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¿REGRESAN LOS VIEJOS DEMONIOS?

EL POETA MARROQUI BEN JELLUN HACE PARA SEMANA EL PANORAMA DEL RACISMO RAMPANTE EN EL VIEJO CONTINENTE

24 de septiembre de 1984

En Europa, la crisis económica y el desempleo están suministrando pretextos socio-económicos al racismo preconizado por la extrema derecha. Algunos resultados de las recientes elecciones europeas lo afirman. El más espectacular fue el 11% obtenido, en Francia, por el "Frente Nacional" dirigido por Jean Marie Le Pen. La extrema derecha holandesa no pudo enviar diputados a Estrasburgo, pero logró pasar de 0.8% a 2.55% del electorado y en los viejos barrios de las grandes ciudades obtuvo un 10% de votos gracias a su campana contra los inmigrantes de color. Un fenómeno similar se produjo en Bélgica. El Partido Liberal se convirtió en la primera formación política de Bruselas. Roger Nols, considerado como el líder de la lucha contra los trabajadores árabes y turcos, figuraba entre los candidatos del Partido Liberal.
En Alemania, los grupos racistas y neonazis no son representativos a nivel electoral. Sus 20.000 miembros censados oficialmente, han dado, no obstante, amplias pruebas del racismo especialmente contra los turcos que suman 1.6 sobre cinco millones de extranjeros. Muestras de ese rechazo también han sido registradas en países como Inglaterra y Suecia. El racismo no es, sin embargo, un fenómeno masivo. Pero las elecciones europeas han probado que comienza a ser políticamente rentable.
¿Cómo reaccionan los gobiernos ante esa situación? ¿Los obreros inmigrantes, árabes en particula, empiezan a jugar hoy el mismo papel de los judíos en los años treinta? ¿Cómo luchar contra el racismo y hacer entender a los europeos que la inmigración ha dejado de ser un fenómeno coyuntural para convertirse en un hecho estructural? Para responder, SEMANA decidió examinar la situación en Francia entrevistando al poeta y escritor marroquí Tahar Ben Jellun.
Ben Jellun nació en Fez en 1944 y ha publicado diez libros en Francia. En el último "Hospitalidad francesa", escrito tras el asesinato racista de varios jóvenes inmigrados, este cronista del diario Le Monde juzga duramente a la sociedad francesa. Pero su análisis supera la simple indignación. Tahar Ben Jellun llama a los franceses a permanecer fieles a sus principios y les recuerda que hay acontecimientos que ninguna sociedad puede dejar instalar en su realidad cotidiana -los atentados racistas por ejemplo- sin perder parte de su alma. En su casa parisina, ese poeta que escribe en francés y vive entre Marruecos y Francia, nos habló del pesimismo que le inspira el resurgimiento de los viejos demonios en Europa y nos explicó por qué el racismo afecta, en especial, a los árabes. El racismo utiliza los mismos mecanismos del antisemitismo pero con menos teorias o tesis semicientíficas. Es más burdo, más simplista como lo prueban slogans como "Los inmigrados cogen el trabajo de los franceses" o "los inmigrados son los parásitos de nuestros hospitales". En Francia, el racismo es, pues, del orden de las convicciones ciegas y de las evidencias que ni la ciencia ni la política justifican seriamente. Eso no significa que sea raro o inofensivo. Entre enero de 1970 y enero de 1980, 68 árabes fueron asesinados, un centenar de personas resultaron heridas, muchos cafés y hoteles frecuentados por árabes fueron ametrallados o incendiados.
SEMANA: ¿Ese racismo epidérmico e instintivo no prueba que los franceses tienen un verdadero problema de identidad?
TAHAR BEN JELLUN: Sí. La identidad pesa sobre cada uno y secreta una angustia similar a un veneno que carcome un cuerpo. Los franceses tienen miedo de no parecer se a la imagen que se han hecho de sí mismos o que les han fabricado los manipuladores de la historia. Esa sociedad tiene miedo de asistir a su propia descomposición y se defiende sin que sea directamente atacada. Francia ha vuelto sobre su historia reciente (la colonización y la guerra sangrienta con Argelia) no para practicar la autocritica sino la desculpabilización. Yo creo que una civilización comienza su decadencia cuando decide replegarse sobre si misma y sobre sus recuerdos. Y hay recuerdos que Francia repudia. Los recuerdos de la Francia colonialista se están borrando.
S.: ¿Por qué hace usted una diferencia entre el racismo instintivo y el otro que usted llama en su libro "tranquilo y popular " inherente, dice usted, a la economía moderna?
T.B.J.: Como usted sabe, la economía actual arrastra las crisis. Y éstas generan el desempleo. ¿Por qué en vez de denunciar la economía americana, las tasas de interés elevadas, y la carestia del dólar, se denuncia al Tercer Mundo y a los trabajadores inmigrados? Esos trabajadores no son responsables del desempleo. Y, en Francia, varios estudios cifrados han mostrado que pocos franceses obtendrian un trabajo si los inmigrados se fueran del país. Lo que si es cierto es que la agravación del desempleo ha separado los trabajadores inmigrados y los trabajadores franceses que, en los años setenta, desfilaban juntos gritando "mismo patrón, mismo combate"
Los obreros franceses están en contacto cotidiano con los inmigrados pero no comparten su destino, ni viven en las mismas condiciones materiales y psicológicas. Tienen, pues, tendencias a reaccionar de manera instintiva. Para ellos, el inmigrado es un extranjero que amenaza su seguridad. El Partido Comunista es, tal vez, la formación politica que menos busca oponerse a la manera de pensar de una parte de la clase obrera. El PCF reconoce el racismo del empresariado pero no el de la clase obrera.
S.: En su libro usted afirma que la falta de firmeza del gobierno socialista ante el racismo ha liberado algunos fantasmas de la vieja derecha...
T.B.J.: Le Pen ha sido posible por que la izquierda le abrió, involuntariamente, algunas posibilidades. Por ejemplo, cuando la televisión consagró 1 hora 40 minutos a Le Pen. Hubiera podido ser una buena cosa desde el punto de vista de la democracia si se hubiera establecido un equilibrio. Pero la televisión no lo hi zo. Los franceses no vieron, una semana o un mes después, militantes antiracistas tomar la palabra durante una hora 40 minutos. En realidad, los socialistas han hecho mucha moral y poca política. A los franceses no les gustan los cambios. Mitterrand llegó al poder por puro azar, pues, Francia es un país de viejos, usado y conservador. Pero si el Estado francés continúa sin reaccionar vigorosamente a la violación -por odio racial- de los derechos del hombre sobre su territorio se encontrará un día confrontado a una comunidad herida y en cólera. En efecto, los inmigrados han cambiado. Hoy son jóvenes a menudo alfabetizados y politizados. La generación del silencio y de la cólera contenida está siendo reemplazada por una generación que no se resignará.
S.: ¿Cómo explica usted que los intelectuales franceses, salvo raras excepciones, no se hayan movilizado contra el racismo, el cual se ha ido instalando hasta encontrar una expresión política? T.B.J.: El tema de la inmigración seduce poco en este momento. La inmigración es de rentabilidad casi nula en la escala de valores mercantiles. El Tercer Mundo ha pasado de moda. Y la misma juventud que tiene unos 20 años, es decir que no conoció la guerra de Argelia, le ha dado la espalda al Tercer Mundo y está más conectada sobre lo que sucede en la costa este de los Estados Unidos. Y, sin embargo, el Tercer Mundo está aqui, a dos pasos del centro de París. Basta quererlo mirar. No se trata de amarlo ni de defenderlo a cualquier precio, sino simplemente de escucharlo cuando quiere hablar. Basta dedicarle un poco de esa disponibilidad abierta sobre otros horizontes, sobre los sufrimientos de pueblos desheredados, víctimas de las dictaduras de algunos hombres o de la naturaleza. Pero en estos países se confunde al inmigrado con los regimenes en quiebra del Tercer Mundo.
S.: En su libro usted acusa a Argelia, Marruecos y Túnez, paises de donde provienen la mayor parte de inmigrados árabes, de servirse de ellos como mercancía de intercambio y de no desear mucho su retomo. ¿Por qué razones?
T.B.J.: Yéndose los inmigrados aliviaron a esos países de una importante masa de peones y campesinos. Mejor que el fosfato o el gas cuyos precios son aleatorios y el turismo que no se beneficia de una política determinada y eficaz, los inmigrados juegan hoy, gracias a las divisas que envian, un papel importante para la economia de esos países. Es ésa la razón por la cual no han hecho nada para que los inmigrados vuelvan o para pensar en su reinserción económica y en su readaptación sicológica. Hay, como es natural, algunos retornos individuales y voluntarios pero son casos aislados.
El regreso de ese flujo de inmigrados no es muy deseado. Diría incluso que es temido. Aunque no hayan sido grandes militantes sindicalistas, esos inmigrantes pueden por haber vivido en un país democrático haber cogido la costumbre de reivindicar, de hacer huelgas, de manifestar por sus derechos, de haber sufrido la represión. Su regreso podría alterar la tranquilidad de la clase obrera local, controlada y sometida a una burocracia cuyo papel principal es impedirle que se exprese. Asi, el inmigrante sueña en Francia con su país y en su país con Francia. Entre la hostilidad del país que lo acoge y la indiferencia del país de orígen, el inmigrante transporta su maleta llena de objetos y de ilusiones. Es su única defensa.
S.: ¿Qué piensa usted de la teoria bautizada "umbral de tolerancia ", según la cual hay que repartir de manera equitativa a los extranjeros en Francia para evitar las manifestaciones racistas?
T.B.J.: Los sociólogos han encontrado esa fórmula para explicar que a partir del 10% de extranjeros en una ciudad, los riesgos de intolerancia son reales y pueden desembocar en dramas. La fórmula es cómoda y ha sido adoptada por los socialistas y los comunistas. Yo pienso que ese "umbral de tolerancia" no es, en el fondo, más que una coartada científica para admitir -excusándolo- el racismo latente. Como si por debajo de ese umbral todo fuera perfecto entre inmigrados y franceses... "umbral de tolerancia" es una fórmula chocante porque, aun así, la inmigración es presentada negativamente, como un mal necesario, como un peso que toda la sociedad francesa debe soportar.
S.: ¿Cómo cree usted que se debe combatir el racismo?
T.B.J.: El racismo ha sido cultivado desde hace mucho tiempo en las mentalidades por la manera de enseñar la historia reciente de Francia. Se ha omitido descolonizar la imaginación de una gran parte de franceses. Por eso los reflejos y los comportamientos de desprecio y de ignorancia de los colonizadores de ayer se han heredado de generación en generación. Tocaría suscitar una movilización general en Francia para que el racismo no avance y reclamar una política nueva de la información. Sería necesario implicar más al inmigrado en una nueva hospitalidad para que pueda dar, además de su fuerza de trabajo, un poco de su imaginación, una parte de ese universo de civilización que transporta con él sin osar vivirla plenamente por miedo de molestar, por miedo de verse rechazado.
Pero antes que se hable de integración es necesario que los inmigrantes se puedan defender. Deben dispóner de un arsenal jurídico y, sobre todo, deben poder votar, por lo menos en los municipios en donde viven. Es la única manera que los partidos se interesen en ellos y que la sociedad los respete. En 1978, los socialistas habían pedido ese derecho ante la asamblea nacional. Hoy ya no están dispuestos a dar ese paso.
De todas maneras, cualesquiera que sea el régimen político y las medidas que adopte, un hecho es inevitable: los franceses y los inmigrados están llamados no sólo a trabajar en los mismos lugares, a habitar en los mismos barrios sino también a vivir juntos; es decir, a mezclarse social y culturalmente. A largo plazo, esa inserción generará una sociedad nueva, un paisaje nutrido de varios aportes.