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Todos y todas: una discusión sin sentido

El ‘lenguaje incluyente’ es un capricho de personas ‘políticamente correctas’ que poco ayuda a solucionar la discriminación de las mujeres, pero que atenta contra el buen uso del español al complicar la redacción y lectura de los textos.

16 de diciembre de 2017

El debate sobre el uso de expresiones como “todos y todas”, “compañeros y compañeras”, “niños y niñas” volvió a la palestra por la decisión de un juez de la capital que ordenó al Distrito Capital, en un plazo de 20 días, modificar el eslogan “Bogotá mejor para todos” por el de “Bogotá mejor para todos y todas”. El fallo respondió a una acción de cumplimiento interpuesta por Alirio Uribe, senador del Polo Democrático, en la que argumenta que el lema de Enrique Peñalosa violó un acuerdo del Concejo de 2009 sobre el ‘lenguaje incluyente’. Por su parte, el alcalde dijo que apelará la decisión porque hacer un nuevo eslogan representa invertir miles de millones de pesos en nueva papelería, campañas publicitarias y uniformes, entre otras cosas.

Feministas y defensores del ‘lenguaje incluyente’ recibieron bien el fallo. Para ellos, el lema resulta excluyente y antidemocrático porque acepta y refuerza al sexo masculino como universal e implica un retroceso en el reconocimiento y respeto de los derechos de las mujeres. Pero para otros, la decisión es un exabrupto y un atentado contra el idioma castellano. A reconocidos escritores e investigadores les indigna que los jueces usurpen la función de las academias de la lengua y profieran fallos que buscan implantar un lenguaje de obligatorio cumplimiento. Además, se les hace inconcebible que la equidad de las mujeres dependa de la manera como se usa el idioma.

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En este debate, los escritores, filólogos, lingüistas y demás especialistas en el idioma castellano, que desde hace un par de décadas vienen combatiendo el uso de “todos y todas”, tienen argumentos de peso para sustentar por qué esta y otras estrategias del ‘lenguaje incluyente’ provocan más problemas que los que solucionan.

Nadie pone en duda que la discriminación, la desigualdad y el maltrato contra las mujeres constituyen uno de los problemas más grave de esta y muchas sociedades del mundo. Sin embargo, una cosa es reconocer esa situación, que por supuesto hay que derrotar, y otra cosa es creer que se soluciona cambiando el sentido del idioma castellano. La propuesta de usar “todos y todas”, “niños y niñas” y demás desdoblamientos del sustantivo en su forma masculina y femenina es inocua y se queda corta frente a los verdaderos problemas de las mujeres. No solo atenta contra la estética de una lengua que tiene 1.500 años, sino que dificulta su uso y complica la comunicación.

El gran problema de los defensores del ‘lenguaje incluyente’ es que, por desconocer la lingüística y la filología, confunden el género con el sexo. Como dice Ignacio Bosque, miembro de la Real Academia y autor del texto Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, los que defienden esta postura caen en el error de “suponer que el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz, ya que no garantizarían ‘la visibilidad de la mujer’”.

Lo anterior significa, como explica el escritor Héctor Abad, que “el género es una categoría gramatical que no tiene nada que ver con el sexo”. Por ejemplo, estómago es un sustantivo masculino que no excluye el estómago de las mujeres por el hecho de ser masculino. Eso significa que al utilizar todos, un sustantivo masculino, para referirse a un grupo de personas indistintamente del sexo, ni discrimina ni excluye a las mujeres.

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Además de confundir el género con el sexo, otro gran pecado del ‘lenguaje incluyente’ es que acaba con el principio de economía del lenguaje, genera dificultades sintácticas y de concordancia, y complica innecesariamente la redacción y lectura de los textos. Una sencilla frase como “todos los ciudadanos mayores de edad tienen derecho al voto” quedaría “todos y todas, los y las ciudadanos y ciudadanas mayores de edad tienen derecho al voto”, un verdadero caos sintáctico.

Contrario a lo que piensan algunas feministas, defender el uso correcto del español no es sinónimo de machismo ni significa estar en contra de los derechos de las mujeres. Simplemente, es defender una forma sencilla, efectiva y estética de comunicación construida durante milenio y medio.