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El lío de las caletas de las Farc

El hallazgo de una caleta de armas de las Farc en Putumayo demuestra que estos depósitos clandestinos serán el gran desafío que tendrá la ONU durante la dejación de armas. Las Farc tienen 900 en todo el territorio y están en los lugares más inhóspitos.

22 de abril de 2017

Hace algo más de un mes un grupo del Ejército recibió información precisa sobre la existencia de una caleta escondida en la zona rural de Puerto Leguízamo, en Putumayo. Luego de sopesar los datos, los soldados llegaron hasta el lugar y encontraron todo un arsenal del frente 48 de las Farc: 54 fusiles, 6 ametralladoras, 2 subametralladoras, 3 lanzagranadas, 3 morteros, 15 granadas, 100 kilos de pentolita, 200 minas antipersonal, 16.500 municiones, 3.600 detonadores, 32.500 metros de cordón detonante y 16.000 cartuchos. La noticia sobre el hallazgo fue presentada la semana anterior como si fuera una trampa al proceso de paz. Sin embargo, esta es una conclusión ligera, pues el asunto de las caletas se ha convertido en la parte más compleja y delicada del desarme de esa guerrilla.

El máximo jefe de las Farc, Rodrigo Londoño, dijo en Twitter que su organización tiene 900 caletas. La cifra tiene con los pelos de punta a la Misión de la ONU, entidad encargada de ir hasta cada una de ellas, extraer las armas y destruir los explosivos. Lograr esa tarea en lo que resta de abril es absurdo, y también imposible hacerlo antes de que finalice mayo, cuando se cumplen los 180 días pactados para el desarme, y finaliza el esquema de seguridad de las zonas veredales. Es por eso que hoy todas las partes involucradas dan por sentado que el desarme se hará a la inversa de lo planeado en La Habana: primero se recogerán los fusiles en los contenedores y la ubicación de caletas tomará meses. Para cumplir con el cronograma pactado habría que destruir 20 caletas por día. Algo literalmente inviable. Hasta ahora solo se han destruido tres.

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Cada frente guerrillero, y las Farc tenían más de 60, fabrica sus propias caletas. En ellas suele haber las armas de apoyo que solo se usan en operaciones y que no se cargan todos los días. Esto incluye morteros, metralletas y, sobre todo, explosivos y munición. Dado el valor estratégico que tenía para la guerrilla este armamento, las caletas suelen estar enterradas varios metros bajo tierra, en lugares inhóspitos y con frecuencia cercados con minas antipersona. Por seguridad, las caletas las conocen pocas personas. Por eso a la propia guerrilla le ha tomado meses construir un listado georreferenciado sobre ellas. Esa tarea debió hacerse los primeros días después de la entrada en vigencia del acuerdo de paz, es decir, en diciembre. Pero los atrasos en la construcción de las zonas veredales, y, por ende, de la concentración explican en parte que no se haya logrado ese objetivo a tiempo. Entre otras cosas, porque se necesita que los contenedores de la ONU estén ya dispuestos y vigilados, para trasladar esas armas hasta allí.

La otra razón es que las Farc tampoco tenían esa información sistematizada. Al igual que los campos minados, la ubicación de las caletas está en la cabeza de algunos combatientes encargados de ellas, y sus referencias no son las coordenadas de un GPS sino señas geográficas como una roca, un árbol o un río. Con el agravante de que algunos caleteros han muerto o desertado. Finalmente el listado se logró completar hace pocos días para iniciar las operaciones que requieren un sofisticado despliegue logístico.

Primero, el Ejército debe asegurar el área de la caleta, lo que incluye el desminado. Posteriormente hacer un helipuerto para que llegue la misión conjunta de la ONU y las personas de las Farc que conozcan el sitio. A estos, previamente se les deben haber levantado las órdenes de captura, para que puedan salir de las zonas veredales, algo que ellos dicen se ha dilatado por parte del gobierno. Para llegar a algunas caletas hay que caminar varios días por entre la montaña. Sin duda, en un solo viaje se pueden ubicar varias de ellas, pero el conteo y registro de las armas es dispendioso, y requiere ser exacto para garantizar la transparencia de todo el proceso.

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Por eso la de Putumayo no puede considerarse una trampa porque cuando fue encontrada las Farc no habían entregado un listado oficial de sus caletas. Para la guerrilla, la operación del Ejército viola los protocolos del desarme porque lo que debió hacer la fuerza pública fue reportarla ante la ONU. El Ejército piensa que estaba en la obligación de actuar, dado que la guerrilla no había entregado los listados.

Pero hay más suspicacias. De parte del gobierno se cree que la demora de las Farc en entregar el listado es porque en algunas de esas caletas, además de armas, podría haber dinero. De parte de la guerrilla la sospecha es que los militares están buscando guacas. Ninguna de las dos sospechas es improbable. Es más, hay civiles que aprovechando el río revuelto del fin del conflicto delatan caletas que conocen para recibir una recompensa o se arriesgan a ir a guaquear por su cuenta.

Este hecho es sensible porque siempre ha existido la sospecha de que las Farc podrían dejar armas guardadas para un eventual rearme si fracasa el proceso de paz. Los jefes guerrilleros han descartado esa hipótesis, pues saben que eso los destruiría políticamente, y, como se ha visto en estos meses, su mayor interés está en la creación de un partido. Sin embargo, las sospechas no son del todo infundadas. Primero, porque hay disidentes, desertores y, sobre todo, milicianos, que pueden quedarse con armas o revenderlas. Segundo, porque casi todos los grupos guerrilleros y paramilitares que han negociado en Colombia han dejado remanentes de armas, que luego fueron usadas por reincidentes. El M-19, por ejemplo, dejó a la vera del camino a un grupúsculo llamado Jaime Báteman Cayón, y el EPL los comandos Ernesto Rojas. Y ni hablar de las AUC, cuya transparencia en la dejación de armas fue pírrica. También hay experiencias internacionales amargas. La más bochornosa fue la del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), de El Salvador, que ya transformado en partido político tuvo que admitir que había dejado una gran caleta de armas en Nicaragua, cuando esta fue hallada después de concluido el desarme.

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Hasta ahora la ONU ha registrado 6.300 armas de las Farc en las zonas veredales, y al momento han recibido cerca de 300. La inteligencia de las Fuerzas Armadas calcula que el total de armas en posesión de los guerrilleros son 5.700 fusiles, 500 ametralladoras y 1.200 armas cortas. Pero nadie sabe a ciencia cierta cuántas hay en caletas. Las propias Farc no se atreven a dar una cifra.

De todos modos quienes más pierden si no hay transparencia total son las propias Farc. Su entrada a la política no puede estar empañada por ninguna sospecha, y ellos lo saben. Por tratarse de un tema tan delicado, que pone en juego la confiabilidad de todo el proceso de paz, esta semana el alto comisionado Sergio Jaramillo le envió una carta a Jean Arnault, jefe de la misión política de la ONU, en la que le solicita que se cumplan los cronogramas pactados, sin atenuantes. Algo que para ser realistas, será imposible.