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ESCÁNDALO

El pecado francés en el genocidio en Ruanda

Las nuevas revelaciones sobre el rol de París en ese oscuro episodio de la historia del país centroafricano demuestran la insensibilidad de la política europea en África. Detrás de todo habría estado la defensa de la francofonía.

31 de marzo de 2018

El teniente coronel Jean-Rémi Duval y otros 15 militares franceses descubrieron en las colinas ruandesas de Bisesero, el 27 de junio de 1994, a 2.000 personas tutsis heridas y desnutridas, víctimas de la violencia de las milicias progubernamentales hutus. Eran 150.000 cuando se refugiaron allí en abril, al comienzo del genocidio. Duval prometió regresar al día siguiente con más hombres para salvar a los sobrevivientes, pero, según él, sus superiores le pidieron no intervenir. Tres días después, cuando finalmente los franceses decidieron socorrerlos, cerca de la mitad había muerto masacrada. Solo rescataron 800.

Ese episodio es un triste ejemplo de las contradicciones de la política francesa en Ruanda y de la operación militar Turquesa, cuyo objetivo público era salvar vidas. Las recientes revelaciones del diario Le Monde demuestran que París llevó a cabo una estrategia diplomática y militar ambigua, que incluía ayudar al gobierno genocida para conservar su influencia en la región. Por esa razón, el Palacio del Elíseo no habría hecho caso a las numerosas alertas de violencia que precedieron a las masacres que exterminaron 800.000 tutsis y hutus moderados en solo 3 meses. Francia también habría ignorado el tráfico de armas que permitió la atrocidad.

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 A pesar de su pequeño tamaño, Ruanda era un país importante en la política poscolonial de Francia. La nación de las mil colinas, como se le conoce, había vivido parte del siglo XX en una crisis de estabilidad debido, en parte, a la división étnica instituida durante la colonización belga. En 1959, las comunidades entraron en conflicto violento, los hutus tomaron el poder y los tutsis empezaron a abandonar el país con destino a las naciones vecinas.

Los tutsis exiliados crearon el Frente Patriótico Ruandés (FPR), que intentó regresar militarmente al territorio en 1990, lo que dio inicio a una guerra civil. El Ejército francés se interpuso para mantener al régimen hutu en el poder, en virtud de un acuerdo de cooperación firmado en 1975. El regreso de los tutsis de Uganda y Tanzania, países anglófonos, ponía en riesgo la política gala que buscaba mantener la influencia francófona en África, sobre todo en Ruanda, Burundí y Zaire (hoy República Democrática del Congo). 

El dispositivo militar desplegado por el gobierno de François Mitterrand incluía inicialmente el envío de 314 militares al país africano. Gracias al apoyo galo, el Ejército ruandés recibió armas y formación militar. En tan solo 3 años, reclutó cerca de 25.000 hombres. Paralelamente, Francia intentó impulsar el diálogo entre el régimen hutu y los exiliados tutsis, lo que se concretaría en los acuerdos de Arusha, que preveían la participación de los rebeldes del FPR en las instituciones del país.

Pero todo se fue al piso el 6 de abril de 1994, cuando el avión del presidente Juvénal Habyarimana cayó derribado por un misil, de regreso de Tanzania, donde se llevaban a cabo las negociaciones. Unas horas después, milicias irregulares y las fuerzas gubernamentales hutus comenzaron a masacrar a los tutsis. Al mismo tiempo, el FPR lanzó su última campaña militar para tomar el poder.

 Las nuevas informaciones demuestran que París había recibido alertas en varias ocasiones de la posibilidad de esa escalada de violencia. Le Monde revela una nota confidencial escrita un año antes del comienzo del genocidio, el 18 de febrero de 1993, por la Dirección General de la Seguridad Exterior (DGSE), que describe “verdaderas masacres étnicas” en la ciudad de Gisenyi: “Se trataría de un elemento del vasto programa de purificación étnica orientada contra los tutsis, cuyos inventores serían dirigidos por personas cercanas al jefe de Estado”.

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 A comienzos de 1994, la DGSE advirtió sobre la estrategia de los extremistas hutus y en febrero estaban distribuyendo armas entre la población. Luego del comienzo del genocidio, el organismo de inteligencia describió en sus notas los hechos hoy públicos: la organización de un gobierno interino extremista y las masacres cometidas por milicias y fuerzas estatales. En mayo, sugirió incluso condenar los actos del régimen ruandés, pero las autoridades francesas permanecieron calladas.

 Por fin, el 15 de junio, diez semanas después del comienzo del genocidio, un consejo de defensa de crisis para detener la violencia se organizó en el Palacio del Elíseo. “Apruebo una intervención rápida y precisa, pero no una acción generalizada. Usted es el maestro del método, almirante”, dijo el presidente Mitterrand a Jacques Lanxade, jefe del Estado Mayor de los Ejércitos, según el reporte de la reunión.

 Esa decisión se tradujo en la Operación Turquesa, presentada como una acción humanitaria. Un documento confidencial escrito en la época por Lanxade muestra que las fuerzas militares galas buscaban en efecto crear zonas de protección de civiles, pero también llegar a Kigali, la capital, para detener el avance de los tutsis del FPR dirigido por Paul Kagame, hoy presidente del país. El Ejército francés se lanzó así en una ecuación imposible: salvar a los tutsis y al mismo tiempo ayudar a los genocidas hutus a contener a los rebeldes.

 Esta estrategia para salvar al régimen habría sido impulsada por algunos consejeros cercanos a Mitterrand que veían en la progresión de Kagame, formado militarmente en Estados Unidos, una táctica de los países anglosajones para reducir la presencia francesa en África. Una de las razones para creer aquello radicaba en el hecho de que el FPR tenía el apoyo de Yoweri Museveni, gobernante ugandés protegido por la Casa Blanca.

 Francia también habría cerrado los ojos frente al tráfico que alimentó al régimen hutu desde el embargo de armamento impuesto por la Organización de las Naciones Unidas el 17 de mayo de 1994. Los galos ya habían entregado miles de armas a Ruanda durante los años que precedieron al genocidio. Tan solo en 1993, Francia envió a su aliado africano 530 fusiles de asalto, 250 pistolas y miles de municiones de mortero.

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 Con el bloqueo, el régimen genocida hutu debió recurrir al mercado negro para continuar con las masacres y con su guerra contra el FPR. Las armas llegaban a Goma, en Zaire, y eran transportadas hasta Gisenyi, dos zonas controladas en ese momento por el Ejército francés en el marco de Turquesa. ¿Los traficantes pudieron pasar sin que los galos se dieran cuenta?

 A pesar de la ayuda de los europeos, los genocidas cayeron el 4 de julio ante la incursión del FPR a Kigali. El Ejército galo, que tenía la intención de proteger la ciudad de los rebeldes tutsis, habría decidido al último momento no intervenir. Era demasiado tarde para salvar a los aliados, pero también para sus víctimas.

 Aún queda mucho por saber sobre el papel de Francia en este trágico episodio. Algunos archivos, sobre todos los de la DGSE, no han sido publicados y podrían contener revelaciones escalofriantes. Varios documentos de Mitterrand tampoco han sido difundidos, pues su apertura depende legalmente de Dominique Bertinotti, representante de sus archivos. Esta exministra socialista ha rechazado solicitudes de los historiadores de acceder a esos papeles. A veces, tan solo ha otorgado un permiso limitado. ¿Osará Francia algún día romper el silencio en honor a la historia y a las víctimas del genocidio?