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Duque les comunicó a los colombianos que abriría “una conversación nacional” con los distintos sectores sociales, políticos y de trabajadores, y en todas las regiones.

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¿Explotó la olla?

Después de un paro masivo y de unos disturbios que generaron pánico, ahora le toca responder al Gobierno. Pero no le va a quedar fácil. ¿Qué puede hacer?

24 de noviembre de 2019

Cuando se creía que la última imagen que quedaría de la marcha en contra del Gobierno era la de una protesta masiva pacífica con algunos actos vandálicos, la situación súbitamente se agravó. El paro, que se anticipaba iba a ser de un solo día, se prolongó en medio de la violencia, y se decretó toque de queda en Bogotá en medio de una muy difícil situación de orden público. La sinfonía de las cacerolas, que parecía haber sido un cierre con broche de la jornada del primer día, se había convertido en escenas comparables a las de Chile o Ecuador. La situación fue escalando de actos tirapiedra a incendios de llantas en plena capital, saqueos a supermercados hasta bandas de encapuchados entrando a las casas de los colombianos a la fuerza para aterrorizarlos y robarlos. Al filo de las diez de la noche del viernes había colapsado la línea de emergencia de la Policía y volvió a retumbar un concierto de cacerolas en distintos sitios de la capital. Los videos en las redes sociales, las cadenas de mensajes y las falsas noticias ayudaron a magnificar el nerviosismo de los ciudadanos.

En el aparte más sustancial, el presidente comunicó que abriría un espacio de diálogo nacional con los sectores sociales y políticos.

El presidente, quien había hecho una alocución la noche anterior, en circunstancias diferentes, volvió a dirigirse al país en una coyuntura de emergencia. Evocando la famosa imagen de Carlos Lleras Restrepo señalando la hora de su reloj para mandar a los colombianos a sus casas el 19 de abril de 1970, anunció el toque de queda de la capital de la república a partir de las nueve de la noche. En tono enérgico, advirtió que no permitiría que algunos encapuchados se escudaran en las protesta para atentar contra la integridad física y los bienes de los ciudadanos. Asimismo, afirmó que había autorizado al Ministerio de Defensa, de Justicia y a la Fiscalía la puesta en marcha de operativos especiales para mantener el orden público.

En el aparte más sustancial de la intervención, les comunicó a los colombianos que abriría “una conversación nacional” con los distintos sectores sociales, políticos y de trabajadores, y en todas las regiones, para llegar a un consenso sobre la hoja de ruta de las reformas que necesita el país. Los primeros llamados por Duque fueron los alcaldes y gobernadores electos que tienen este domingo una cita privada en la Casa de Nariño y luego una reunión en el centro de convenciones Ágora. Un diálogo quizás inspirado en el que convocó Emmanuel Macron, luego de las violentas protestas de los ‘chalecos amarillos’ y que terminó en una conversación liderada por el presidente galo con la Francia profunda y sus problemas reales.

Las manifestaciones del 21N fueron contundentes. Y pasarán a la historia como un punto de quiebre en el despertar de una ciudadanía inconforme que pide a gritos un cambio. No serán recordadas como un segundo 9 de abril, pero tampoco como la marcha del silencio en rechazo a la violencia de 1948 o la marcha contra las Farc de 2008.

Duque debe hacer lo que todo el mundo le dice todo el tiempo: armar una coalición de gobierno para recuperar la gobernabilidad.

Si en un comienzo algunos pensaron que la protesta residía en que no había una razón sino muchas para marchar, las diversas motivaciones terminaron siendo justamente la fortaleza de la movilización del jueves pasado. El 21N no necesariamente fue la expresión nacional de protesta masiva violenta. La mayoría se manifestó en paz. Ese sentimiento de inconformismo se extendió y el sábado las marchas volvieron a brotar. La Plaza de Bolívar y el parque de los Hippies de Bogotá, donde coincidencialmente vive la alcaldesa electa Claudia López, fueron dos escenarios de este primer grupo de colombianos. Pero los desmanes y los momentos de tensión no han menguado. El alcalde Peñalosa confirmó al filo de la media noche del viernes que en la ciudad había una estrategia "orquestada para generar temor" y que gran parte de los mensajes que alertaban sobre robo en los conjuntos residenciales eran falsos. De hecho, en redes sociales muchos evidenciaron que políticos e incfluenciadores cayeron en denunciar alteraciones del orden público en diferentes puntos de la ciudad que usaban a misma foto. En los puntos críticos se trató más bien de grupos minoritarios de vándalos y saboteadores muy bien organizados, que con sus actos violentos terminaron opacando el espíritu cívico del primer día y generando miedo e indignación en los ciudadanos. 

El sábado, la protesta tuvo otra cara. El Esmad reprimió la manifestación que se dirigía del Parque Nacional a la Plaza de Bolívar. En redes sociales circulan varios videos del momento del ataque de un uniformado a Dylan Cruz, joven de 18 años, quien fue impactado por un objeto en la cabeza en un ataque indiscriminado por la espalda en la calle 19 con carrera 4. Dylan, se había graduado hace dos días del colegio Ricaurte IED, y tiene apenas 17 años. Por cuenta de estos hechos, debió ser trasladado al Hospital San Ignacio, en donde se encuentra bajo pronóstico reservado con un trauma craneoencefálico severo. 

Lo segundo es que la movilización no fue autoría de ningún político pese a que muchos de ellos, comenzando por Gustavo Petro, quisieron apoderarse de sus causas. Esta no fue la marcha de ningún líder. Fue la expresión más significativa del empoderamiento ciudadano en la sociedad digital.

Y tercero, estas movilizaciones es muy probable que continuen. Lo que pasó en las calles, aun con los actos de violencia, es un pulso que como la espuma puede tender a crecer si el Gobierno no encuentra la manera de tomar acciones que cambien el estado de ánimo del país. En esto hay una dosis de injusticia. Gran parte de las razones que sacaron a la gente a las calles corresponden a problemas estructurales que existen desde hace décadas y que no necesariamente tienen relación directa con el año y medio de gobierno que lleva el presidente Duque. ¿Por qué el inconformismo explotó ahora? Sin duda alguna hubo un elemento de contagio de la ‘primavera latinoamericana’ pero a la colombiana, como también pudo ayudar la desconexión del Gobierno con las realidades políticas y sentimientos del país.

Un escenario no muy alentador de lo que pasa es que ahora el presidente no solo tiene en contra el Congreso, sino también a la calle. Eso, sumado al movimiento del péndulo en contra del Centro Democrático en las últimas elecciones de alcaldes y gobernadores, pone al Gobierno en una situaciónn complicada. ¿Qué puede hacer Duque? Lo primero, lo que todo el mundo le dice todo el tiempo y él se niega a hacer: armar una coalición de gobierno que le ayude a tener una mayor interlocución política para recuperar gobernalidad y lograr pasar las reformas que necesita en el Congreso.

Otra prioridad, quizás más importante, es abrir una mesa de diálogo con los sectores inconformes. El presidente, en su alocución, ya dio un primer paso en esa dirección. Este gesto es conveniente y abre la puerta para una solución. Un Gobierno que oiga a la gente y que se sintonice con sus necesidades y reclamos. Seguramente, esta incluirá un revolcón en el gabinete, incluyendo fuerzas políticas que hoy están por fuera, pero que son necesarias para garantizar un consenso. Y todo el peso de la ley para los delincuentes. La autoridad también está a prueba. No solo para los policías que ponen el pecho en las calles, sino para la justicia que debe judicializar y tomar medidas drásticas contra los desadaptados que acudieron a actos de terrorismo y atemorizaron a la sociedad.

Diálogo social, representación política, cambio en el discurso, sintonía popular y autoridad. Duque ha creado la imagen de que es inaccesible y aislado de la realidad en su torre de marfil. Eso no es tan cierto. El problema es más bien al revés. El presidente le dedica tanto tiempo a ir a cuanto evento lo invitan: foros, viajes, talleres en las regiones, visitas al territorio y conferencias, que le queda poco para sentarse a diseñar la estrategia a fin de solucionar los problemas estructurales.

Uno de los factores que más lo ha golpeado es la sombra del expresidente Uribe. También le ha hecho mucho daño el ala radical del Centro Democrático. Pero la tesis de que quien gobierna es el expresidente es exótica, pues una de las preocupaciones en la Casa de Nariño es precisamente la inconformidad de Uribe. Porque el expresidente también tiene varios reparos sobre la forma de gobernar de Duque.

Se necesita diálogo social, representación política, cambio de discurso, sintonía popular y autoridad.

Pero una cosa es el cambio de rumbo que quiere Uribe y otra el que quiere el país. Al presidente le va a tocar tomar decisiones muy difíciles. Una vez que haya conseguido una coalición de gobierno y haya establecido una interlocución con los sectores inconformes, tendrá que definir cuáles son las reformas por las que tiene que jugarse su puesto en la historia. El problema es que las reformas que el país requiere son precisamente las que justificaron el paro.

La negativa del Gobierno de que no hay nada decidido hasta el momento sobre la reforma pensional y laboral era parcialmente verdad. Textos definitivos no había, pero borradores del Gobierno sí y propuestas de terceros también. Esas iniciativas fueron paradas en seco por las marchas. La mayoría de esas son impopulares, pero necesarias. Son inaplazables para corregir temas estructurales como reducir la inequidad de las pensiones, modernizar las reglas laborales y hacer sostenible fiscalmente al país. Los sectores que marchan con frecuencia defienden su propio interés y no necesariamente el interés general, que es el que tiene que defender cualquier Gobierno. Por ejemplo, mientras los pensionados representados por sus sindicatos luchan por defender sus derechos, la realidad es que, de los seis millones de colombianos en edad de jubilación, cuatro no tienen pensión ni medios de supervivencia. Por lo tanto, es lógico que una reforma busque de alguna manera ayudar a esa mayoría de desprotegidos más que perpetuar la inequidad que beneficia a los privilegiados.

Lo que pasa es que socializar esas reformas requiere mucha concertación y tire y afloje entre las partes para llegar a algún consenso. Nada impuesto a la brava y sin diálogo va a funcionar. Iniciativas que a primera vista producen rechazo popular pueden llegar a ser eventualmente negociadas si hay interlocución y concesiones de lado y lado. Este es el reto que tiene ahora el Gobierno: convencer a los colombianos indignados o escépticos que salieron a las calles a pedir un cambio de rumbo de que el llamado ‘paquetazo de Duque’ no era para perjudicarlos.