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La figura de Fidel fue quizás la clave para prolongar por décadas una dictadura solitaria. | Foto: AFP

INTERNACIONAL

Las ilusiones y desilusiones que dejó Fidel

Millones de cubanos tienen acceso gratuito a la educación y a la salud, pero el régimen de Cuba tiene grandes contradicciones.

León Valencia
27 de noviembre de 2016

Había hablado con varios jóvenes en las calles de la Habana y había sentido su desesperanza. Por eso me extrañó tanto que Sonia Eljach me dijera que Cuba estaba en la vanguardia mundial de atención a los niños. No era fácil entender que una infancia feliz se tornara en una juventud sin horizontes.

Sonia es una colombiana que fue hasta hace poco la directora de UNICEF en la Isla. Había sido antes en Colombia Consejera de Derechos Humanos en el gobierno de Samper. Me hospedaba en su casa y se empeñó en darme una explicación del fenómeno. La gran preocupación de Fidel Castro son los niños hasta los siete años, me dijo. Allí pone su mayor esfuerzo social. Quizás quiere que lo vean como un gran padre que cuida con desvelo a sus hijos menores.

Son las contradicciones que ha arrastrado el régimen cubano. Indicadores sociales que brillan en un país en desarrollo, un orgullo patrio que se siente apenas se pisa el aeropuerto José Martí, una solidaridad humana que puede enternecer a los visitantes venidos de mundos más duros y competitivos.

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Pero si escudriñas un poco aflora la desilusión y recuerdas que miles de cubanos han arriesgado la vida para salir de la isla, que la prostitución para turistas invade los rincones de la Habana, que Cuba, en muchos aspectos, se ha quedado colgada de los años sesenta, en fin, sientes que algo muy importante falla en ese país hermoso.

Sólo mueren 6,5 de cada 1.000 niños que ven la luz de la vida y eso dice que tienen la tasa de mortalidad infantil más baja de América latina y una de las más bajas del mundo. Está en el puesto 52 en el índice de desarrollo humano aventajado apenas en el continente por Argentina, Uruguay, Costa Rica y Chile. En las calles de la Habana o en los confines montañosos de la isla es posible encontrar muchas manifestaciones de pobreza, pero es evidente que han desterrado la miseria de esas tierras.

Los más de 10 millones de cubanos tienen acceso gratuito a la educación y a la salud y exhiben con orgullo la erradicación del analfabetismo, altos grados de escolaridad en toda la población y desarrollos científicos que envidian muchos países. Tiene fama también su medicina: no sólo reciben pacientes de los países vecinos sino que envían miles de médicos a otros territorios. Los deportistas de todo el mundo aún se sorprenden con el alto nivel competitivo que exhiben los atletas cubanos en las justas aficionadas.

Los críticos Fidel Castro prefieren no ver estas realidades a la hora de evaluar lo que acontece en la sociedad cubana. Se empeñan en demostrar que el régimen se ha mantenido a lo largo de cincuenta años apelando exclusivamente a la mano dura y a la persecución de los disidentes. Esa, que es otra realidad innegable, no alcanzaría para controlar a una sociedad alegre y tradicionalmente rebelde y desafiar desde allí a Estados Unidos.

La mítica y descomunal figura de Fidel fue quizás la clave para prolongar por décadas una dictadura solitaria en medio del advenimiento de la democratización de América Latina. Pero es estúpido negar que el régimen cubano logró construir una cohesión social importante apoyándose en un especial cuidado de los niños, en el destierro de la miseria, en las conquistas en salud y educación y en una exaltación eficaz de la identidad, el nacionalismo y la dignidad de los cubanos.

La falla profunda se presenta en el campo de la movilidad social, de la realización individual, del reconocimiento, de la libertad, de la competencia democrática. Los jóvenes no sienten que su formación profesional y sus destrezas les sirvan para ascender socialmente, ampliar el consumo, acumular dinero, conocer el mundo, acceder a diversas opciones culturales en el universo interconectado, que es lo corriente en los demás países. La posibilidad de reconocimiento y de cambios en su nivel de vida está limitada a escalar en el aparato estatal y en el partido comunista.

La ausencia de pluralismo político, las enormes restricciones al mercado y a la propiedad, lo mismo que el aislamiento de Cuba de las corrientes de la globalización, no permiten aprovechar a fondo el gran potencial del pueblo cubano. El saber acumulado, la educación impartida, la gran solidaridad que se ha generado en los cincuenta años de revolución, es decir, lo que llaman ahora capital social, se utiliza apenas en una mínima proporción para hacer saltar la sociedad hacia delante.

Ahora que Fidel se ha ido este potencial inhibido tenderá a desbordarse. Quizás la desesperanza de los jóvenes se convierta en rabia. Es el peligro que afronta la transición. No será fácil encontrar un nuevo modelo en el que se puedan preservar este amor especial por los niños, ese compromiso con la equidad, esa veta humanista y a la vez se puedan desatar las amarras de la economía, de la democracia y de la libertad.

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