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¿James Comey generó el comienzo del fin de la era Trump?

La esperada declaración del exdirector del FBI no decepcionó. Millones de estadounidenses se reunieron en bares y restaurantes a ver cómo James Comey acusaba a Trump de obstruir la justicia.

10 de junio de 2017

Estados Unidos contuvo la respiración el jueves por la mañana para ver en vivo y en directo el testimonio de James Comey ante el Comité de Inteligencia del Senado. Ese día, el que fuera director del FBI hasta el pasado 9 de mayo, compareció bajo la gravedad de juramento en el Capitolio de Washington para explicar su papel en el Rusiagate. Precisamente, el asunto que llevó a Donald Trump a despedirlo mediante una carta de dos párrafos con el argumento de que el país ya no confiaba en él.

La expectativa era enorme. La posibilidad de que Comey sugiriera que el presidente o alguien de su campaña tendieron lazos con el Kremlin para infiltrar la campaña de Hillary Clinton paralizó literalmente al mundo político. Hubo bares en Washington que abrieron a las nueve de la mañana, una hora antes de que Comey hablara, y que ofrecieron vodka ruso dentro de un menú compuesto por platos con nombres llamativos, como FBI Breakfast o Drop the Bomb. Otros ofrecían un trago gratis si Trump escribía algo en su cuenta de Twitter mientras Comey declaraba. Un restaurante en Texas anunció incluso que la televisión iba a transmitir “el Super Bowl de la política”.

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El exdirector del FBI entró finalmente al salón del Capitolio a media mañana y, con sus dos metros tres centímetros de estatura, se sentó ante el comité en pleno. El momento cumbre de su declaración se produjo cuando le preguntaron si Trump intentó obstruir la justicia cuando le dijo que abandonara la investigación contra su exasesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, quien tuvo que renunciar a su cargo al descubrirse sus nexos con agentes rusos. La respuesta de Comey fue tajante: “No creo que yo sea la persona que debe decir si la conversación con el presidente fue un esfuerzo suyo por obstruir la Justicia”. Sin embargo, agregó que esa conversación había sido “perturbadora y preocupante” y dijo que debe ser un consejo especial el que defina si el presidente o la gente de su campaña violaron la ley. A su vez, confirmó que el mandatario le había pedido que le jurara lealtad en una cena en el Salón Verde de la Casa Blanca, y afirmó que solo le ofreció su “honesta lealtad”.

Sin embargo, el más explosivo de sus pronunciamientos tuvo que ver con las razones que lo llevaron a escribir memorandos muy detallados tras los encuentros con Trump, y por qué filtró uno de esos documentos a The New York Times. Lo hizo, dijo, porque Trump organizó esos encuentros a solas; porque les pidió incluso a altos funcionarios como el fiscal general, Jeff Sessions, que abandonaran la oficina oval para que no hubiera testigos; y también “por la naturaleza del personaje”. Cuando los senadores le pidieron que explicara qué quería decir con eso, este dijo que lo más probable era que Trump no fuera sincero al hablar sobre esos encuentros por una sencilla razón: ya en otras ocasiones había “mentido pura y simplemente sobre mí y sobre el FBI”. Para él, a pesar de que en privado Trump elogiaba su labor en el FBI, su despido se produjo por la intervención de Moscú en las elecciones que lo llevaron a la Casa Blanca. Y eso, agregó, es “un asunto serio” porque “Rusia intentó debilitar a Estados Unidos e influir en su manera de actuar, de pensar y de votar, y seguirá buscando cómo hacerlo”.

 Trump no le respondió a Comey el jueves ni de viva voz ni por las redes sociales. Sí lo hizo su abogado, Mark Kasovitz, quien resaltó que el exdirector del FBI dejó claro en sus conversaciones con el presidente que no había ninguna investigación en su contra. Sin embargo, el viernes en la mañana, el mandatario contraatacó con un mensaje en su cuenta de Twitter. “Pese a tantas mentiras y declaraciones falsas, WOW, ¡Comey es un filtrador!”, escribió, refiriéndose a los memorandos que Comey le pasó a la prensa, sin precisar, sin embargo, que esos documentos no contenían información clasificada. A su vez, cuando le preguntaron por el escándalo en una rueda de prensa que dio junto con el presidente de Rumania en la Casa Blanca, negó haberle pedido a Comey su lealtad, dijo que este era “un mentiroso”, y aseguró que estaba “cien por ciento” dispuesto a declarar sobre sus interacciones.

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La pregunta ahora es si con toda la munición que empleó Comey contra Donald Trump es viable un escenario donde se ponga en marcha un impeachment, es decir, un juicio político en el que la Cámara de Representantes formula una acusación y el Senado actúa como juez. Las causales están establecidas en la ley estadounidense: “Traición, sobornos u otras conductas”. Se trata de una situación muy inusual, pues solo dos presidentes de Estados Unidos han sido juzgados así: Andrew Johnson en 1868 por haber destituido a un ministro sin el visto bueno del Congreso, y Bill Clinton en 1998 por haber tratado de obstruir la justicia en el caso de Monica Lewinsky.

La respuesta es que no parece nada fácil. Como le dijo a SEMANA Juan Carlos Hidalgo, investigador del Cato Institute, uno de los tanques de pensamiento más conocidos de Washington, “Comey no dijo nada que haya puesto en aprietos legales a Trump. Es la palabra de él contra la del presidente. Para un ‘impeachment’ se necesitaría una prueba reina, y aquí no la ha habido. Por otro lado, no creo que el Congreso, que está dominado por miembros de su propio partido, se meta a juzgarlo”.

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Puede ser cierto. Hasta ahora no ha surgido una grabación o un documento que permita concluir de manera contundente e inapelable que el hoy presidente se alió con el Kremlin para perjudicar a Hillary Clinton. A su vez, mientras la desaprobación de Trump es, según el promedio del portal Real Clear Politics, del 55 por ciento, la del Congreso está en el 69 por ciento. Por tanto, para que el Legislativo le meta el diente a Trump habrá que esperar a noviembre de 2018, cuando los estadounidenses van a votar para renovar los 435 escaños de la Cámara de Representantes y una tercera parte de los 100 del Senado. Para rematar, emprender un impeachment es lo más parecido que hay a abrir la caja de Pandora. Como dijo en diálogo con SEMANA Georgia Duerst-Lahti, profesora de Ciencias Políticas del Beloit College, “una destitución es un proceso caótico y engorroso, que puede dañar a todo el partido del presidente. Después de todo, hace quedar como unos tontos a sus votantes, que en las próximas elecciones pueden decidir no salir a sufragar, o hacerlo por el otro partido”.

¿Qué viene ahora? ¿Qué irá a ocurrir en los próximos años si con cuatro meses y medio en la Casa Blanca Trump ya tiene el agua al cuello? Inicialmente, esperar los resultados de la investigación del fiscal especial Robert Mueller, quien está a cargo de la investigación debido a que Sessions tuvo que declararse impedido (ver artículo sobre el Rusiagate). También habrá más de lo mismo: un tira y afloje de Trump con los jueces, con los movimientos de resistencia y con diarios como The New York Times o The Washington Post. Y al fondo, lo que pronostica David Brooks, uno de los columnistas más leídos del periódico de la Gran Manzana, el viernes pasado: “Una marcha mortal del presidente que será lenta, horrible y molerá a muchos”.