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Jim Morrison y el turismo fúnebre

En el cementerio de Père Lachaise de París, la tumba de Jim Morrison se ha convertido en un lugar de peregrinación, cargado de significado.

Marco Bonilla
3 de julio de 2015

Se fiel a tu propio ser”
Inscripción en griego escrita en la lápida de Jim Morrison.

Jim Morrison dejó la banda The Doors para perseguir una carrera como poeta en París. En la capital francesa se instaló en un apartamento en la calle Beautreillis del cuarto distrito, en la rivera derecha del río Sena. Tras llegar, afeitó su espesa barba y perdió algo del peso que había ganado en meses anteriores. Seguía bebiendo a borbotones, aunque menguó su consumo de LSD, peyote y otras drogas alucinógenas. En París solía dar largas caminatas alrededor de su apartamento en el bohemio barrio de Le Marais. Vivía la rutina de un anacoreta, no la de una estrella de rock. El 3 de julio de 1971, Morrison fue encontrado muerto en la bañera de su habitación. Las causas de su muerte no se han establecido hasta el día de hoy, pues no se realizó una autopsia a su cuerpo. Tenía 27 años.

Fue enterrado en el cementerio de Père Lachaise, en el extrarradio de París. La ceremonia fue triste y breve, ante algunos amigos formulando algunas palabras de despedida, antes de arrojar unas pocas flores al féretro. Su tumba fue dejada sin identificar hasta que,  unos meses después, se colocó una placa, que fue robada en 1973. En 1981, el escultor croata Mladen Mikulin esculpió un busto y una lápida para conmemorar el décimo aniversario del fallecimiento del artista. El busto fue despedazado a través de los años por admiradores del cantante.

Su tumba se ha convertido en una atracción turística, es uno de los lugares más visitados de la ciudad, y una de las sepulturas más vandalizadas del mundo. Père Lachaise es el cementerio más grande de París y, probablemente, el cementerio más visitado de Europa. Más que una necrópolis, Père Lachaise es un museo a cielo abierto: cerca de un millón de personas se encuentran enterradas a lo largo de sus 43 hectáreas de extensión. Con una arquitectura compleja y un arte funerario excepcional, este cementerio es un lugar sobrecogedor; un dédalo fantasmagórico, un país de los muertos, un laberinto de callejuelas donde es muy fácil perderse. Allí se encuentran las sepulturas de Molière, La Fontaine, Balzac, Oscar Wilde, Edith Piaf, Modigliani y el místico Allan Kardec.


Foto: Misael Zavala.

Sin embargo, la tumba de Jim Morrison es, de lejos, la más visitada de Père Lachaise. Centenares de personas acuden cada día a la última morada de quien se hacía llamar el “Rey lagarto”. En grupos o en solitario, algunos vienen exclusivamente a este silencioso lugar donde el graznido de los cuervos es el único estímulo sonoro. El sosiego del lugar es quebrado por las multitudes que vienen al humilde mausoleo de Morrison. Algunas agencias de turismo en París ofrecen visitas guiadas por la ciudad, cuyo clímax es la visita a la tumba del cantante. Pocos de quienes visitan el cementerio se detienen ante las lápidas en mármol de Chopin o  Georges Bizet o ante el cenotafio de Gioacchino Rossini. La estrella del cementerio es Jim Morrison.

Se trata de una forma de turismo fúnebre que atrae a hordas de visitantes de todos los rincones del mundo. En el verano hay tanta gente que se forman embotellamientos en los callejones cercanos. Para evitar el vandalismo, la autoridad que administra los cementerios de París puso una valla que no ha impedido que algunos osados la salten para inscribir su nombre o el del la persona amada en la lápida. Otros menos temerarios colocan manillas en los barrotes de la valla metálica, o candados, como sucede en el puente del Arzobispado de París, donde los amantes que visitan la ciudad han dejado miles de estos atados a la estructura del puente. Algunos dejan notas escritas en hojas de cuaderno, servilletas o facturas de hotel, en las que piden a Morrison sus favores para encontrar o conservar el amor. Algunas notas evidencian el agradecimiento por los favores recibidos. La autoridad que administra los cementerios de París tiene un guardia apostado en el lugar, pero vigila toda el área circundante, lo que permite que aún se presenten invasiones a la tumba del autor de “Break on Through” y “When the Music’s Over”.

Alessia Canali es estudiante de último año de derecho en la universidad de Siena y llegó a París hace dos días, donde planea permanecer hasta bien entrado el verano. Dice que ha visitado todos los lugares turísticos de la ciudad. “Me encanta su música – afirma-. Yo soy de otra generación, tengo 24 años pero a mi padre le gustaba The Doors. El me enseñó a apreciar su música. Vengo a este cementerio únicamente a visitar su tumba”. Canali visita el lugar en silencio, se planta ante el mármol pulido y canta “The Spy” entre murmullos. Luego se despide y sigue su  recorrido por París.

Ella es una de las miles de personas que cada año acuden a este lugar de tránsito entre la vida y la muerte. Los cementerios son lugares ominosos, liminales, verdaderos umbrales entre el acá y el más allá. La sociedad ve los cementerios como espacios de miedo, sucios e intocables, marginales y contaminados, de los que es mejor no hablar y por donde es mejor no pasar. Sin embargo, el significado macabro de los cementerios no impide que se conviertan en lugares donde se celebran ciertos ritos y se santifican algunos beatos y mártires populares. En el cementerio Central de Bogotá, las sepulturas de Carlos Pizarro, Leo Kopp, José Raquel Mercado o Julio Garavito se han convertido en lugares de rito y espacios de devoción gracias al poder que se le confiere a los muertos.


Foto: Alejo Gómez.

En Père Lachaise, Jim Morrison ha dejado de ser un simple ser mortal, un hombre de carne y hueso, para convertirse en un ser sobrenatural. Ha dejado de ser el cantante de The Doors para transformarse en el hombre que sobrevive a la muerte como santo pop, ícono de la virilidad y de la sexualidad masculina. La tumba de Jim Morrison no es el lugar de descanso de un ser humano: es un lugar de peregrinación, cargado de sentido y de significado, donde lo terrenal se encuentra con lo sagrado. En este lugar del  distrito XX de París, Morrison finalmente se convierte en el místico “Rey lagarto”.