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El papa Francisco, un león despierto

El protagonismo de los papas Juan Pablo II y Francisco en importantes hechos políticos mundiales demuestra que la Iglesia católica no está dispuesta a dejar de influir sobre el mundo.

20 de diciembre de 2014

Desde la Edad Media y durante casi 2.000 años, la Iglesia católica fue una de las instituciones políticas más importantes del mundo. Pero desde finales del siglo XIX, con el triunfo de las ideas liberales que pregonaban la libertad de conciencia y de religión, y buscan crear gobiernos desligados de la religión,  comenzó a perder su protagonismo político.

Ahora en pleno siglo XXI, el papel que jugó Juan Pablo II en la caída del comunismo y, recientemente, la intermediación de Francisco en el restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, muestran que la Iglesia católica no está dispuesta a perder su protagonismo político en el mundo.

Detrás de la caída del comunismo en 1989, quizá el hecho más importante del siglo XX, estuvo Juan Pablo II. Al año siguiente de su posesión, Juan Pablo II desafió a la Unión Soviética al visitar su natal Polonia, gobernada por un régimen comunista. El apoyo moral del papa contribuyó a que en 1980 se formara Solidaridad, una federación sindical cuyas protestas lograron que en junio de 1989 se formara un gobierno no comunista. Las elecciones libres de Polonia prendieron la chispa de la democratización en toda Europa del Este. Cuatro meses después caería el Muro de Berlín.

Veinticinco años después de la caída del Muro, de nuevo un papa es protagonista político al ser el artífice del restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba, uno de los vestigios de la Guerra Fría. A través de cartas enviadas en verano del año pasado a Barack Obama y a Raúl Castro, Francisco facilitó el diálogo entre ambos gobiernos que se llevaron a cabo de manera secreta en Canadá y que fueron supervisados directamente por la diplomacia vaticana.  Francisco no solo hizo valer su condición de sumo pontífice sino la de haber nacido en el nuevo continente para contribuir a dejar atrás un muro simbólico que, más allá de la ideología, se convirtió en el mayor obstáculo para el entendimiento entre los pueblos de América.