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A pesar de la falta de consenso, no es imposible que dentro de algunos años la Cumbre de Cartagena sea vista como el punto de inflexión que cambió el rumbo del veto a Cuba y del tratamiento al problema de las drogas

DIPLOMACIA

Cumbre de las Américas: ¿al fin qué?

Para muchos el evento fue un gran éxito. Para otros, todo un fracaso. ¿Quién tiene la razón?

21 de abril de 2012

Sobre la Cumbre de Cartagena se han dado cuatro argumentos para esgrimir que fue un fracaso. 1) Que las cumbres son eventos protocolarios sin contenido ni consecuencias. 2) Que el presidente Santos aspiraba a producir una declaración final de consenso, lo que no se logró. 3) Que la anunciada presencia de Chávez y los países del Alba no se materializó, con excepción de Evo Morales. 4) Que tres presidentes se retiraron de manera imprevista y anticipada. Los cuatro argumentos son completamente ciertos, pero de ellos no se desprende que la cumbre haya sido un fiasco.

Que las cumbres son inocuas no hay ninguna duda. Tanto es así que nadie recuerda el contenido de ninguna. Aunque los colombianos se sintieron el centro de atención internacional durante esa semana, si no hubiera sido por el episodio del Servicio Secreto con las prostitutas, la Cumbre, como las anteriores, habría pasado inadvertida ante el mundo. ¿Quién se acuerda de qué se discutió o qué se acordó en la Cumbre de Trinidad y Tobago en 2009, o en cualquier otra?

Paradójicamente, el 'fracaso' de Santos es lo que pone a la Cumbre de Cartagena en una categoría aparte. El hecho de que hubiera temas espinosos como la droga, Cuba y Las Malvinas hizo que la reunión tuviera contenido; y el forcejeo alrededor de estos permitió una medición de fuerzas. Ante la evidente imposibilidad de un consenso, lo que quedó claro es que el principal recurso que le queda a Estados Unidos en el continente es el derecho de veto.

En épocas anteriores ese país fijaba la agenda y 'convencía' a su patio trasero de la conveniencia de apoyarla. Eso sucedió con la guerra contra las drogas, la exclusión de Cuba y el Consenso de Washington. Hoy en día América Latina tiene una voz más independiente y sus intereses no coinciden con el de Estados Unidos y su único aliado, el gobierno conservador canadiense. Esa falta de consenso se tradujo en que se evidenciara un relativo aislamiento de las potencias del norte. Si bien la dependencia económica de estas se mantiene, la subordinación política se está erosionando.

Eso se vio ante todo en el caso de la política antidrogas y la exclusión de Cuba. Decir que en ninguno de estos dos frentes se logró un resultado concreto es una tontería, pues desde antes de la llegada a Cartagena el gobierno norteamericano había dejado saber su negativa frente a ambos temas. Sin embargo, el debate alrededor de estos mostró que la mayoría de los países de América Latina son abiertamente partidarios de reintegrar a Cuba a esa comunidad y de revaluar la guerra contra las drogas. Ya es evidente para todo el mundo que el bloqueo a Cuba, después de 52 años de la llegada de Fidel Castro al poder, y la estrategia represiva contra las drogas, después de 41 años desde que Nixon la proclamó, han producido lo contrario de lo que pretendían: acabar con el consumo de drogas ilícitas y devolver a Cuba a la democracia.

La intransigencia de Estados Unidos en relación con los dos temas anteriores (además de Las Malvinas) es la verdadera noticia de la Cumbre de las Américas. Lo que muestra es una relación de fuerzas que está cambiando. Y la consecuencia de esto es que la reunión en Cartagena se convirtió en el punto de inflexión en estos dos temas. Dentro de unos años, cuando Cuba esté reintegrada al resto del continente y la marihuana y, quizás, otras drogas estén despenalizadas o legalizadas, el intento frustrado de un acuerdo de la semana pasada será visto como el momento en que las cosas comenzaron a cambiar. A pesar del veto estadounidense, esta fue la primera vez que el tema de las drogas se discutió en una cumbre de ese nivel.

La ausencia del presidente Chávez y el boicot de los presidentes de Ecuador y Nicaragua fueron reveses diplomáticos más incómodos que trascendentales. Como la razón de fondo era la ausencia de Cuba, las relaciones de Colombia con esos tres países no cambian: con Venezuela y Ecuador, bien, y con Nicaragua, regular. Incluso se podría especular que a pesar del boicot quedaron sorprendidos con que Santos, delante de Obama, no solo abogó por la reintegración de Cuba, sino que llegó a criticar el embargo.

Más delicados fueron los retiros anticipados de tres de los presidentes. Aunque invocaron excusas diplomáticas, no deja de tener significado que los invitados se paren de la mesa en medio del banquete. Evo Morales se fue más en protesta contra Estados Unidos que contra Colombia. Cristina Fernández se fue por "el olvido" del presidente Santos de Las Malvinas. Pero la deserción que sí podría tener algún alcance es la de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff. Santos, para consolidar su imagen de 'bisagra' entre los dos colosos del continente, quería darles un tratamiento simétrico con una reunión bilateral con cada uno de sus presidentes. No obstante, la heredera de Lula, que ya venía molesta desde su visita a Estados Unidos, prefirió cortar por lo sano y canceló la suya con Santos, aduciendo motivos de agenda.

Desde el punto de vista del evento, sin duda alguna fue un gran éxito. La organización y la seguridad fueron impecables. El presidente Santos vendió al país y se vendió a sí mismo en forma inmejorable. Los asistentes a Cartagena salieron con la impresión de que Colombia, con la transformación de la última década, se ha convertido en un país dinámico que salió de un túnel oscuro y que está muy bien gobernado. El encuentro de empresarios, organizado por Luis Alberto Moreno (BID) con el apoyo de Luis Carlos Villegas (Andi), fue de la talla de un foro económico mundial y no tuvo ningún lunar. Si hubo algo de escepticismo en el mundo de la política, en el mundo de los negocios no hubo sino ovaciones. El costo (alrededor de 35 millones de dólares), que ha sido objeto de controversia, no es superior al de otros eventos de esta naturaleza.

Lo que ha sorprendido a muchos es que, después de semejante pantallazo internacional, la encuesta Ipsos Napoleón Franco, realizada inmediatamente después de la Cumbre, arroja resultados desalentadores para la Casa de Nariño. Lo que se podría anticipar como el punto más alto del gobierno Santos, se convirtió en el punto más bajo, pues dejó su nivel de popularidad y el del gobierno por debajo del 60 por ciento (ver artículo).

De todo lo anterior se desprenden varias conclusiones. La principal es la independencia creciente del resto del continente frente a Estados Unidos. El primer resultado de esta es que no habrá más cumbres de las Américas sin Cuba. Esta posición, que es el caballito de batalla del grupo de los países del Alba, es compartida más discretamente por casi todos los países de la región. Un efecto colateral es el aumento de la irrelevancia de la OEA. Como existe una creciente incompatibilidad de caracteres entre Estados Unidos y los otros países miembros, el protagonismo de ese organismo en los debates claves del continente será cada vez más modesto.

Y lo más triste de todo es que el evento internacional más importante que ha albergado Colombia terminó opacado en la prensa del resto del mundo por un escándalo que puso a Cartagena en las primeras páginas como destino de turismo sexual. La colorida relación de agentes del Servicio Secreto de la Casa Blanca con prostitutas locales fue la principal noticia que dejó la Cumbre y se está convirtiendo, en Estados Unidos, en un escándalo enorme. El triste e injusto final de todo esto es que, al cierre de esta edición, en lugar de Santos en la carátula de Time o de la belleza de Cartagena, le están dando la vuelta al mundo las fotos de Dania, una madre soltera de 24 años que, al parecer, sirvió de prepago a un guardaespaldas de Obama.