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La vista aérea de Puerto Gaitán, a orillas del Manacacías, no deja ver algunas realidades.

SOCIEDAD

La explosión de Puerto Gaitán

La meca del petróleo en Colombia es una caldera en la que hierven miles de millones de pesos en regalías y grandes tensiones sociales. SEMANA muestra la otra cara del desarrollo en uno de los municipios petroleros más ricos del país.

27 de agosto de 2011

A190 kilómetros de Villavicencio está la meca del oro negro de Colombia. Puerto Gaitán, el municipio que más recibe regalías del país y que emplea en la industria petrolera unos 18.000 obreros llegados de toda la geografía nacional, ve correr a chorros el dinero los fines de semana y asiste a un despliegue de construcción sin precedentes. Pero solo cuenta con 27 policías, tiene agua dos horas al día, a cada rato se va la luz y el 44 por ciento de su población vive en la miseria.
Un gigantesco arco de concreto de 2.500 millones de pesos, cubierto por enredaderas forjadas, recibe a los visitantes. La obra hace parte de un conjunto de construcciones que se levantan por todas partes. Cerca al centro se construye una megabiblioteca; al frente, la nueva sede de la Alcaldía y en las calles aledañas, docenas de obreros rompen la tierra para instalar tubos para el acueducto.

El constante traqueteo de taladros y el runruneo de los motores en las obras son símbolo de los nuevos tiempos. En menos de diez años, Puerto Gaitán pasó de ser un poblado llanero con 1.200 millones de pesos de presupuesto anual, a recibir 96.000 millones de pesos en regalías. Campo Rubiales, el yacimiento petrolero más grande del país, que genera más de 10 por ciento de la producción nacional y empezó a ser explotado en forma en 2003, le cambió la cara para siempre al municipio. Y esta no es la única razón.

Una avalancha de inversiones en agroindustria y turismo se sumó a la fiebre del oro negro. La Fazenda, un consorcio de empresarios de Antioquia y Santander, ha invertido cien millones de dólares en 13.000 hectáreas de soya, maíz y producción avícola y de cerdos. Una subsidiaria del grupo brasileño Mónica tiene otras 3.000 hectáreas. Mavalle, de la organización del empresario Luis Carlos Sarmiento Angulo, está haciendo la plantación de caucho más grande de Colombia entre Puerto Gaitán y Puerto López. Tras grupos como estos han llegado el turismo y los servicios. Hay 37 hoteles registrados, algunos de ellos de lujo. Davivienda y Bancolombia han construido sendos edificios. Se anuncian obras colosales como la carretera Puerto Gaitán-Puerto Carreño y la navegabilidad del río Meta. En suma, un boom económico de una celeridad y unas dimensiones que han convertido a Puerto Gaitán en uno de los municipios más ricos del país. Al menos, en el papel. Pues la realidad tiene otra cara.

La otra cara del desarrollo 

Como siempre, el 'progreso' atrajo gente, mucha gente: en escasos seis años, la población se disparó de los 17.200 habitantes registrados por el Dane en 2005, a alrededor de 30.000. La población flotante podría llegar a 10.000 personas (no hay cifras concluyentes). Muchos son obreros petroleros, llegados de toda Colombia. Un flujo que llegó a una población cuyos indicadores sociales y de infraestructura eran, en varias áreas, inferiores no solo a la media nacional, sino a los de su propio departamento. Según un reporte del año pasado del Departamento Nacional de Planeación, mientras en el Meta el índice de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) era de 25 por ciento de la población, el de Puerto Gaitán rondaba el 65 por ciento, y su tasa de mortalidad infantil era la más alta del departamento (cifras de 2007). En el campo, dos de cada tres personas viven en la miseria. En el casco urbano, el agua llega solo en las mañanas, durante dos horas. Para contar todo el día con el líquido, tan precioso como el petróleo en el feroz calor del Llano, los hoteles deben cavar sus propios pozos.

El casco urbano no es grande -en veinte minutos se recorre en tricimoto-, pero ya cuenta, como las grandes ciudades, con un sector de ocho barrios en el que viven entre 350 y 450 familias de desplazados por la violencia y migrantes económicos que buscan trabajo en las petroleras. "Puerto Gaitán no estaba preparado para recibir tanta gente. Hay hacinamiento y la plata se invierte en megaobras de cemento. Pero no hay alcantarillado y todos los días hay apagones", dice un integrante de la Mesa de Desplazados del municipio que pide no publicar su nombre, en su casa del Nuevo Plan de Vivienda, como se llama el sector. El nombre viene de un proyecto de construcción de vivienda de la Alcaldía, que se demoró. El alcalde Óscar Bolaños dice que se han invertido 7.000 millones de pesos en construir 443 casas en su administración. En este sector, sin embargo, no todas se terminaron y muchas están en obra gris. Los beneficiarios no esperaron y decidieron habitarlas sin acueducto, servicios ni calles pavimentadas. Muchos otros fueron llegando y levantaron ranchos de madera y plástico. Hoy, el alquiler de una habitación sin terminar puede llegar a los 300.000 pesos al mes. El crecimiento del asentamiento no para, explica el integrante de la Mesa, mientras el olor a cloaca se mete en la nariz.

El 43 por ciento de la población de Puerto Gaitán es indígena. "Hay 11.000 indígenas sikuani, en nueve resguardos. Ellos pasaron de ser dueños de estas tierras a obreros", explica Gonzalo Tabares, el presbítero de la parroquia San José Obrero. Además de esa, hay comunidades piapocos, sálibas y tucanos. Para Tabares, la intrusión de los monocultivos en las tierras de los seminómadas sikuanis, que necesitan de vastas extensiones de tierra para cazar, pescar y recolectar, es una amenaza demográfica y cultural.

Varios de estos grupos comparten el resguardo llamado Unuma, un asentamiento dentro del casco urbano, al que llegan muchos indígenas en busca de trabajo, como Waltero León, de unos 40 años, que lleva tres días esperando empleo. En el resguardo El Tigre, a un día de camino, dejó a su esposa y a seis hijos. "Tenemos que venir (los hombres) para conseguir para jabón, ropita y zapatos", dice en un español difícil. En el resguardo tiene sus cultivos, pero en la medida en que el petróleo y la agroindustria emplean más indígenas como él, el dinero se ha incorporado a la vida cotidiana de sus comunidades, convertido en una necesidad.

Muchos campesinos han dejado también sus tierras por el casco urbano. Debido a la llegada de grandes empresas agroindustriales, la tierra alrededor de Puerto Gaitán, que valía dos millones de pesos, puede valer hasta 12. A medida que vías de acceso penetran la llanura, los inversionistas ponen sus ojos también en territorios apartados. Ese es el caso de la vereda Santa Bárbara, donde, en 2000, fueron reubicadas 32 familias desplazadas del Ariari, pero ante la imposibilidad de acceder a créditos para fertilizar la tierra, la mayoría ha vendido. Hoy solo quedan nueve familias.

Los contrastes también se extienden a la situación de seguridad. Según el comandante de la Policía del Meta, Juan Carlos Pinzón, en materia de homicidios el municipio es un ejemplo en la región, pues las muertes violentas van en 12 en lo corrido del año, frente a 33 en igual periodo de 2010. Sin embargo, la percepción de otras personas es otra. "Aquí todo el mundo tiene miedo", dice la Catira, una mujer de unos 70 años que ha vivido 40 en el pueblo. Advierte que hay presencia de integrantes de Erpac, el grupo sucesor de los paramilitares que impera en la región. Dice que al sobandero del pueblo, por ejemplo, le impusieron hasta horario para atender a sus pacientes. Organizaciones de derechos humanos han documentado casos de homicidios, desapariciones y reclutamiento, que, en criterio de Pastoral Social, "no se judicializan porque la gente prefiere no denunciar por desconfianza en las autoridades". "Aquí saben quién entra y quién sale", advierte un policía local, hablando de los informantes de ese grupo repartidos por los 17.500 kilómetros cuadrados del territorio. Para esta vasta extensión (Puerto Gaitán es el quinto municipio del país en tamaño), solo hay, según el comandante Pinzón, 27 policías.

Gracias al petróleo, las inversiones y las obras, Puerto Gaitán pasa por un momento económico excepcional, que pocos municipios de Colombia pueden igualar. Un boom que cobra toda su dimensión los viernes, cuando el dinero corre a manos llenas. Ese es el gran día para la miríada de vendedores ambulantes y comerciantes. El pueblo se agita con la llegada de los obreros que trabajan en las petroleras. Camionetas y motocicletas van de un lado para otro como abejas de una colmena. En medio de la música y la cerveza se ofrecen cuerpos para el placer (algunos habitantes aseguran que hay, además, explotación sexual infantil). Pero el bullicio y la fiesta producto de la febril economía del petróleo y la agroindustria encubren una caldera social que hierve cada día a mayor temperatura y puede hacer explosión el día menos pensado.