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RECONCILIACIÓN

¡Resucitó El Salado!

El Salado sufrió en el año 2000 una de las peores masacres en la historia de Colombia. Con el protagonismo de sus habitantes y el apoyo de la Fundación Semana y de más de 100 entidades públicas y privadas, este pueblo de Bolívar vive hoy su segunda oportunidad sobre la Tierra.

28 de abril de 2018

¿Cómo se reanuda una vida después de que un puñado de hombres endiablados irrumpe en el pueblo y asesina a los vecinos al ritmo de gaitas y tambores? ¿Cómo se reconstruye un pueblo que fue por unos días el escenario de uno de los capítulos más horrendos de la violencia en Colombia? ¿Cuál es el camino para regresar del infierno?

En febrero de 2000 la muerte se ensañó con El Salado, un recóndito corregimiento del departamento de Bolívar. Un día, 300 paramilitares invadieron el pueblo, mataron a más de 60 personas de las peores maneras imaginables, y bebieron y bailaron como en una corraleja macabra. Y cuando se fueron, dejaron una marca imborrable en cada uno de los sobrevivientes.

Todos ellos huyeron horrorizados hacia cualquier parte, y el otrora próspero El Salado se convirtió en un pueblo devorado por la maleza y habitado solo por fantasmas. Pero solo dos años después, al menos 100 regresaron decididos a reiniciar una vida a pesar de todo. Además del miedo instalado en lo más profundo de sus corazones, los valientes también tuvieron que sobreponerse al abandono del Estado y de la sociedad.

Hacia 2008, la entonces editora de seguridad de SEMANA y hoy integrante de la Comisión de la Verdad, Martha Ruiz, viajó a la zona para hacer un reportaje, y a su regreso pintó un panorama sobrecogedor. “La guerra en todo caso acabó con una comunidad que tenía en la tierra una promesa de progreso. Algo que seguramente podrán disfrutar otros. Pero no quienes nacieron y vivieron allí”, escribió en ese momento.

Lea aquí el reportaje de Marta Ruiz: Fiesta de sangre: así fue la masacre de El Salado

El relato de Ruiz impresionó tanto, que en la redacción surgió la idea de montar un laboratorio de paz que trazara una ruta para la reconstrucción colectiva de El Salado. “Entendimos que no podíamos seguir cubriendo la violencia sin meterle también el hombro a la reparación de las comunidades destrozadas por ella”, dice María López, creadora de la Fundación Semana, la organización que desde ese momento asumió el liderazgo del proyecto.

Sin mucha experiencia, pero con mucha energía, y bajo la dirección de Claudia García, la fundación tocó las puertas de más de 140 organizaciones públicas y privadas para que conformaran una alianza que convirtiera a El Salado en un ejemplo de reconciliación en el país. “Un principio guiaba todo el proceso: escuchar a las comunidades en lugar de planear su futuro desde escritorios alejados”, dice García.

Por eso, armaron mesas temáticas sobre educación, infraestructura, salud, desarrollo productivo y comunitario, cultura y seguridad. En cada caso privilegiaron las soluciones más urgentes. Este diagnóstico permitió entender que, a pesar de las necesidades básicas insatisfechas, sanar el alma de los saladeros mediante la reconstrucción del lugar donde ocurrió la masacre era la prioridad.

La gente de El Salado contaba con su Casa de la Cultura como su principal lugar de encuentro, y después de ese fatídico momento la población no la volvió a usar. Entonces, la fundación contactó al reconocido arquitecto Simón Hosie, quien donó un diseño de la casa basado en información histórica y etnográfica proporcionada por los habitantes del corregimiento.

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Hoy la Casa del Pueblo, como la bautizaron los saladeros, es un espacio de techos altos que imitan a los ranchos de paja de la región, con lugares abiertos en los que la gente reposa en una hamadora, la fusión de la hamaca y la mecedora que es uno de los productos típicos de El Salado.

El 1 de noviembre de 2010 los propios habitantes demolieron la antigua Casa de la Cultura, en un acto simbólico en el que usaron sus propios burros para derribar los muros. Ese día también limpiaron las losas de la cancha de fútbol que quedaba frente a ella, el lugar donde ocurrió la peor parte de la tragedia, para convertirlo en un camposanto que recordará por siempre a las víctimas de la masacre.

“Se puede decir que ese día también comenzó una nueva época en El Salado”, dice Lucho Torres, quien lideró con varios de sus vecinos el retorno al pueblo en 2002 y ha trabajado muy de cerca con la fundación en el proceso. Torres cuenta que desde entonces han construido más de 21 proyectos que han solucionado temas como el abastecimiento de agua, el mejoramiento de la carretera y un programa de educación permanente para los niños de 0 a 5 años, entre otros.

Aunque el centro poblado de El Salado contaba con un acueducto alimentado con una fuente subterránea de agua, el sistema apenas la bombeaba cada dos o tres días por solo unas tres horas. Las personas debían almacenarla en tanques de plástico en sus casas, pero allí estaba muy expuesta a contaminarse. Ahora, la energía solar impulsa un dispositivo de bombeo continuo a tanques elevados, y el agua pasa por un proceso de cloración que asegura una mejor calidad para los habitantes del pueblo.

La situación en las veredas de El Salado fue completamente diferente. La necesidad más urgente era tener acceso a agua apta para el consumo humano porque las personas debían desplazarse por horas para recogerla en jagüeyes, en los que también bebían animales. Pero gestionar la construcción de un acueducto habría podido tardar mucho tiempo por la magnitud de los recursos requeridos. Por eso, una vez analizado el régimen de precipitaciones de la zona, construyeron sistemas de almacenamiento de agua lluvia que incluso abastecen en las épocas de sequía.

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En este apretado recuento también se pueden mencionar obras como la pavimentación de la vía entre El Salado y Carmen de Bolívar, la capital regional, que redujo en más de una hora el tiempo de viaje. O el programa Aeiotü, que devolvió la educación a los niños e incluyó la capacitación de maestros y la adecuación de instalaciones. Este programa se convirtió en la punta de lanza del retorno, pues tener la posibilidad de educar a sus hijos era uno de los incentivos más poderosos para que los saladeros desplazados regresaran a su territorio.

Todos estos proyectos le dieron un nuevo aliento a El Salado y permitieron a sus habitantes recuperar la esperanza arrebatada por la violencia. Ocho años después de ese acto simbólico en la Casa del Pueblo, El Salado se ha convertido en un ejemplo exitoso de reparación colectiva para superar los estragos de la guerra. Allí, muchas de las entidades participantes pudieron poner a prueba en el terreno sus programas de intervención social y afinarlos para entregarle al país un modelo ensayado en la vida real.

¿Cuál es el camino para regresar del infierno? Para Claudia García la enseñanza es tan simple como poderosa: “Reconstruir no es el ejercicio de ejecutar proyectos, sino de facilitar procesos. De nada sirve un modelo de reconstrucción si no consigue convertirse en algo autónomo y autosostenible. De nada sirve si no es decidido y conducido por la propia comunidad”. 

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Evolución y expansión

Después de los retos y las lecciones aprendidas en El Salado como un laboratorio de reconstrucción colectiva, la Fundación Semana, con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo y el Fomin, decidió apostarle a una visión más regional y concentrar sus esfuerzos en los Montes de María.

Así nació la Agencia de Desarrollo Territorial para los Montes de María llamada La Regional–Centro Integral de Gestión del Desarrollo de los Montes de María. La Regional es un espacio de articulación entre las organizaciones de base, entidades públicas y organizaciones privadas para trabajar alrededor del cuidado del agua, la competitividad, la gobernanza y la gestión de información.