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Pastor Alape Lascarro nació en el seno de una familia campesina en 1959. Militó en la Juventud Comunista en pleno Estatuto de Seguridad de Turbay Ayala. Decidió irse a las Farc en diciembre de 1979. | Foto: foto: juan carlos sierra - semana

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Las hijas que la guerra le quitó a Pastor Alape

Esta es la estremecedora historia del reencuentro que vivió el exguerrillero de las Farc con sus hijas después de dejar las armas. Como él 1.924 excombatientes buscan hoy recuperar la custodia de sus hijos.

28 de julio de 2019

Uno de los secretos mejor guardados por los protagonistas de la guerra en Colombia tiene que ver con su vida familiar. Guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes siempre han protegido con el mayor sigilo a sus hijos. Son su lado flaco y difícilmente van a cambiar esa percepción. A pesar de que muchos excombatientes de las Farc bajaron la guardia con el tema y dejaron entrar a sus vidas 2.200 bebés nacidos después de la firma del acuerdo de paz, siguen prevenidos. Sienten el mismo miedo que quienes intentan recuperar la custodia de los hijos que les arrebató la guerra. Pocos en la clandestinidad, antes de entregárselo a un familiar o un tercero, los registraron como suyos.

“Me llamo Mónica*. Soy la hija de Pastor Alape”, le dijo en 2017 una mujer de 27 años de piel trigueña, cabello negro y ondulado al excombatiente que tenía a cargo el Espacio de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Arauca. Llevaba más de una década preguntando el nombre de su papá. Había soportado los regaños que le daba su madre en Venezuela cada vez que la interrogaba al respecto, pero en ese instante nadie se interponía. Como pudo, el hombre llamó al exjefe guerrillero que lidera el tránsito de las Farc a la vida civil, y por primera vez, así fuera detrás de la bocina, los puso en contacto.

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¿De qué habla un padre con una hija que conoce después de tanto tiempo?, le preguntan a Pastor Alape Lascarro cada vez que cuenta la historia. Él responde que en la llamada no hubo tiempo para vacilar. Una vez confirmaron que coincidía el nombre de la madre, los dos se sumergieron en un mar de lágrimas. Para él acabó la interminable búsqueda y a ella se le desapareció el miedo que tenía atorado en la garganta. Un sentimiento que crecía de solo pensar que no la reconocería como hija. Aunque sus tíos le aseguraron que el hombre que aparecía en Telesur hablando del proceso de paz era su papá, no era fácil encontrar consuelo.

De la mano de otros excombatientes, Pastor Alape recibió un cuadro pintado con la imagen de sus padres.

A los dos los separaron las dinámicas de la guerra pero también una arbitraria decisión. Dos meses antes de dar a luz, mientras las Farc se preparaban para resistir la ofensiva a Casa Verde, el cuartel general del grupo insurgente en Meta, la compañera de Pastor Alape fue a dar a la frontera buscando a su familia. Con la niña en brazos, regresar no era una opción. Se olvidó del exintegrante del naciente Bloque Oriental y sin dejar rastro abandonó su militancia en la guerrilla.

Cortar distancias

Si bien el aborto era una práctica recurrente en la guerrilla, la mamá de Mónica llevó su embarazo hasta el final. “¡Cuidado!, guarde distancia con su papá. Por hacerle daño a él, la lastiman a usted”, le dijo la mujer a su hija desde que se enteró que lo estaba buscando y se lo repitió cuando le contó que se mudaría a Colombia. Le dio la noticia a Alape después de que lo contactó. Iba tras él pero también de su esposo, un migrante venezolano que llegó al país a buscar trabajo.

Aunque lo tomó por sorpresa, el exguerrillero no chistó. Siente que no tiene autoridad para regañarla o cuestionarla, por eso trata de seguirle la corriente. Desde hace dos años, Mónica no se desampara de él. Así sea por WhatsApp lleva como una minuta de lo que comió, de si descansó o de dónde está. “Ella es la que me regaña a mí porque fumo o me acuesto tarde”, cuenta Alape. Por seguridad hay reglas que no rompen: nadie va a actos públicos con él y tampoco a restaurantes. Además, los encuentros son mínimos y en casa.

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La relación se volvió más estrecha desde que se enteró de que recibiría a su quinto nieto. A diferencia de lo que él vivió con Cecilia*, su hija mayor, desde que dejó las armas acompaña de cerca a Mónica en su embarazo. Está pendiente de lo que necesite mientras intenta resolver el trámite de la patria potestad. Ninguna de sus dos hijas tiene su apellido. A pesar que el excombatiente conservó la identidad de guerra, el linaje de los Lascarro podría terminar con él. Por eso ahora, que dejó la clandestinidad, en la familia esperan terminar el trámite antes de que nazca el próximo heredero.

Dos caras, una moneda

Con Cecilia no fue igual, a ella le tocaron los años más duros del conflicto. Tuvo con su padre el primer contacto en 1986 cuando, tenía 15 días. Ha compartido poco con él, pero mucho la comparan con su hermana. Lo visitó en los campamentos. Incluso, entre los 9 y 14 años, trataron de encontrarse una vez cada año. La relación, sin embargo, se complicó con el tiempo. En 2000, cuando empezó el baño de sangre, Pastor le perdió el rastro por completo.

Con apenas 14 años, a Cecilia le tocó salir de Bucaramanga huyendo de los paramilitares. Llegó hasta Ecuador con los primos de su papá que asumieron la custodia. Fue fácil, en los ochenta y noventa a muchos se les consideraba refugiados políticos y víctimas del conflicto. Allá, ella creció, se educó y organizó su familia. Pasaron diez años antes de asegurarse que su papá había esquivado la muerte. En ese entonces, habían trasladado a Pastor al norte del país con el fin de construir un partido clandestino, convertir a las Farc en un ejército y tomarse el poder.

Con apenas 14 años, a Cecilia le tocó salir de Bucaramanga huyendo de los paramilitares. Llegó hasta Ecuador con los primos de su papá que asumieron la custodia.

Después de huir de la violencia durante tanto tiempo, en 2010 se volvieron a ver. Aunque el encuentro fue emocionante, el recuerdo que quedó grabado en su memoria ocurrió cinco años después. Hasta La Habana llegó la familia del exguerrillero, incluidos los tres nietos que abrazó por primera vez. En la isla, Cecilia se encontró con una versión de su papá que lo acompañaría el resto de la vida: de civil, sin armas, despreocupado. y casado con la salida negociada del conflicto.

Un camino culebrero

Como Pastor Alape, 1.924 excombatientes quieren recuperar la custodia de sus hijos. Uno de los episodios más dolorosos dentro de la Farc, es el de una excombatiente en Urabá que después de dar a luz en 2010, salió huyendo del hospital por miedo a que la capturaran y dejó a su hija en la incubadora. Aunque trató de recuperarla, no lo logró. Ahora no sabe dónde está su hija y le dicen la entregaron en adopción.

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Ninguna de las partes la tiene fácil. Temen que los acusen de haber incumplido sus obligaciones como padres o que, quienes les recibieron a los niños, terminen tras las rejas por participar de una adopción irregular. SEMANA habló con Helí Abel Torrado, especializado en derecho de familia. A pesar de que para el abogado no existe una respuesta genérica, advierte que hay herramientas constitucionales que les dan garantías a los interesados para recuperar la custodia. Dice que no hay que modificar la ley sino poner en marcha un programa que facilite el trámite.

En Colombia, cuando un hijo duda sobre la veracidad de la paternidad puede impugnar. Es decir, alegar ante los jueces de familia que la persona es o no hija de alguien. Otra vía es el Código Civil: “Ni prescripción ni fallo alguno, entre cualesquiera otras personas que se haya pronunciado, podrá oponerse a quien se presente como verdadero padre o madre del que pasa por hijo de otros, o como verdadero hijo del padre o madre que le desconoce”.

En La Habana hablaron de crear un programa de reunificación familiar en la que trabajan el ICBF, la ONU, la Defensoría del Pueblo, Medicina Legal y varias instituciones del Estado. Sin embargo, poco o nada han avanzado. Más de 21 encuentros han sostenido desde febrero de 2018 y todavía no hay propuestas.

Los excombatientes de las Farc, como Pastor Alape Lascarro, se llenan de argumentos jurídicos para darle el apellido a sus hijos. Mientras tanto, con el rabillo del ojo miran preocupados la alarmante cifra de excombatientes y familiares suyos asesinados, que la semana pasada se elevó a 168 y que, aún firmada la paz, está dejando nuevos huérfanos de la guerra.

*Nombres cambiados por solicitud de las fuentes