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El iraní Mansoor Arbabsiar (centro) es acusado de haber planeado el frustrado atentado contra Adel Al-Jubeir, el embajador de Arabia Saudita en Estados Unidos.

ESTADOS UNIDOS

The Teheran connection

Más allá de las dudas que deja, el complot iraní contra el embajador de Arabia Saudita en Washington es un síntoma preocupante de que la guerra fría entre las dos grandes potencias de Oriente Medio llegó a las calles de Washington.

15 de octubre de 2011

"Este complot parece sacado de una película de Hollywood", dijo el martes Robert Muller, director del FBI, cuando anunció que un agente iraní tenía planes para asesinar el embajador de Arabia Saudita en Estados Unidos. Y no podía ser más cierto. Como en un buen filme de acción, hay reuniones secretas, agentes infiltrados, narcotraficantes, locaciones exóticas, intereses geopolíticos, amenazas de guerra, millones de dólares y muchas preguntas que quedan abiertas.

Según lo que han afirmado las autoridades, hasta hace una semana Manssor Arbabsiar era para sus conocidos un inmigrante iraní cualquiera, que vivía desde los años ochenta en los suburbios de Corpus Christi, una ciudad costera de Texas. Discreto pero huraño, sus amigos lo recuerdan como alguien despistado que siempre perdía las llaves, el celular o sus documentos. Tras buscar suerte con un restaurante de kebabs terminó como vendedor de carros usados, por lo cual hacía unos años iba con frecuencia a México para visitar clientes potenciales. Pero sus negocios nunca prosperaron, y era considerado un modelo de incompetencia.

A finales de mayo cruzó una vez más la frontera, pero esta vez se reunió con un supuesto miembro del cartel de Los Zetas, que en realidad era un informante de la DEA, identificado con el código CS-1. Arbabsiar le explicó que un primo iraní, miembro de los servicios secretos, le pidió contactar algún narco para organizar un golpe en Estados Unidos.

Arbabsiar se volvió a encontrar varias veces con CS-1, que grababa todas las reuniones e informaba a las autoridades. El iraní le dijo que necesitaba cuatro hombres para matar a Adel Al-Jubeir, el embajador de Arabia Saudita en Washington. Arbabsiar le ofreció al falso Zeta un millón y medio de dólares, una ruta para traficar opio por Irán y le aseguró que si todo salía bien, trabajarían juntos en atentados contra intereses israelíes en Argentina y Estados Unidos.

Mientras coordinaba con CS-1, Arbabsiar viajó a Irán. Según la investigación, allá se reunió con Gholam Shakuri, de la milicia gubernamental Al Qods. Tras considerar varias opciones, decidieron poner una bomba en un restaurante en Washington, donde el diplomático saudita almorzaba dos veces por semana.

En julio, CS-1 les escribió a sus superiores que Arbabsiar ya tenía un hombre en la capital estadounidense, vigilando las rutinas del embajador Al-Jubeir. Relató además que el iraní le dijo: "Ellos quieren a ese tipo (Al-Jubeir) muerto, si cien personas se mueren con él, que se jodan". Cuando CS-1 le contó que el restaurante era frecuentado por senadores, Arbabsiar le contestó que eso "no era gran cosa".

A finales de septiembre, el complot estaba listo. Arbabsiar recibió un giro por 100.000 dólares para pagarles a los Zetas. El agente CS-1 lo llamó, le informó que todo estaba listo y le pidió que viniera a entregarle el dinero. Era una trampa del FBI. El 28 de septiembre, Arbabsiar voló a México, donde la aduana le prohibió la entrada y lo devolvió a Nueva York. Ahí lo esperaban decenas de agentes que, después de varias horas de interrogatorio, lograron que confesara su proyecto. Además lo obligaron a llamar a Shakuri, su contacto en Irán, para decirle que todo estaba listo. Según el FBI, esa es la prueba reina de que Teherán planeó el asesinato.

Todo lo anterior es la versión oficial que el procurador general Eric Holder le entregó a la prensa para sustentar la acusación contra Arbabsiar y Shakuri ante un juez de Nueva York. Como en las novelas de espías, aún quedan muchas preguntas, pues varios elementos de la historia no cuadran. Sin embargo, después de la presidencia de George W. Bush, que invadió a Irak basado en mentiras comprobadas, a pocos se les ocurriría que el gobierno de Barack Obama se arriesgaría a inventar una historia tan disparatada, a riesgo de perder la precaria credibilidad que heredó de su antecesor. Obama, que desde junio sabía del complot, insistió que Teherán "tenía conocimiento" y prometió "fuertes sanciones", pues "tienen que rendir cuentas".

Según las autoridades, la milicia Al Qods organizó el atentado. Este cuerpo de élite, una unidad especial de la Guardia Revolucionaria Iraní, es autónoma, tiene recursos propios y realiza las "operaciones negras" del régimen. Depende del ayatolá Ali Jamenei, la autoridad espiritual del país, que tiene más poder que el presidente Mahmud Ahmadineyad.

Pero el complot de Washington nada tiene que ver con el modus operandi de Al Qods. En más de treinta años de misiones encubiertas, nunca han dejado pistas y siempre recurren a grupos terroristas como Hamás o Hezbolá. Por eso, a pesar de las sospechas, nunca se logró probar la participación de los iraníes en atentados como la bomba en la Asociación Mutual Israelita Argentina (Amia) en Buenos Aires, en 1994, o el ataque contra las Torres Khobar en Arabia Saudita, en 1996.

A muchos les sorprende también que un agente de Al Qods se haya imaginado que Los Zetas podían ser un aliado de fiar, y sobre todo por medio de Arbabsiar, quien por más señas se reunió con el supuesto miembro de ese grupo en Reynosa, es decir en territorio del Cartel del Golfo, enemigo a muerte de los Zetas. Además, por solo un millón y medio de dólares es poco probable que los narcotraficantes se arriesgaran, pues cada año mueven miles de millones de dólares. Y lo último que interesaría a los Zetas sería ponerse en la mira de la ley y las autoridades norteamericanas en su territorio, amén de la posibilidad de ser declarados organizaciones terroristas. Por otro lado, la única prueba real de la participación de Irán en el complot, por fuera del testimonio de un informante anónimo, es el dinero que le enviaron a Arbabsiar. Pero la regla número uno en un complot de esta naturaleza es que la plata se entrega en un maletín, jamás en un giro bancario.

El portavoz de Ahmadineyad dijo, por su parte, que "los gobiernos de Estados Unidos tienen experiencia haciendo películas: este es un escenario prefabricado para desviar la atención de los problemas internos de Estados Unidos".

En todo caso, motivos de conflicto no faltan. La tensión entre Irán y Estados Unidos, junto con sus aliados Israel y Arabia Saudita, está en aumento. Es un hecho que hay una guerra fría, latente, no declarada entre los cuatro países.

Como dijo una fuente anónima al diario The New York Times, "los iraníes vieron a los sauditas aplastar con sus tanques a los chiitas de Bahréin y ahora ven que Siria, un aliado clave, está cayendo. Entonces su respuesta es la fuerza de Al Qods". También podría haber una retaliación de por medio. En los últimos cuatro años, cuatro científicos del programa nuclear iraní han sido misteriosamente asesinados. Irán también fue atacado en 2010 por el virus informático Stuxnet y para Teherán es claro que son agresiones de los servicios secretos israelíes, sauditas y estadounidenses.

Pero además, Irán -chiita- y Arabia Saudita -sunita- luchan por el control geopolítico de la región. En Irak, Bahréin, Líbano y Siria, las dos potencias se enfrentan para que sus correligionarios lleguen al poder. En esta lucha todo vale. Apoyar a grupos radicales, financiar manifestaciones callejeras, organizar conspiraciones y hasta intervenir militarmente. En ese caso, Irán habría cruzado la línea roja al llevar a suelo estadounidense una guerra sectaria entre chiitas y sunitas.

Que los iraníes hayan decidido recurrir a un lunático vendedor de carros usados, famoso por su despiste, para contratar a los Zetas en México para matar a un diplomático en Washington, sólo puede explicarse de tres maneras: Una, es que la inteligencia de Teherán haya caído en una suerte de Alzheimer operativo. Una segunda es que Irán está tan arrinconado por la situación del régimen sirio que está dispuesto a todo con tal de hacerle daño a Arabia Saudita. Y la tercera sería que se trata de un complot interno relacionado con las tensiones entre Jamenei y Ahmadineyad, por el cual uno de ellos habría urdido el plan para desestabilizar al otro.

A pesar de las dudas, Washington ya tomó las primeras medidas para sancionar a Irán. Congelaron las cuentas de la aerolínea Mahan Air y de varias personas por ser "cómplices de la milicia Al Qods". Y aunque una guerra es poco probable, la Casa Blanca va a hacer todo lo posible para aislar aún más al país persa. China y Rusia, que hasta ahora habían sido relativamente tolerantes con Irán en el Consejo de Seguridad de la ONU, seguramente van a tener que definir su posición. Al fin y al cabo nadie quiere enfrentarse a Arabia Saudita, uno de los productores de petróleo más importantes del mundo, que describió el complot como "un acto de guerra".

Aún quedan muchas preguntas y Obama debe mostrar que tiene pruebas sólidas. Sin embargo, como están las cosas, es la peor crisis entre Irán y Estados Unidos desde la revolución de 1979. Y con una región en plena ebullición, atravesada por la 'primavera árabe', cualquier cosa puede pasar.