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Foto tomada de: fr-online.de

ENTREVISTA

“La caída del muro fue un símbolo”

El historiador más importante de Alemania, Heinrich August Winkler, habla sobre el significado del muro de Berlín, las razones del colapso del sistema socialista en Alemania Oriental y sobre cómo el 9 de noviembre de 1989 también repercutió en América Latina.

Thomas Sparrow y Camilo Jiménez
7 de noviembre de 2009

¿Qué significó el muro de Berlín para Alemania?
 
Cuando el muro fue construido, éste significó literalmente la cementación de la división nacional. Para los ciudadanos de la RDA, el muro representó la imposibilidad de comprar un tiquete de metro para viajar al occidente de la ciudad, al “reino de la libertad”, como lo llamaba el filósofo Ernst Bloch en alusión a Karl Marx. A partir de 1961, los alemanes orientales debieron adaptarse mucho más que antes a un régimen en que no habían elegido vivir. Y los occidentales tuvieron que sentar los fundamentos de una política para relacionarse con el este.
 
¿Y qué significó la caída del muro?
 
Muchos alemanes occidentales creyeron que nunca vivirían la reunificación de Alemania como nación. No lo creyó siquiera Willy Brandt, el primer canciller socialdemócrata, que desarrolló una política de acercamiento llamada “Ostpolitik”. Por esta razón y a pesar de que días antes del 9 de noviembre de 1989 ya se sabía que los ciudadanos de la RDA podían pasar al occidente, la caída del muro fue toda una sensación. De hecho, la Cortina de Hierro se abrió desde que fue permitido viajar a Checoslovaquia y de allá entrar a Alemania Occidental. Así, a más tardar el 3 de noviembre de 1989, el muro ya había perdido su función. Si bien la caída del muro sacudió al mundo, ésta fue sólo un símbolo.
 
¿Cuales fueron las causas de la caída del muro?
 
La Revolución Pacífica, que comenzó en Polonia con la fundación del sindicato Solidarnosc en 1980, fue una de las causas fundamentales de todo lo que sucedería en el este y centro de Europa en 1989. Otra causa fundamental fue Mijaíl Gorbachov. Sin el debilitamiento de la Unión Soviética y sin su derrota en la carrera armamentística, económica e ideológica, la Revolución Pacífica no habría sido posible. Tampoco, la caída del muro. Y mucho menos, la Reunificación Alemana.
 
¿Hubo más causas?
 
Dos más. Por un lado, la fuga masiva de los ciudadanos de la RDA hacia el oeste. El muro había sido construido para evitar eso. Y sin embargo, la estampida que llegó a los países vecinos llevó a Alemania Oriental al borde del desangramiento. La fuga se convirtió en un problema existencial para la RDA. La gente gritaba: “¡Queremos salir!” Y los que no se querían ir clamaban: “¡Somos el pueblo!” De ahí se desprende el segundo factor: las multitudinarias manifestaciones de septiembre y octubre de 1989. Éstas pusieron en claro que la Unión Soviética no podría reaccionar a la crisis de la RDA con medios como la intervención militar. Esto lo comprendieron los alemanes orientales el 9 de octubre de 1989, después de que en Leipzig tuviera lugar una enorme manifestación sin que se derramara una sola gota de sangre. Esa protesta fue un acto de gran valentía.
 
¿Por qué la RDA fue incapaz de reformarse?
 
Había cierta lógica en la argumentación. El director del SED, Erich Honecker, creía tener sólo dos alternativas: la reunificación o el statu quo. Él optó por el statu quo. Una profunda reforma del sistema habría conducido a esa democratización radical de la RDA que tanto anhelaban los defensores de los derechos civiles. Pero, como se vería después de la caída del muro, la mayoría de los ciudadanos de la RDA consideraba el ingreso a la República Federal como la forma más apropiada de autodeterminarse. La gente no quería más experimentos, no quería una tercera vía, quería el marco alemán. Uno de los dichos favoritos de la época rezaba: “Si traen el marco nos quedamos; y si no, nos vamos tras él.”
 
¿Pero era evitable ese colapso?
 
Yo antes pensaba que sí, suponía que el desarrollo de reformas conduciría a una vecindad cooperativa entre las dos Alemanias. Lo que no entendía era que esa nación reformada ya no sería la RDA, sino que surgirían dos democracias alemanas vecinas, profundamente unidas, libres de cualquier contradicción ideológica, constitucional o estructural, pero divididas por un mero interés geopolítico. Y eso era una ilusión, porque el concepto de libertad que manejaba la mayoría de los alemanes orientales era mucho más radical que el que tenían los intelectuales, que no podían imaginar que el conflicto entre Oriente y Occidente pudiera terminar en tan poco tiempo.
 
¿De que manera influyó Alemania Occidental en la revolución?
 
El alto grado de realismo y la disposición cooperativa que mostró la “República de Bonn” fueron un impulso definitivo. La revolución fue una consecuencia lógica de la “Ostpolitik” de Willy Brandt. Helmut Kohl, que fue elegido en 1982, continuó con esta política de acercamiento, contradiciendo así los lineamentos de su propio partido. Incluso conservadores tan radicales como el bávaro Franz-Joseph Strauß permitieron la aprobación de créditos millonarios a la RDA. Sin esta enorme ayuda financiera, la RDA habría dejado de existir mucho antes. Y ese fin sí habría sido sangriento, habría sido catastrófico. Vista así, la “Ostpolitik” contribuyó a que la revolución tuviera lugar sin violencia.
 
¿Hasta qué punto representaban las dos Alemanias los intereses de Estados Unidos y la Unión Soviética?
 
Los dos estados eran socios fiables de sus aliados. Esto es válido para la RFA si se considera que en un principio sus ciudadanos decidieron mayoritariamente apoyar la política occidentalizada de Konrad Adenauer, su primer canciller. Después ellos mismos se pronunciaron a favor de la “Ostpolitik”. En el caso de la RDA, la disposición de la Unión Soviética a sustentar el régimen se convirtió en la piedra angular de la existencia de éste. El gobierno del SED, que no había sido elegido democráticamente, se sostenía sobre un principio de lealtad hacia Moscú, siempre y cuando el Kremlin lo premiara garantizándole su existencia militar y material. De esta forma la RDA se convirtió en un “Estado ideológico”. Esto la distinguió de los otros miembros del Pacto de Varsovia, el tratado de amistad entre los satélites socialistas de la Unión Soviética. Polonia, por ejemplo, con el tiempo obtuvo un estatus especial. Otro ejemplo: En Hungría, tras la caída de las obligaciones ideológicas, el Estado permaneció; en cambio en Alemania Oriental, cuando la ideología desapareció, la RDA se vino abajo.
 
Usted habla de “Estado ideológico”, pero hay quienes llaman a la RDA un “Estado dictatorial” y otros que la consideran incluso un “Estado contra Derecho” (Unrechtsstaat). ¿Cómo la cataloga?
 
Todos esos conceptos son ciertos, incluido el muy controversial concepto de “Estado contra Derecho” pues una dictadura de este tipo es un Estado en que la división de poderes, la justicia como órgano independiente, las garantías de los derechos civiles y humanos y las elecciones libres no existen. Y en la RDA, ninguna de estas cosas existía. Algunos objetan recordando que el sistema jurídico de la RDA preveía ciertos espacios de libertad en algunos campos de la política, pero ese no es un argumento válido. Por ejemplo en el caso de la Alemania nazi, durante muchos años la situación no había sido muy distinta. Sin embargo, hoy nadie niega que el régimen de Hitler era claramente un “Estado contra Derecho”. Este tipo de dictaduras no comienzan con el genocidio, sino en el momento en que los derechos civiles y humanos son abolidos.
 
Hay quienes incluso discuten el uso de la palabra dictadura.
 
La RDA siempre se vio a sí misma como una “dictadura de la clase trabajadora”. Desde Marx y su “dictadura del proletariado”, la dictadura es una causa legítima en el marco del marxismo, siempre y cuando el soberano sea la clase trabajadora. Pero en el caso de la RDA, que era marxista-leninista, en realidad no se trataba de una “dictadura de la clase trabajadora”, sino de una dictadura que estaba por encima de la clase trabajadora y que era ejercida por un solo partido, que se hacía llamar “clase trabajadora”.
 
¿Qué rastro ha dejado el muro de Berlín en la sociedad alemana?
 
Dejó una huella que se traduce en el atraso económico de los nuevos estados federados. En 1989, no sólo el Estado oriental estaba en bancarrota, sino también la economía. La industria no era competitiva en el nivel internacional. Y esto no ha podido superarse hasta hoy. Aunque hay regiones prósperas como Leipzig y Jena y nuevas tecnologías han arribado, ahora como antes el desempleo en el este es dos veces más alto que en el oeste. Esto, en gran parte, es un vestigio de la RDA.
 
¿Y qué más dejó la división?
 
Aún se perciben rastros. Jürgen Habermas dijo una vez sobre los alemanes occidentales que su apertura desprejuiciada hacia la cultura política de Occidente es uno de los grandes logros intelectuales del tiempo de la posguerra, del cual nuestra generación puede estar orgullosa. Esto, a la vez, quiere decir que aunque la cultura alemana siempre había sido una parte de Occidente, por largo tiempo Alemania se había rehusado a apropiarse completamente de la cultura política del mundo occidental, es decir, de las consecuencias políticas de la Ilustración.
 
En el oriente de Alemania, en cambio, esa apertura hacia la cultura política occidental no tuvo lugar en 1989, sino después. En Alemania Oriental existía, más bien, la tradición del Estado paternalista, que en gran medida estaba conectada con una tradición alemana, más específicamente con el Estado social de Bismarck. Y esto perdura hasta hoy. La necesidad de seguridad es más alta en los nuevos estados federados que en los viejos estados occidentales. Y en los miembros del nuevo partido de izquierda “Die Linke”, como en el antiguo PDS o en el más remoto SED, todavía se encuentran considerables reservas hacia las posibilidades de las democracias pluralistas y representativas occidentales, así como una fe casi ingenua en el Estado, una fe que en Occidente ya no existe. Por esta razón pienso que las culturas políticas de Alemania aún no se han unido completamente.
 
También se dice que el muro permanece en la cabeza de los alemanes.
Eso es exagerado. Yo no iría tan lejos. Aunque sí hay diferencias en la mentalidad así como en los ingresos y en el bienestar. La división alemana duró 40 años, su superación podría durar otros 40. Eso quiere decir que estamos a mitad de camino.
 
¿Existió una cultura en el oriente y otra en el occidente?
 
Hubo una cultura común superior y hubo muchas culturas cotidianas muy diferentes. El occidental Günter Grass y la oriental Christa Wolf fueron leídos en las dos partes de Alemania. Además, seguía habiendo una fuerte conexión con el legado común. Me refiero a la literatura clásica, que en la RDA supieron cuidar, o a la música sacra de Bach. Estas cosas fueron el fundamento de un sentimiento de pertenencia a una sola nación que existió a pesar de la división.
 
¿Cómo valora el hecho de que la canciller Angela Merkel se haya criado en la RDA?
 
Su ejemplo y el de muchos otros es una muestra de que en la Alemania reunificada los ex orientales también pueden llegar muy lejos. Además de ser la primera mujer a la cabeza del gobierno, al venir de la RDA Merkel causa confianza en quienes comparten ese pasado.
 
¿Tendrán las nuevas generaciones que cargar con el peso histórico de la división?
 
Las nuevas generaciones no estarán tan marcadas. Entre mis estudiantes aquí en la Universidad Humboldt cada vez me cuesta más trabajo distinguir entre alemanes occidentales y orientales. Y eso es muy bueno. Ya todos son muy parecidos: les gusta salir de Alemania y viajar, en especial por países occidentales. Esta generación desarrollará una mentalidad muy distinta.
 
¿Podría establecer algún vínculo entre la caída del muro y América Latina?
 
Hay, por lo menos, una consecuencia importante. Hasta la caída del muro, es decir, hasta la caída del imperio soviético, Estados Unidos podía meter a cualquier régimen con tendencias izquierdistas en el cajón de los “altos riesgos para la seguridad nacional”. Eso ya es pasado. Por esta razón, la actitud de Estados Unidos hoy es algo más reposada, incluso ante regímenes como el Hugo Chávez en Venezuela. El tema de Cuba ya no atiza los nervios como en los tiempos de Kennedy y Jrushchov.
 
Sin embargo, la influencia sigue siendo enorme.
 
Pero es que el papel de Estados Unidos ya era inmenso desde mucho antes de la Guerra Fría, por lo menos desde el siglo IXX. Lo que yo veo es, sin embargo, que entre más democráticos y justos sean los estados de América Latina, su relación con Estados Unidos será más soberana.
 
En el mundo, no obstante, se siguen erigiendo muros. ¿Es que no se ha aprendido de la experiencia alemana?
 
Si se refiere a muros como el que hay en Israel, la pregunta obligada es si ese muro realmente evita el derramamiento de sangre. Yo permanezco escéptico. Pues aunque así fuera, ese muro sólo tendría efectos provisionales. En principio, la construcción de un muro siempre entra en conflicto con el espíritu de los tiempos.

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Heinrich August Winkler nació en 1938 en la antigua ciudad alemana de Königsberg (hoy Kaliningrado, Rusia). Estudió Historia, Filosofía y Derecho Público en Tubingia, Münster y Heidelberg. En 1970, fue promocionado a “Profesor de Historia” por la Universidad Libre de Berlín y trabajó luego en Friburgo hasta 1991. Hasta 2007 se desempeñó como decano de la facultad de Historia Moderna de la Universidad Humboldt de Berlín. Es autor de una de las obras estándar sobre la historia de Alemania (“Der lange Weg nach Westen”, C.H. Beck, 2000) y de una vasto compendio sobre la historia de Occidente (“Geschichte des Westens”, C.H. Beck, 2009). Hoy, el profesor emérito Winkler es considerado como el historiador más importante de Alemania.