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Moisés Naím, analista internacional y ex director de la revista ‘Foreign Policy’, afirma que hoy el poder “es más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder”.

ENTREVISTA

“El poder se acabó”

El académico y periodista venezolano Moisés Naím argumenta en su último libro que el poder global se ha debilitado y explica las razones. SEMANA lo entrevistó en Washington.

13 de abril de 2013

El poder ya no es lo que era, afirma el académico, exministro y periodista venezolano Moisés Naím en el libro que acaba de publicar en Estados Unidos. Editado por Basic Books con el título The End of Power (El final del poder) y elogiado por expresidentes como el estadounidense Bill Clinton y el brasileño Fernando Henrique Cardoso, por millonarios filántropos como George Soros y periodistas como Arianna Huffington, directora de The Huffington Post, el libro sostiene como tesis central que “el poder es ahora más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder”. Empresas multinacionales, regímenes políticos y grandes ejércitos caen dentro de los perjudicados.

SEMANA: ¿De qué forma respalda esa teoría?

MOISÉS NAÍM: La respaldo en la circunstancia de que las barreras que protegen a los poderosos son ahora más frágiles, más fáciles de vulnerar. Los poderosos han ejercido el poder porque han tenido algún activo especial, alguna combinación de características que les han permitido el control sobre ciertas cosas. Es decir, porque han tenido armas, dinero, tecnología o el control de una zona geográfica. Y eso cada vez más les resulta menos eficaz. En materia política, el mundo se ha hecho más inseguro para los regímenes autoritarios. Fíjense en esta estadística. En 1977, había 89 países gobernados por autócratas y en 2011 solo 22. Actualmente, y por primera vez en la historia, más de la mitad de la población mundial vive bajo sistemas democráticos, aunque China, que con más de mil millones de habitantes es el país más poblado del mundo, no vive en democracia.

SEMANA: ¿También ha disminuido el poder para la empresa privada, o el fenómeno ocurre solo en la política?

M. N.: Claro que sí, y es muy evidente. Según un estudio de dos profesores de la Universidad de Nueva York, las probabilidades de que en 1980 una empresa que estuviera dentro del 20 por ciento de las más poderosas en Estados Unidos saliera de ese porcentaje en los siguientes cinco años era de tan solo el 10 por ciento. En 2000, en cambio, el riesgo había crecido hasta el 25 por ciento, es decir, a más del doble. Hay datos sorprendentes que demuestran cómo ninguna compañía está exenta del peligro de ser desalojada de esa lista soñada. Doy uno nada más. Hace poco, la Kodak, que era la compañía líder en el sector de la fotografía en los años setenta, se fue a la quiebra. Por contraste, casi simultáneamente con esa bancarrota, otra empresa, Instagram, que es una aplicación relacionada con la fotografía, con solo 13 empleados y poco menos de dos años de existencia, fue vendida por mil millones de dólares.

SEMANA: ¿No se salvan entonces ni los presidentes ejecutivos de las multinacionales, los llamados CEO, que antes parecían intocables?

M. N.: Ser CEO tampoco es una garantía de nada, lo cual constituye una prueba más de cuánto se ha debilitado el poder en los últimos tiempos. En 1992, cualquiera de los presidentes de las que según Fortune eran las 500 compañías más poderosas de Estados Unidos tenía un 36 por ciento de posibilidades de mantener su puesto de trabajo durante los siguientes cinco años. En 1998, esa cifra había caído al 25 por ciento. Y en 2005 la situación cambió hasta tal punto, que el promedio de duración en el cargo de uno de esos presidentes ejecutivos era de solo seis años. 

SEMANA: ¿Han perdido también el poder los grandes ejércitos?

M. N.: Como digo en el libro, hoy en día las guerras son más asimétricas y el poder militar no es tan determinante como antes. Últimamente se han dados casos en que grandes ejércitos se enfrentan a pequeños grupos armados, insurgentes o separatistas, y pierden. Un ejemplo: entre 1800 y 1849, el bando más débil en ese tipo de enfrentamientos asimétricos ganó el 12 por ciento de las veces, mientras que entre 1950 y 1998 se impuso el 55 por ciento de las ocasiones. ¿Por qué? Porque esos grupos pequeños tienen ahora más posibilidades de causar bajas a un costo económico menor. Hoy en día es más probable que los débiles triunfen.

SEMANA: ¿Por qué las barreras que antes protegían a los poderosos son hoy más frágiles?

M. N.: Eso se debe a tres factores que he llamado revoluciones: la del más, la de la movilidad y la de la mentalidad.

SEMANA: ¿Qué es la revolución del más?

M. N.: Que estamos viviendo en un mundo de abundancia, donde hay más de todo. Para empezar, hay más gente que nunca antes. Si a la humanidad le tomó hasta 1950 para tener 2.000 millones de habitantes, ahora somos 7.000 millones de personas. En dos décadas la población de la Tierra aumentó 2.000 millones de personas. También hay más ingresos. El nivel de ingreso ha aumentado cinco veces desde 1950 y el ingreso per cápita es 3,5 veces mayor que en ese año. Pero no solo somos más y tenemos más sino que somos más jóvenes. Este es el planeta más joven de todos los tiempos. Nunca ha habido más jóvenes que ahora. Así mismo, actualmente hay más países, más computadores, más educación, más grupos criminales, más organizaciones no gubernamentales, más dinero, más enfermedades.

SEMANA: ¿Y la de la movilidad?

M. N.: En eso el mundo ha cambiado igualmente. Es mucho más urbano, por ejemplo. Cada año 65 millones de personas migran del campo a la ciudad. Esto equivale a siete veces la población de Chicago o a cinco la de Londres. Pero las migraciones no son solo de las zonas rurales a los centros urbanos. De acuerdo con las Naciones Unidas, la cantidad de migrantes de un país a otro es de 214 millones, de modo que ha crecido casi un 40 por ciento en los últimos 20 años. La cantidad de dinero que mueven las remesas ha variado increíblemente. En 1980, los inmigrantes enviaban a sus países 37.000 millones de dólares. Ahora mandan 449.000 millones.

SEMANA: ¿Por qué asegura que las revoluciones del más y de la movilidad desembocan en la de la mentalidad?

M. N: Porque las expectativas de tanta gente con más ingresos, en más ciudades, con mayores expectativas de futuro y más tecnología a la mano en este planeta de abundancias, ha hecho que la gente no acepte más la idea del poder tradicional. Los ciudadanos ya no admiten la idea de que ‘esto se hace así porque yo digo’ ni de que ‘esto se hace así porque siempre se ha hecho de esa forma’. Y ese fenómeno dificulta el ejercicio del poder y, claro, su abuso. Cómo será que hace poco Zbigniew Brzezinski, que fue consejero de Seguridad Nacional del presidente estadounidense Jimmy Carter, dijo algo inquietante: “Es infinitamente más fácil matar a un millón de personas que controlarlas”. 

SEMANA: ¿Es buena o mala la erosión del poder?

M. N.: Tiene muchísimas cosas buenas. Ahora los monopolios, los piratas o los autoritarios peligran más. Y eso, para los votantes, los ciudadanos del común, los que antes no tenían acceso al poder es una fuente de mayores oportunidades.

SEMANA: La semana pasada, el editor de la sección de opinión dominical de ‘The Washington Post’, Carlos Lozada, escribió que desde ‘El fin de la historia’ de Francis Fukuyama han aparecido docenas de libros con títulos semejantes, como ‘El fin del sexo’ o, ahora, ‘El fin del poder’. Y que eso puede ser una estrategia de venta. ¿Qué opina?

M. N.: Que, como dijo el propio Lozada, los subtítulos también cuentan. Y el de mi libro, que es “de las salas de juntas a los campos de batalla y de las Iglesias a los Estados” deja claro que estamos ante el final del poder tal como lo habíamos vivido hasta ahora.