de ARDE. Son cuatro horas por carretera y dos más en piragua, sobre las aguas del Río San Juan, que separa a Nicaragua de Costa Rica. Son seis horas algo más que tediosas, porque el falso danés lleva en una de sus inseparables valijas una poderosa bomba de plástico. Son seis horas difíciles para mantener la ficción de su identidad, sin perder la compostura. Ni siquiera cuando el periodista sueco Peter Thorbjenson busca el diálogo y queda francamente intrigado ante ese danés que ignora la propia lengua y habla como un sudamericano. Al anochecer llegan, por fin, al "Campamento Tauro" de La Penca; una vetusta y endeble casa de madera, de dos plantas, a cuya puerta los aguarda Edén Pastora con su lugarteniente Roberto "Tito" Chamorro. Suben a la planta superior y el falso danés se ubica cerca de la mesa donde Pastora ha comenzado a despotricar contra Robelo. El impostor deja su valija metálica en el suelo. Prueba el flash, le "falla"; un colega "tico" le presta otro que también "falla". "Ahora vuelvo", farfulla y se marcha, presumiblemente en busca de otro flash, en realidad para poner distancia entre su cuerpo y la maleta metálica.
Pastora lleva hablando siete minutos. Rosita, una de sus ayudantes, le ha traído un café y, al servírselo, coloca su cuerpo entre la maleta y su jefe. El destino elige: ese acto servicial e intrascendente significará la muerte para Rosita y la vida para Pastora. Un fogonazo bermellón sale de la maleta y enceguece a todos, luego el trueno tras el relámpago y con el trueno la onda expansiva que lanza hombres, cámaras y grabadores por el aire. Se abre un hueco atroz en el piso de madera que se traga a varios asistentes. Hay sangre, aullidos, tiniebla, guardias asustados que disparan a las sombras de la noche...
El falso danes también ha volado, también está herido (aunque levemente) en las piernas. También condena la barbarie del atentado. Se deja fotografiar y filmar y hasta formula declaraciones a una radio. Pero desaparecerá oportunamente al día siguiente. Justo unas horas antes de que los investigadores judiciales costarricenses impidan la salida del país de quienes asistieron a la conferencia. Viaja, al parecer, a Miami, en un vuelo de Air Florida. Antes de que las sospechas se encuentren sobre su persona (o, al menos antes de que esas sospechas se hagan públicas). Y ya debe haber cambiado de identidad, de cara y de acento, cuando el secretario de Estado George Schultz niega la intervención de la CIA; cuando el gobernante sandinista Sergio Ramírez atribuye el atentado a "problemas internos de las bandas contrarrevolucionarias"; cuando la A merican Broadcasting Corporation (ABC) --basándose en fuentes de la inteligencia norteamericana-- proclama a los cuatro vientos que el "falso danés" era un "terrorista de la ETA". Seguirá viajando, o ya estará a buen recaudo en una precavida madriguera, cuando las policías de Francia y España sepulten la hipótesis de la ETA, al demostrar que el principal sospechoso de ese origen, el activista vasco José Mikel Lujúa Corostiola se presentó --el mismo día del atentado-- a uno de los periódicos controles a que lo somete la gendarmeria gala. Y, tal vez, habrá conocido, con una mezcla de inquietud y autocomplacencia, la otra bomba (esta vez informativa) que hizo estallar la agencia Cono Sur Press (vinculada a los Tupamaros), al anunciar al mundo que el falso fotógrafo danés era el ex jefe tupamaro y actual miembro de los servicios de inteligencia uruguayos, Héctor Amodio Pérez.
La noticia, basada en revelaciones "de un militar uruguayo" que obviamente no quiso dar su nombre y aseguró haber reconocido al agente por las fotos de la prensa mundial, no tardó en rebotar. Primero la recogió la agencia oficial sandinista Nueva Nicaragua y luego diversos servicios informativos, hasta alcanzar resonancia mundial.
"¿Fue Amodio?", le pregunto a Federico Fasano.
"Yo no puedo probarlo. Afirmarlo categóricamente, sin pruebas, es una falta de seriedad. Pero en mi fuero íntimo estoy convencido: fue él. Es su estilo. Un estilo espectacular, tanto para la militancia como para la traición. Siempre fue así. Además, es una parábola curiosa, ¿verdad?..."
"¿Cuál?"
"La de un traidor intentando asesinar a otro traidor, por cuenta de los mismos titiriteros".
"Bueno, si es por eso, no sólo se dedica a matar traidores. Algunos uruguayos exiliados dicen que viajó a Buenos Aires para participar en el asesinato de Michelini y Gutiérrez Ruiz. Dicen también que te anduvo buscando..."
"Dicen".
"¿Qué pasaría si se encontrasen frente a frente?"
"Si no tiene orden de matarme, estoy seguro de que bajaría la mirada".
"¿Por qué?"
"Es una larga historia"
"Te escucho"
(Continuará)
Miguel Bonasso, corresponsal de SEMANA en México
Un testigo clave
La vida de Federico Fasano es rica en peripecias llamativas y paradojales. Es abogado, pero se dedicó al periodismo. Es argentino, pero ha desarrollado su militancia política en el Frente Amplio del Uruguay. Allí también dirigió siete diarios que fueron sucesivamente clausurados por los gobiernos "civiles" de Jorge Pacheco Areco y José María Bordaberry, que ya preanunciaban las durezas de la dictadura militar franca y descarada.
Exiliado en su propio país de origen, primero, y en México, después, Fasano no se ha quedado quieto en ningún lado. En Buenos Aires se jugó literalmente la cabeza al reconocer los cadáveres acribillados de los ex legisladores Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz y acusar al ministro del Interior de la dictadura argentina, general Albano Harguindeguy, de complicidad con el doble asesinato.
En México, como director de Comunicación Social de la presidencia, fue autor del Plan Nacional de Información que afectaba seriamente a los sectores más retardatarios de la prensa azteca, quienes lograron alejarlo del cargo.
Desde hace dos años dirige Le Monde Diplomatique (en idioma español) y en 1983 recibió --en Madrid-- el Premio Internacional de Periodismo: Derechos Humanos.
Es uno de los cinco expertos para América Latina del Monitoring Groupe de la UNESCO e integra el secretariado de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP).-