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Se estima que en Bogotá habitan alrededor de 15.000 indígenas, lo que representa al 5 por ciento del total de esta población que vive en las urbes. | Foto: León Darío Peláez

EL PODER DE LAS RAZAS

Ciudades, territorio indígena

Más del 20 por ciento vive en las urbes. Aunque retornar a sus tierras es la solución para muchos, hay quienes le apuestan a una vida digna y productiva en la ciudad.

2 de julio de 2016

Una mirada rápida a la presencia de indígenas en las ciudades llevaría a concluir que están en el lugar equivocado. Pero estudios profundos de este fenómeno señalan que más del 60 por ciento de los casi 300.000 que residen en las cabeceras municipales –según el último censo de 2005– llegaron motivados por acceder a oportunidades laborales y de estudio que mejoren sus condiciones de vida. Son personas que proyectan su vida y la de sus hijos en estos contextos. La ciudad también es su hogar y su futuro.

Según las cifras del Dane, el 21,5 por ciento de toda la población indígena del país habita las urbes. La misma entidad determinó que el 33,57 por ciento –la mayoría– migran a las ciudades por motivos familiares y solo el 12,27 por ciento por cuestiones de seguridad. Aunque son cifras de 2005 ese escenario se mantiene, dice el antropólogo y demógrafo Andrés Lara, quien participó en el informe ‘Políticas de reconocimiento: cabildos indígenas en contextos de ciudad’ (2014), publicado por el Ministerio del Interior, con apoyo del Programa para Afrodescendientes e Indígenas de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) y varios cabildos indígenas. Y las principales causas de migración también permanecen: motivaciones económicas, estudio y desplazamiento forzado.

El informe del Mininterior y Usaid sostiene que varios sectores indígenas le están apostando a una vida digna y productiva en las ciudades, un reto difícil teniendo en cuenta las condiciones de vida que muchos afrontan. Una gran porción reside en sectores inseguros y marginales, en alto riesgo de desastres naturales, sin servicios públicos básicos y muchas veces bajo el dominio de grupos delincuenciales. Y también está la informalidad laboral que limita su desarrollo.

Las ciudades principales acogen a la gran mayoría de esta población. En Bogotá habitan los muiscas (5.712), los coyaimas (2.658), los nasas (736), los wayúus (562) y otras 90 etnias incluyendo comunidades extranjeras. En Medellín, los pueblos más representativos son el wayúu (con 595 personas)y el nasa. Y este último es el que tiene más presencia en Cali (unos 2.600), seguido por los yaconas.

Los indígenas en las ciudades son tantos y de procedencias tan diferentes, que han encontrado en los cabildos urbanos un punto de unión. Existen alrededor de 170 de estos cabildos en todo el país y su propósito es promover espacios para que estos pueblos étnicos reclamen sus derechos, conserven sus identidades, alimenten sus sistemas de gobierno y mantengan la cohesión social. Y aunque algunos cabildos urbanos tienen más de 30 años de historia, el Estado aún no los ha reconocido. El Ministerio del Interior formuló un protocolo con este fin, pero aún no lo ha presentando ante los pueblos indígenas para su consulta previa.

Luis Fernando Arias, indígena kankuamo y consejero mayor de la Organización Nacional Indígena de Colombia (Onic), señala que esa falta de reconocimiento les ha impedido adelantar acciones como contratar y firmar convenios que les permitan desarrollar su identidad, reclamar sus derechos y participar en las dinámicas urbanas. Para Arias lograr ese respaldo del gobierno es esencial, pero también es un defensor del retorno a los territorios: “El desempeño de los indígenas es mucho mejor en la tierra, donde prevalece su conexión con la naturaleza. Esperamos que en un escenario de posconflicto el Estado ofrezca seguridad, educación, infraestructura y más atención en los territorios, para pensar en ese retorno”.