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Santos ha buscado un equilibrio entre no escalar la pelea con Venezuela pero tampoco quedar como débil ante la opinión interna.

DIPLOMACIA

Sube el tonito entre Santos y Maduro

El presidente y su par venezolano llegaron muy lejos al criticar los asuntos internos del país contraparte.

12 de septiembre de 2015

Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro llegaron muy lejos al criticar los asuntos internos del país contraparte. Aunque Colombia y Venezuela han tenido una larga historia de incidentes y conflictos, no se había visto tal desborde en los discursos de los presidentes para criticar en forma tan abierta al vecino.

Santos ha sido claro en que prefiere los mecanismos diplomáticos y el diálogo directo antes que la diplomacia del micrófono. “En mi radar, dijo esta semana, para administrar las relaciones exteriores no caben el irrespeto ni los insultos, ni las payasadas ni las mentiras”. El mandatario colombiano ha sido más cauteloso que el de Venezuela. Pero en la medida en que se ha prolongado la crisis, que comenzó el 21 de agosto cuando Maduro cerró la frontera, ambos han escalado el discurso. El solo hecho de que Santos haya dicho que no cree “en las payasadas y en las mentiras”, sugiere que Maduro sí lo está haciendo.

Es claro que Venezuela quiere más la confrontación verbal que Colombia, y que Maduro ha contestado los deslices de Santos con mayor volumen y exageración. Como resultado, lo que en un principio era una crisis fronteriza, la semana pasada escaló a una batalla diplomática por la información. Maduro acusa a Colombia de no haber solucionado problemas ancestrales que han originado la migración de miles de ciudadanos a Venezuela en lo que voces de tanto prestigio, como The Economist, han llegado a calificar como la búsqueda de un chivo expiatorio para explicar los males de su país. Santos piensa que el origen de la situación actual es el impacto de la coyuntura petrolera en una economía mal manejada bajo el concepto de “socialismo del siglo XXI”. Y cada uno quiere convencer al mundo de su punto de vista.

El miércoles pasado el gobierno venezolano pagó un aviso de página entera en The New York Times para difundir su postura. Se refirió al conflicto colombiano de 50 años, y a flagelos que han golpeado al país como el narcotráfico y el paramilitarismo. Santos reaccionó con más vehemencia e indignación que las cuidadosas respuestas que había dado hasta el momento. Dijo que “la revolución bolivariana se está destruyendo a sí misma” y que sus problemas no se solucionan “culpando de todo a los colombianos”.

El tire y afloje siguió creciendo. Maduro llegó a decir que Santos ya no era el presidente que había conocido hasta ahora y que “se parecía a Santander” –lo que en la república bolivariana se considera un insulto– y Santos respondió que se siente orgulloso de ese apelativo porque siempre ha sido seguidor de ese prócer. “La espada de Bolívar nos dio la independencia pero las leyes de Santander nos dieron la libertad”, dijo.

Mientras el tono confrontacional subía –y crecía la preocupación de la comunidad internacional– la opinión pública de ambos países fue asimilando los discursos de sus mandatarios, y en general lo hizo con actitud positiva. Santos ha intentado mantener la calma y la prudencia, pero le ha hecho concesiones a una retórica más dura porque es lo que le piden parte de la opinión, el Congreso y la oposición uribista. Ha buscado un equilibrio entre no escalar la tensión con Venezuela y demostrar que no es débil. En el balance, subió 8 puntos de aprobación en la más reciente encuesta de Datexco y la oposición mermó sus críticas. Un intento del Partido Conservador por propiciar un voto de censura contra la canciller María Ángela Holguín tuvo que ser retirado después de que el expresidente Álvaro Uribe manifestó su desacuerdo.

Maduro, por su parte, encontró un argumento para sacarle el cuerpo a la responsabilidad por la escasez y la inflación, y para presentar todos los males como consecuencia de “la guerra económica y el paramilitarismo” que vienen de Colombia y no de su modelo económico y de la ineficacia de su gestión.

Una vez los dos presidentes empataron en sus discursos externos que les daban algún rédito en la política interna –y los dos países están en campaña electoral– lo más probable es que la tirantez diplomática entre en un proceso de distensión. En todas las intervenciones de la semana pasada, Santos y Maduro dejaron abierta la puerta a una reunión cara a cara y a la búsqueda de una salida mediante el diálogo. Para este fin de semana estaba acordado un encuentro entre las dos cancilleres, María Ángela Holguín y Delcy Rodríguez en Quito, propiciado por los presidentes Rafael Correa, de Ecuador, y Tabaré Vásquez, de Uruguay.

Recuperar la normalidad diplomática plena no va a ser fácil. Los dos países endurecieron sus posturas, va a tomar tiempo desandar el camino recorrido, y los problemas de fondo son muy complejos. Aunque la comunidad internacional no proveerá ninguna solución, las agresiones llegaron tan lejos que obligaron a que se involucraran actores externos. La canciller Holguín visitó a los organismos de derechos humanos y migraciones de la ONU en Ginebra, y luego se entrevistó con el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos está en la frontera, en el lado colombiano porque el gobierno venezolano le impidió la entrada. Maduro, por su parte, después de un diálogo de pasillo en un evento en China con Ban Ki Moon, también envió a su canciller a Nueva York para profundizar la explicación del punto de vista de su país.

El pulso político y diplomático, a estas alturas, tiene tres componentes. En primer lugar, una disputa sobre la interpretación de lo que está ocurriendo. Colombia dice que hay una crisis humanitaria generada por las deportaciones masivas ordenadas por el gobierno venezolano en abierta violación de los derechos humanos. Venezuela, en la otra orilla, dice que esas medidas –y el cierre de la frontera– son legítimas y pretenden disminuir el impacto de la migración de colombianos, de la acción del paramilitarismo y del contrabando de productos esenciales.

El segundo punto es de más largo plazo. ¿Cuál será el tratamiento que se les dará a problemas que existen, pero que no son de solución inmediata? El contrabando tiene que ver con la coexistencia de dos modelos económicos totalmente distintos. Colombia tiene una economía capitalista y de libre mercado, mientras la de Venezuela es una economía controlada y regulada. Las tasas de cambio y los precios son tan distintos, que siempre van a estimular el contrabando. Y ninguno de los dos países va a modificar su régimen interno, en el cual cree, con el único objetivo de mejorar las relaciones con el vecino.

El tercer tema es cómo salir de la encrucijada actual. Por el momento, Ecuador y Uruguay tienen la batuta. Los presidentes Correa y Vásquez fueron preferidos sobre otras opciones que habían ofrecido las mandatarias de Brasil y Argentina, Dilma Roussef y Cristina Fernández. En el caso de Ecuador –que votó por Venezuela en la OEA– es un aliado ideológico del chavismo en el Alba, que al mismo tiempo ha manejado con sabiduría su relación fronteriza con Colombia –en la que también ha habido diferencias– y que probablemente será la sede de los diálogos entre el gobierno Santos y el ELN. Y Uruguay –que votó por Colombia en la OEA– ha fortalecido su posición internacional desde los tiempos de Pepe Mujica y no genera resistencia. Desde el punto de vista formal, Correa es el presidente de la Celac y Vásquez, de Unasur.

Falta ver qué lograrán, más allá de acercar a Colombia y a Venezuela para conversar. Porque las negociaciones de fondo son estrictamente bilaterales. Y porque nadie puede dar por seguro que el presidente venezolano quiera superar la crisis diplomática antes de las elecciones del 6 de diciembre. De hecho, muchos analistas consideran que su verdadera intención es suspender los comicios porque las condiciones actuales del país favorecen a los opositores. Una razón más para descartar la hipótesis de que habrá una solución fácil y pronta.