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Emmanuel Macron: El todopoderoso

El presidente de Francia dejó sin argumentos a la oposición y todo indica que arrasará en las legislativas de este domingo. Tendrá un amplio margen de maniobra y podrá gobernar a su antojo, lo que pondría en peligro el equilibrio democrático.

17 de junio de 2017

Emmanuel macron repite sin cesar que quiere encarnar un presidente ‘jupiteriano’, es decir, un mandatario alejado de las polémicas estériles y del frenesí mediático. Tras acabar con todos los partidos tradicionales en la primera vuelta de las elecciones legislativas del domingo pasado, el centrista se parece, en efecto, al dios romano al que hace referencia: un ser divino que gobierna el cielo, la tierra y todas las demás deidades, sin oposición ni trabas.

 En esos comicios, su partido, La República en Marcha (LRM), logró el 32,3 por ciento de los votos, lo que representa más de 10 puntos de ventaja sobre todos los otros movimientos. En la segunda vuelta de este domingo, se espera que Macron tome el control absoluto de la Asamblea Nacional. Según las estimaciones, los centristas obtendrán entre 415 y 455 de los 577 escaños. Esto le dará la posibilidad a Macron de gobernar sin ningún obstáculo.

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Aunque tradicionalmente los franceses votan por el mismo partido que sale victorioso en las presidenciales, es la primera vez en la historia de la Quinta República que un mandatario se encamina a obtener una mayoría tan aplastante, lo que podría afectar el equilibrio de las instituciones democráticas. Los debates parlamentarios podrían dejar de ser verdaderos debates, pues las voces disidentes serían inaudibles entre centenares de macronistas.  

Por ahora, ningún partido político parece poder ejercer el rol de opositor. Los Republicanos (el nuevo nombre de los conservadores), que obtendrá entre 70 y 110 escaños, no votará contra muchas de las leyes neoliberales de Macron, con las que siempre ha estado de acuerdo.

Por su lado, la extrema derecha está debilitada. Aunque es probable que Marine Le Pen sea elegida diputada, el Frente Nacional solo obtendrá entre uno y diez escaños, lo que es insuficiente para conformar un grupo parlamentario. Esto representa un desastre humillante para el partido que llegó a la segunda vuelta de las presidenciales de mayo.

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El Partido Socialista tampoco tendrá mucho margen de maniobra en la Asamblea Nacional. El movimiento del exmandatario François Hollande pasó en cinco años de tener un jefe de Estado y una mayoría digna en el Parlamento a desaparecer casi por completo de la vida política francesa, pues tan solo logrará entre 20 y 30 escaños.

La avasalladora victoria de Macron es el producto de una calculada y exitosa estrategia para destruir las nociones de derecha e izquierda en el paisaje político francés. Luego de haber llevado a cabo una campaña presidencial principalmente con miembros del Partido Socialista, Macron, una vez electo, nombró primer ministro al derechista Édouard Philippe, alcalde de la ciudad de Le Havre. Luego, anunció la constitución de un gobierno con hombres y mujeres de izquierda y de derecha, políticos experimentados, pero también con miembros de la sociedad civil. Los candidatos que tuvieron su aval para las legislativas fueron escogidos según los mismos criterios. Los electores conservadores y liberales no tuvieron finalmente ningún problema en votar por un movimiento que presentaba un eclecticismo con el que cualquiera podría identificarse.

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Sin embargo, no todo es color rosa para Macron. La ola centrista arrasó, pero la abstención llegó a 51,3 por ciento, la más importante desde 1958. “La mayoría que tendrá Macron va a reforzar su legitimidad. Pero el nivel de abstención sin precedentes no lo autoriza a creerse investido de los plenos poderes”, analiza el periodista Gérard Courtois en las páginas del diario Le Monde. Por ello, es esencial que el mandatario, si quiere representar a la totalidad de la población, escuche a los abstencionistas y a quienes no votaron por él.

Macron deberá ser cauteloso. Aunque los franceses le hayan otorgado una Asamblea Nacional completamente fiel a su causa, no debe olvidar que, históricamente, la principal tribuna de oposición no es el Parlamento. Es la calle.