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La comandante

¿Qué tan grave es la fricción entre la Ministra de Defensa y los generales? Análisis de SEMANA., 56864

10 de marzo de 2003

La pelea de la semana pasada entre la Ministra de Defensa y el comandante de la Fuerza Aérea dejó entre los colombianos un sabor amargo. Aunque el presidente Uribe intentó ponerle punto final a la discusión, con el argumento de que la ropa sucia se lava en casa, y el general Héctor Fabio Velasco ofreció públicamente disculpas por sus críticas a la donación de aviones españoles -incluso manifestó su "devoción personal" por Marta Lucía Ramírez-, lo cierto es que este incidente es tan sólo la punta del iceberg de una tensión mucho más profunda que existe actualmente entre el poder civil y el estamento militar.

Cuando Uribe sorprendió al país con el nombramiento de una mujer para conducir la guerra nadie pensó que sería una luna de miel. Durante los primeros seis meses, de puertas para afuera del Ministerio, todo era entusiasmo y optimismo: había un nuevo gobierno, un presidente al mando y una ministra trabajadora y comprometida. Los colombianos volvieron a recorrer el país por carretera, muchos pueblos descansaron de tomas guerrilleras y varios secuestros terminaron con rescates relámpago.

De puertas para adentro, no obstante, se empezaba a sentir un malestar y ciertas fricciones que no pasaban de ser rumores insistentes en los pasillos del Ministerio y en las salas de redacción de los medios de comunicación. Eran fricciones que, sin embargo, se mantenían dentro de los límites de la normalidad.

Con la bomba a El Nogal la situación se volvió más tensa. La presión sobre el gobierno y los militares creció a medida que la gente comenzó a exigir resultados (que muchos entienden como la captura de un pez gordo del secretariado). Es en medio de esta creciente tensión que el incidente de los aviones de combate donados por España destapó una crisis más profunda.

¿Cual es el problema?

Las discrepancias de los militares con la Ministra tienen mucho que ver con su estilo gerencial, que avasalla con frecuencia el honor militar, pero también con algunos temas de fondo, como la concepción de cómo ganar la guerra.

SEMANA habló con varios oficiales de distinto rango y con analistas del sector para escudriñar la raíz del actual malestar. En general, sienten que Ramírez habla mucho y escucha poco. Una persona cercana a los mandos dice que cuando salieron de la primera reunión con la Ministra, recién posesionada, él les preguntó cómo les había ido y uno de ellos contestó: "Bien. Hablamos hora y media. Ella habló 85 minutos y nosotros cinco".

Un general de dos soles dice que la controversia en torno a los aviones españoles es un típico ejemplo del problema de comunicación que existe internamente, ya que ella aceptó la donación de los ocho Mirage sin discutirlo ampliamente con la cúpula. "Ella evita al máximo andar con los militares y prefiere viajar sola y por eso suceden estas cosas", dice. Se refiere a que no los llevó a su primera reunión en Washington ni tampoco a su reciente visita a España. El argumento de que en medio de esta guerra se necesita que los generales se queden al frente del combate le parece débil porque cree que en estos encuentros se toman decisiones clave que exigen un conocimiento técnico del cual carece Ramírez. "Los militares ven a la Ministra como una persona de buenas intenciones pero que no sabe de la guerra. Y aunque los anteriores ministros tampoco sabían, eran más humildes y tenían la disposición de aprender y de trabajar hombro a hombro con ellos", afirma otro observador cercano a las Fuerzas Militares.

También critican que ni la Ministra ni sus colaboradores más cercanos respetan el conducto regular propio de las jerarquías militares. Ellos esperan que todos los asuntos del sector, incluso los administrativos, sean canalizados a través de los generales de cada fuerza. Y advierten que, por su estilo de ejecutiva, la Ministra se salta al general jefe de cada fuerza y pide directamente cuentas o información a sus subalternos.

Pero quizá lo que más les ofende -según afirmaron fuentes militares, que como todas las demás no quisieron dar su nombre para evitar más controversias públicas- es que sienten que Ramírez a veces toma decisiones en función de su carrera política. Citan el caso de Santo Domingo, Arauca, donde se investiga el supuesto bombardeo de un camión con civiles por parte de la FAC en este caserío. Cuando los periodistas le preguntaron qué opinaba sobre la sentencia de la Corte Constitucional, que transfería de la justicia penal militar a la justicia ordinaria la investigación, ella dijo que el fallo "permitiría esclarecer lo más pronto posible el caso".

Esa respuesta, que bien podría entenderse como la de un funcionario que acata las decisiones judiciales, fue interpretada en los pasillos del comando general como una falta de lealtad. Los militares sienten que, de haber existido un error, habría sido cometido en el ejercicio de las funciones militares y, por lo tanto, su juzgamiento era competencia de la justicia penal militar. "Asumió la posición de los gringos y eso cayó muy mal porque le faltó solidaridad", afirma una alta fuente castrense. Por eso en esa ocasión el comunicado que emitió el comando de las Fuerzas Militares rechazando el fallo iba sin la firma de Ramírez.

Si ya algunos no se sentían respaldados por la Ministra, con sus declaraciones del domingo antepasado se sintieron francamente ofendidos. Les molestó que la Ministra ventilara públicamente que había un malestar interno y que lo atribuyera a la centralización de las compras y a que desde que inició su mandato los militares tenían que rendir cuentas.

Aunque las personas consultadas por SEMANA son conscientes de que la Ministra tan sólo dijo que la centralización de las compras buscaba lograr "economías de escala que no se tienen cuando se hacen compras individuales", consideran que el mensaje subliminal que envió a la opinión es que allí había una fuente de corrupción. "Daba a entender que éramos ladrones", afirma un coronel. Y frente a la evaluación del desempeño de los militares, dice que el mensaje fue "ahora si vamos a ver si hacen algo, cuando si hay un lugar donde le exigen a uno es en las Fuerzas Militares". En efecto, de los cientos de militares que se gradúan en cada promoción sólo uno llega a ser general de tres soles, como los generales Ospina o Mora.

Los problemas de fondo

Hasta ahí los problemas con el estilo. Pero también hay unas discrepancias de fondo, que tienen que ver con la percepción de los militares de lo que debe ser el papel de un Ministro de Defensa y la forma en que se debe combatir a la guerrilla.

En su entrevista a El Tiempo la ministra Ramírez dijo: "Es que yo sí mando", con lo que ponía en evidencia su supremacía sobre los comandantes de las fuerzas. "Ese es el problema de fondo", afirma un analista que conoce muy bien el sector y que cree que los militares ven a la Ministra como una persona que debe ser su representante ante el Presidente y la representante del Presidente ante los militares. "Es una persona que da lineamientos generales de política pero que no manda en las operaciones, o sea que no les dice qué estrategia utilizar ni qué métodos ni cómo posicionar las fuerzas. Esa es el área que le corresponde a los militares", dice.

Aunque la Ministra no se mete en asuntos tácticos sí pregunta por qué se cayó el helicóptero Black Hawk en Pailitas, Cesar, o discute decisiones militares de fondo. La más reciente fue la decisión del general Mora de movilizar 6.000 soldados en Arauca hace cinco semanas para capturar a 'Grannobles', jefe de las Farc en la zona, quitándole protección al casco urbano de Saravena, donde el gobierno ejecuta su plan piloto de seguridad. Muchos militares creen que estos temas no deberían ser de su competencia. "Es que una ministra se nombra por decreto mientras que un general de la República se forma durante 35 años", refuerza el punto un general que lleva casi ese tiempo en las Fuerzas Armadas y quien afirma que su comandante en jefe es el Presidente y no la Ministra.

Esta discrepancia sobre el rol y el poder de la Ministra se vuelve aún más crítica en la coyuntura que vive el país, porque el eje central de la política de seguridad democrática de Uribe supone una nueva forma de operar para la Fuerza Pública a la que no están acostumbrados.

El Presidente y la Ministra están presionando para evitar más secuestros y actos de terrorismo. Para ello ordenan el despliegue de tropas para proteger las carreteras y los cascos urbanos. Las Fuerzas Militares, por su parte, consideran que la mejor manera de prevenir a mediano plazo los ataques de la guerrilla en las carreteras y el terrorismo en las ciudades es atacando las bases de las Farc en las selvas de Colombia. Es decir, atacando sus retaguardias estratégicas: los lugares donde la guerrilla se aprovisiona, se entrena, se arma, recluta a sus hombres y percibe sus ingresos. Las Fuerzas Militares creen que su labor debe ser destruir estas retaguardias más que cuidar los pueblos, una función que les parece esencialmente policial. "Si toda la tropa está dedicada a labores de defensa, la iniciativa queda en manos de la guerrilla, y no se puede ganar la guerra sin iniciativa", afirma un analista que conoce por dentro las Fuerzas Militares. "El caso de la columna Teófilo Forero es clásico, ya que su base no está en las ciudades sino en la zona rural".

La otra cara

La estrategia para derrotar a la guerrilla es sólo uno de los paradigmas que ha roto este gobierno en el manejo del sector defensa. Y algunos civiles que conocen el mundo militar creen que esta ruptura en la forma como se venía manejando la guerra es lo que origina la tensión actual con el mando militar.

Lo primero, dicen, es que en medio de un ambiente machista como el militar les ofende que el Ministerio esté bajo el mando de una mujer. "Bastante trabajo les costó acostumbrarse a un ministro civil. Imagínese ahora con una mujer", dice un analista que le ha hecho seguimiento a este tema.

Lo segundo es que la política de seguridad democrática exige una nueva forma de conducir la guerra. "No eligieron a Uribe para que siguiera haciendo las cosas como siempre se habían hecho", afirma un funcionario del Ministerio. Y explica que esto se traduce en que la Ministra, como el Presidente, tienden a valorar más los resultados que los procesos, algo a lo que los altos mandos no estaban acostumbrados. La política de seguridad de Uribe está mucho más orientada hacia la protección individual de los ciudadanos que hacia la persecución del enemigo y por eso el Ministerio diseñó unos nuevos indicadores de desempeño que cambian la forma de evaluar los logros militares.

Tradicionalmente el comandante de una brigada "ganaba puntos" por el número de bajas guerrilleras y los perdía por el número de soldados muertos bajo su mando. Ahora se evaluará más por el control territorial que logre recuperar, el cual se verá reflejado en cuánto se reducen en su jurisdicción los secuestros, las extorsiones y los homicidios. Logros más tangibles para los ciudadanos, y sobre los cuales los militares pueden rendirle cuentas al país. "Ellos no están acostumbrados a eso y eso los pone nerviosos", afirma otro funcionario. Opina que precisamente el trabajo de un ministro de Defensa es dirigir la Fuerza Pública por delegación del Presidente y que eso es lo que está haciendo Ramírez. "Es que a los militares les gusta que el Ministro sea civil para que defienda el presupuesto de defensa porque tiene más credibilidad ya que maneja el lenguaje técnico del Ministerio de Hacienda. Pero eso sí, que no se les meta al rancho en lo demás", afirma un ex alto funcionario civil del Ministerio.

Y lo cierto es que Ramírez ha tomado decisiones radicales, sobre todo en el área administrativa. Por ejemplo, con las compras que realiza cada fuerza. Si bien las grandes adquisiciones que se hacen con crédito externo -como los helicópteros- ya estaban centralizadas por ley hace años, las compras de camuflados, botas y demás material de campaña dependían de cada fuerza. Ramírez lo centralizó para comprar mayores volúmenes y reducir costos. "Es que cada peso de los contribuyentes que se ahorre en eficiencia se puede destinar a proteger a los ciudadanos", dice una persona del área administrativa del Ministerio de Defensa.

Gracias a esto, explica, el año pasado compraron camuflados para el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea en 62.000 pesos cuando se venían adquiriendo a 74.000 pesos. "Yo creo que la Ministra y los del Ministerio creen tener un mandato para revolcar toda la institución militar", afirma otro analista. "Pueden pensar que los fracasos del pasado existen por un sistema anticuado que no responde a la situación actual".

Funcionarios del Ministerio que hablaron off the record -porque la Ministra ya había dado por cerrado el caso- creen que algunos militares tienen gran resistencia al cambio y sobre todo a la reestructuración del Ministerio que está impulsando Ramírez. Subalternos de la Ministra rebaten también cada una de las críticas que le hacen. "Si estuviera en campaña presidencial no pediría más impuestos ni tampoco hablaría de servicio militar obligatorio, dos temas que nunca ayudan a ganar votos", dicen sobre su presunto afán de protagonismo.

Frente a la supuesta falta de lealtad a los militares en el caso del bombardeo en Santo Domingo estos funcionarios señalan que basta ver las cartas enviadas a la embajadora de Estados Unidos, Anne Patterson -que fueron mostradas a SEMANA-, en las que Ramírez rechaza la decisión del Departamento de Estado de revocar la certificación al comando de la FAC de Palanquero por una supuesta falta de colaboración de dicha fuerza para esclarecer los hechos de ese día.

Aunque algunos de ellos reconocen que a veces por el afán de ser eficientes no se consulta tanto con los mandos militares como sería el ideal, dicen que la Ministra y sus asesores sí admiten que desconocen la sociología militar y que por eso buscan en lo posible contar con la opinión de los mandos. Sin embargo uno de ellos dijo que a veces no ayuda la falta de colaboración de algunos militares, que les aplican 'la operación tortuga', quizá por el mismo ambiente enrarecido que hay en el Ministerio.

¿Quien tiene razon?

Aunque el abierto enfrentamiento entre la Ministra y el general Velasco sorprendió y preocupó a todo el mundo es importante recordar que las fricciones entre los ministros de Defensa civiles y los militares son pan de cada día en otros países.

Por ejemplo, la tensión entre la cúpula militar y el secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald H. Rumsfeld, es constante. Un artículo de The Washington Post, publicado en octubre 16 de 2002, que trata el tema, dice: "Numerosos oficiales se quejan de que sus mejores consejos son ignorados por alguien que ha pasado la mayor parte de sus últimos 25 años lejos del mundo militar". Y en otro aparte, que una persona desprevenida podría pensar que se refiere al problema entre Ramírez y su cúpula, dice: "Sus disputas con los altos mandos tienen que ver con su estilo, con la conducción de las operaciones militares en Afganistán y en otros lugares, y con visiones radicalmente diferentes acerca de cómo y si vale la pena 'transformar' las Fuerzas Militares".

En Colombia esta relación tampoco ha sido fácil en el pasado. En una columna de SEMANA de 1997 sobre la tensión entre el Ministro de Defensa de la época, Gilberto Echeverry, y los generales, María Isabel Rueda anotaba: "La autoridad del ministro de Defensa civil, que se estrenó con mucho éxito con Rafael Pardo, que logró sostenerse bajo Fernando Botero, que comenzó a patinar bajo Juan Carlos Esguerra, que definitivamente hizo crisis bajo Guillermo Alberto González, ha tocado fondo con Gilberto Echeverry". Un ex ministro de Defensa dice que con los militares hay que pasar un período de prueba hasta que ellos sienten que el funcionario es 'uno de ellos'. "Una vez que confían en uno, uno puede regañarlos o lo que quiera, dice el ex ministro. Pero al principio es como si de la noche a la mañana te nombran obispo y te llegan los sacerdotes a decirte que está mal puesta la sotana".

Si bien esta relación nunca ha sido fácil, en este momento es aún más complicada. La guerra nunca había llegado a un punto tan crítico como el actual y hasta el momento ningún presidente se la había tomado tan en serio como Uribe Vélez. Los colombianos lo eligieron para que derrotara a las Farc y él, que como lo admitió públicamente "tiene alma de militar", ha asumido el mandato a cabalidad. Hace consejos de seguridad todas las semanas, está encima de las operaciones militares y por su estilo de microgerencia mantiene a los militares con rienda corta.

Y precisamente porque el tema actual es la guerra todo el país tiene los ojos puestos en los militares. El sector privado realizó un gran esfuerzo tributario para dotarlos de mayores recursos y espera ver resultados concretos y pronto.

"Además se acabaron los mitos con los cuales los militares excusaban sus fracasos", apunta un analista. Ya no existe la zona de distensión, que esgrimían algunos generales durante la administración de Andrés Pastrana como argumento para justificar el creciente control territorial de las Farc. Tampoco es válido el argumento de que "no existe voluntad política" de parte del Presidente para derrotar a la guerrilla, pues es la obsesión del actual mandatario. Sólo queda el de la necesidad de contar con facultades judiciales, que seguramente obtendrán dentro del 'Pacto Antiterrorista', impulsado por un bloque de congresistas.

Más allá de los asuntos de estilo, los actuales roces internos ponen de relieve la distancia que todavía existe entre los civiles y los militares. Los civiles suelen ver a los militares con cierto desdén y los militares, acostumbrados como estaban a monopolizar la conducción de la guerra, ven con celo a cualquier civil que los cuestione o les diga qué tienen que hacer. Por eso lo que sucede en el Ministerio de Defensa no es sino la consecuencia natural de un poder civil que está asumiendo por primera vez las riendas de la guerra.

Y ese proceso es sano para la democracia. Sin embargo, como en Colombia la sociedad civil le dejó el problema de la guerra y la violencia a los militares durante tantas décadas, asumir su liderazgo no va a ser una tarea fácil. Sobre todo porque para enfrentar una guerra no sólo se necesita voluntad y carácter, sino entender los valores y la cultura castrense, saber de táctica y estrategia militar, conocer de armamento, vivir lo que vive un soldado y palpar la moral de la tropa. Y en Colombia los pocos civiles que conocen el mundo militar lo han hecho a través de los libros. Frente a esta situación es necesaria una capacitación básica a los civiles en el gobierno sobre asuntos militares, que incluya no sólo doctrina militar sino también entrenamiento en operaciones sobre terreno para que vivan en carne propia las dificultades que enfrentan los soldados en el día a día.

"Todos tienen que dar un paso atrás y volver a la mesa con un poco de humildad", dice el analista que conoce muy bien esta relación. "Los militares tienen que dejar de sentirse tan ofendidos por todo. Claro que los civiles no saben de la guerra, pero nunca van a saberlo si los militares no los dejan entrar, si no hay flujo de información y si no trabajan juntos. Los militares tienen que abandonar esa mentalidad de estar bajo sitio. Y los civiles del Ministerio tienen que reconocer que los de la cúpula militar no son bobos, que el país les debe mucho y que ellos, más que cualquier otra institución oficial, están bajo el escrutinio del resto del país".

Porque una cosa está clara: estamos en una guerra sangrienta y el enemigo no está adentro sino afuera.