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El homicidio de los tres payasos conmocionó a Cali. Es una de las más reciente manifestaciones de la violencia que sacude a la capital del Valle. | Foto: Jorge Idarraga

JUDICIAL

La masacre de los payasos en Cali

La capital valluna está viviendo una crisis de seguridad. El asesinato de tres payasos ‘por error’ muestra hasta donde ha llegado la situación.

16 de marzo de 2013

La historia parece un chiste de humor negro, pero es la cruda realidad: en Cali mataron a tres payasos porque sus caras no les eran familiares a los bandidos que controlan la zona.


Giovanny Noreña, su primo Jonatthan Montaño y Óscar Higuita, llegaron el martes 5 de marzo al barrio Terrón Colorado, en las barriadas populares del occidente de la ciudad, en busca de un lote para instalar la carpa del Circo Mágico, pero encontraron la muerte. Todo indica que los mataron por sospecha y con tal sevicia “que sus cuerpos quedaron como un colador”, dijo la hermana de Giovanny. Una hora después de la masacre, una llamada a la familia les avisó que los confundieron y que los asesinos fueron dos nuevos cabecillas que imponen terror en Terrón Colorado. Pero el dato ya no era relevante porque Nanán, Tatán y Pimpón estaban muertos.

Una semana antes de la masacre de los payasos, el jueves 28 de febrero, los caleños vivieron otra jornada de horror: dos balaceras casi simultáneas en dos centros comerciales y a plena luz del día. El saldo fue de cuatro muertos y un herido. Y el martes 12 de marzo hubo otro tiroteo con cinco heridos, la mayoría transeúntes inocentes. Todo ocurrió en menos de dos semanas. ¿Qué está pasando?

En Cali se está presentando un grave problema delincuencial. Las bandas caleñas se han convertido en grupos organizados de criminales comunes que venden sus servicios al mejor postor. El país supo de la existencia de ‘franquicias’ criminales con el atentado al exministro Fernando Londoño. La banda que ejecutó el atentado –El parche de Suley– era de Cali. 

A raíz de esto se corroboró la existencia de 86 bandas dedicadas a la extorsión, el microtráfico y el sicariato. Algunas ‘trabajan’ como soldados en la guerra territorial mafiosa que libran Rastrojos y Urabeños. Una de ellas fue además la que asesinó a los tres payasos por, simplemente, pisar su territorio.

Una de las razones que explica la violencia es el hecho de que Cali sea la capital más cercana a esa bomba explosiva que es el pacífico colombiano. En esta región del país se concentran hoy las peores plagas: la guerra de las Bacrim, la tenebrosa mafia del contrabando y la retaguardia de la guerrilla.

Pareciera que los delincuentes le perdieron el respeto a las autoridades caleñas y su aparato judicial. Según cifras de la Policía, solo el 30 por ciento de las capturas que realizan llega a una condena. Sumado a ello, el Palacio de Justicia semidestruído por un carro bomba en 2008 no ha sido entregado y los despachos judiciales siguen dispersos por toda la ciudad en 18 sedes. Desde hace un par de años se espera la llegada de 40 nuevos fiscales que ayuden a destrabar la justicia.

Cuando se esperaban acciones de fondo para contrarrestar la mala racha, el lunes de la semana pasada el personero, Andrés Santamaría, y el secretario de Gobierno, Carlos Holguín, se enfrascaron en una discusión por diferencias en el conteo de muertos. Lo cierto es que hasta febrero de este año se incrementaron en un 18 por ciento, comparado con 2012. Por orden de Holguín el Observatorio del Delito ya no publica sus informes diarios sino trimestrales. 

En medio de esa polémica apareció la renuncia inesperada del comandante de la Policía, general Fabio Alejandro Castañeda, argumentando “motivos personales”. Hubo quienes no entendieron por qué abandonó el barco justo ahora que hay una gran percepción de inseguridad. Otros consideran que su renuncia fue obligada. El oficial se defiende afirmando que es un problema “coyuntural”. 

A la renuncia del general se sumó una no menos polémica declaración del alcalde Rodrigo Guerrero al diario El Tiempo que terminó por convertírsele en un verdadero dolor de cabeza y generó desconcierto. Cuando la ciudad aún no se reponía de la masacre de los payasos y el tiroteo en los centros comerciales, el burgomaestre afirmó que “por Cali se anda como en cualquier capital europea”. Algo que, por decir lo menos, no se compadece con la realidad que viven muchos caleños.