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A pesar de tener severas quemaduras en el 10 por ciento de su cuerpo y de una lesión en su tobillo, la joven nunca perdió las fuerzas y la esperanza. | Foto: Andrés Monsalve

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Milagro en Chocó

La historia de cómo Mary Nella Murillo y su bebé sobrevivieron a un accidente aéreo y a la selva chocoana. Detrás hay una lucha por salir de la pobreza.

27 de junio de 2015

Cuando Mary Nella Murillo ya se había arrastrado unos diez metros sobre la maleza y el pescado desperdigado alrededor de la avioneta, tratando de huir de las llamas, se acordó de Yudier Stiwar, de tan solo 108 días de nacido. “¿Dónde está mi niño?”, se preguntó, aún mareada por el violento impacto al que había sobrevivido. Aunque había muy pocas probabilidades de que un bebé tan frágil estuviese con vida, no dudó en regresar.

Sin importar el dolor que sentía en varias partes de su cuerpo o tener parte de la cara quemada, regresó hasta los despojos de la aeronave Cessna que había tomado hacía menos de media hora en Nuquí para escapar de una vez por todas de la miseria. Regresar le daba temor, pues al intentar salir de los restos, había palpado el cadáver del piloto Carlos Mario Ceballos, quien había accedido a llevarla a ella y a su bebé, en medio de 500 kilos de bagre y atún fresco, por 150.000 pesos hasta Quibdó.

Al ingresar de nuevo prefirió no mirar al piloto. De un momento a otro, logró divisar el cuerpo de Yudier, quien había quedado en la parte trasera del fuselaje, entre su equipaje y decenas de pescados. Lo tomó en sus brazos y pudo constatar que aún respiraba. Los dos, de forma increíble, estaban con vida pero en medio de la selva chocoana.

Ese sábado, 20 de junio, la avioneta de matrícula HK477, había salido de la enlodada pista de Nuquí un poco después de las diez de la mañana. Mary Nella, de 18 años de edad, había tenido mucha suerte al encontrar un cupo para volar, pues debido a las pésimas condiciones de la pista, las aerolíneas Satena y Aerolínea de Antioquia (ADA) habían suspendido sus operaciones. Solo quedaron prestando el servicio pequeñas avionetas de entre cinco y ocho pasajeros como la que abordó Mary Nella aquel día.

La intención de esta joven, que pudo estudiar solo hasta noveno de bachillerato, era viajar con las mínimas pertenencias hasta Quibdó, donde vive su hermana Ana Mary, para buscar nuevas oportunidades y sacar a su hijo adelante, sobre todo porque el padre, una vez ella quedó en embarazó, nunca volvió a aparecer. “No volvimos a saber de él. Por eso ella tomó la decisión de seguir luchando sola por el bienestar de su bebé”, dice Nataly, una de sus hermanas. Mary Nella estaba dispuesta a cualquier trabajo, por pesado que fuera, con tal de que su bebé tuviera comida.

“Yo le dije a ella que se viniera, que se buscara un trabajito y que yo le cuidaba al niño. Claro que aquí las cosas en Quibdó son duras, también”, dice Ana Mary, quien está embarazada y tiene una niña de 8 años.

Realmente Mary Nella vivía en Panguí, un corregimiento de pescadores a orillas del océano Pacífico, perteneciente a Nuquí, y al que solo se llega en lancha tras 15 minutos de trayecto. Waldino Murillo Rentería, el padre de Mary Nella, tuvo ocho hijos, de los cuales solo uno terminó el bachillerato. Él es Sony, un moreno flaco y alto que hoy día trabaja como celador en Cali. Vivir en Panguí –y más aún estudiar– es casi como luchar contra la corriente. La primaria se estudia allá, pero parte del bachillerato en el casco urbano de Nuquí, donde solo pueden llegar quienes tienen familia o dinero para sostenerse.

“Cuando las niñas cumplen 15 años ya están pensando en irse para la ciudad a buscar trabajo en casas de familia, como empleadas, para poder ayudar a sus hermanos menores. Hay veces que si se desayuna no hay para el almuerzo, entonces en la tarde te comes un coco o una fruta para despistar el hambre, así se pasan los días allá”, dice Sony. El gran problema es que a veces hay pescado y a veces no.

Mary Nella era de las que, cuando no estaba don Waldino ni ninguno de sus hermanos, era capaz de tirar para el monte a buscar leña para prender el fogón. Y si tenía que coger un machete para rajar palos, lo hacía. Desde niña aprendió a usar lo que llaman ‘manilla’, con la que se descascara el arroz antes de pilarlo. “Ella sabe lo que es ir a conseguir el plátano y el coco para alimentarse. Incluso, sabe lo que es ir a pescar cuando los hombres no están”, relata Sony, su hermano mayor. Esa lucha por el día a día le terminaría ayudando para sobrevivir.

La avioneta, cargada de pescado, despegó sin contratiempos de Nuquí pasadas las diez de la mañana, pero en medio de su trayecto desapareció de los radares, así como las comunicaciones con el piloto Ceballos. Sobre el mediodía, la Aeronáutica Civil declaró oficialmente la desaparición del aparato. De inmediato se activaron los protocolos de emergencia, que fueron notificados, entre otros, al grupo de Búsqueda y Rescate Aeronáutico de Colombia (Brac), un cuerpo de voluntarios que a los pocos minutos ya estaban parados sobre la pista del aeropuerto Olaya Herrera de Medellín.  También llegaron bomberos de la ciudad, pero las condiciones climáticas no ayudaron y la salida de los rescatistas tuvo que postergarse hasta el domingo a las seis de la mañana.

Mientras todo un operativo se estaba armando en el aeropuerto El Caraño, de Quibdó, don Waldino se enteró que su niña nunca había llegado a Quibdó. El accidente de su nieto y de una hija tan joven era la noticia más amarga que había probado este pescador en toda su vida. Sony tuvo que pedir permiso en su trabajo en Cali para reunir unos pesos y viajar a Quibdó. Las noticias que le llegaban a don Waldino eran ambiguas y llenas de hermetismo. Se temía lo peor.

El domingo, un helicóptero civil de la empresa Helifly, comandado por el piloto Wilson López Granada, un hombre con entrenamiento especial en rescate, fue el primero en sobrevolar la zona donde se suponía se había siniestrado la avioneta. La ubicación se logró a través de un sistema conocido como ELP, que funciona como un beeper que emite sonidos cuando se encuentra cerca del aparato. Volando muy cerca de las copas de los gigantescos árboles, López reportó el lugar exacto de la aeronave, en medio de la espesa selva de la serranía del Alto Baudó.

Las posibilidades de sobrevivir luego de un accidente de este tipo, pensó Sergio Mira, director operativo del Brac, eran mínimas. En sus palabras, se trata de una oportunidad en un millón. En más de diez años como médico rescatista, Mira nunca antes había hallado vida en condiciones parecidas.

En efecto, una vez los rescatistas pudieron descender a través de cuerdas, lograron ver el cadáver del piloto, apretujado en el costado izquierdo de la cabina. Acisclo Rentería, un voluntario de la Cruz Roja que se conoce como nadie las sinuosidades de la selva, no olvida el fuerte olor que emanaba el pescado que se había regado a lo largo y ancho de unos 150 metros a la redonda.

Dentro de lo que quedaba de la aeronave había un machete, un coco quebrado, una chancla y algunos juguetes. Más adelante, en el descenso de un riachuelo, comenzaron a aparecer huellas y algunos elementos que parecían haber sido puestos por alguien: maquillaje, pañitos, dos celulares con las baterías afuera, y un registro civil. Mary Nella, no cabía duda, había sobrevivido, aunque no se sabía dónde estaba.

Pero la tarde del domingo se encapotaba y el personal debía sacar el cadáver del capitán, que para ese momento yacía a expensas de los animales y los bichos de la manigua. Un helicóptero Black Hawk de las Fuerzas Militares llevó a cabo la operación.

Entre el lunes y el martes, es decir, cuatro días después del accidente, no hubo noticias ni de la madre ni del bebé. La Fuerza Aérea hizo sobrevuelos a ras de la selva, utilizando una especie de megáfono a través del cual le enviaban a Mary Nella mensajes de aliento. Los pobladores cercanos al río Tapartó, y otros oriundos del caserío Campo Bonito, también ayudaron con llamados. “Le decíamos que no se preocupara por los animales y que tratara de acercarse al lugar del accidente para poder rescatarla”, cuenta el coronel Rodrigo Zapata, jefe de operaciones especiales de la Fuerza Aérea. Por tierra también avanzaban rescatistas coordinados por Carlos Santiago Ramírez, presidente del Brac, con el apoyo de los bomberos de Medellín e Itagüí, y el decidido seguimiento del K-Sar (búsqueda y rescate con caninos), del cual hacen parte Keiko y Poli, dos perros expertos en búsqueda de humanos.

Pero fue el miércoles, a eso de las tres de la tarde, cuando bajo los altos árboles que componen la espesura del Alto Baudó, se hizo presente un milagro. Los gritos de Mary Nella se escucharon a unos 400 metros del lugar donde se había accidentado la avioneta. Tres campesinos que ayudaban en la búsqueda salieron al encuentro, en compañía de Acisclo, el rescatista de la Cruz Roja, y Daniel Vélez Molina, del Brac.

Mary Nella, con Yudier en brazos, parecía estar huida de sí misma, como enajenada. Llevaba puesto un vestidito veraniego y andaba descalza, deshidratada, con un esguince de tobillo y quemaduras de primer y segundo grado en su rostro y pierna derecha. Acisclo recuerda que tuvo que espantarle las moscas, en medio del sopor y la humedad propias de la jungla. El bebé, pese también a la deshidratación, estaba vivo e increíblemente sano.

Poco a poco, cuenta Sergio Mira, la joven fue volviendo en sí. “Estaba muy asustada. El personal en terreno se aseguró de que el niño estuviera bien. Le fueron dando agua, luego galletas y más adelante atuncito”, dice. Acisclo cargó a Yudier, lo puso sobre su pecho y no lo soltó sino hasta que el helicóptero hubo de aterrizar en Quibdó, ya con la madre e hijo a salvo.

Es difícil de entender cómo Mary Nella y Yudier lograron salir con vida luego de que la avioneta se precipitara a tierra. Las ramas de los árboles, cuyos troncos pueden alcanzar los 50 metros de largo, más los bultos de pescado, bien pudieron haber servido para amortiguar la caída a tierra. Mary alcanzó a decir, una vez rescatada, que adentro de la avioneta le había reclamado al piloto que iba incómoda en medio de las cajas. Esas que al final tal vez la salvaron.

A Yudier, perfectamente saludable y sin un solo rasguño, lo dejaron en Quibdó, al cuidado de sus tíos. Ni siquiera necesitó de recuperación. Sony dice que es un bebé tranquilo y juguetón, con buen apetito. Mary Nella, entre tanto, fue trasladada al Hospital San Vicente de Paúl, de Medellín, donde determinaron que tenía quemaduras en el 10 por ciento de su cuerpo. “Tiene pendiente un procedimiento quirúrgico por lesión de tobillo. Pero no se puede realizar aún porque tiene un edema importante a ese nivel”, dijo Diego José Duque, jefe de urgencias del hospital.

La historia de Mary Nella y la de su niño le dio la vuelta al mundo. Sus familiares dieron entrevistas y explicaron la pobreza y el olvido de Panguí, así como la fortaleza de acero que allí mismo forjó Mary. Cada una de las acciones que ejecutó durante cinco días de soledad, dice Sony, terminaron siendo determinantes para no desfallecer.

Poco a poco, mientras va reverdeciendo su salud, Mary le ha ido revelando a su familia qué hizo durante esos cinco días eternos. Minutos después de haberse estrellado la avioneta, le ha dicho Mary a sus familiares, abrió los ojos, se acercó al capitán Carlos Mario Ceballos y le gritó, “¡nos estamos quemando!”.

Al no percibir ninguna respuesta, salió y regresó por su bebé. Empezó a caminar en medio de la selva, por una pendiente hasta llevarlo a un riachuelo para refrescarlo. Pero terminó siendo muy hondo y Yudier casi se ahoga. Lo tuvo que poner boca abajo para sacarle el agua. Y decidió, una vez más, regresar a la avioneta de donde sacó un machete con el que partió un coco. Tomó y le dio de beber a Yudier. En medio del trance, sacó una pañalera, un tarro de leche, y tomó el celular del piloto, pues el suyo no tenía minutos. Trató de intercambiar las SIM y las baterías, pero se rindió al darse cuenta de que no había señal.

Entonces siguió caminando, con Yudier en brazos, amamantándolo, siempre en busca de la ribera, del agua, hasta que llegó a una peña a través de la cual no pudo avanzar más, porque era muy alta. Y la noche se precipitó sobre una selva que para Mary, por fortuna, no era ajena. De ahí, de esa maraña agreste, logró extraer pequeños sorbos de agua acumulados en las hojas de los árboles, así como cuando era más joven y le tocaba arañarle a la selva la comida que escaseaba en Panguí.

Y fue entonces cuando armó un cambuche, una improvisada enramada con palos para protegerse de la lluvia y el sol. Gritó a lo que le dieron sus pulmones pero nadie la escuchó. Sintió dolor en el pie y en el pecho, de tanto llamar a la nada. Con el discurrir de las horas y de los días Mary comenzó a escuchar cada vez más cerca el aleteo de las hélices de los helicópteros. Y más adelante el perifoneo y los mensajes que indicaban que no se habían olvidado de ella, que aún la buscaban. Esa esperanza, más lo que significaba sentir a Yudier fortalecido, se convirtieron en el alimento que hizo posible el milagro.

Esta joven trata de recuperarse en Medellín y reunirse lo antes posible con su hijo, para seguir adelante con esta asombrosa historia que se parece más a la de una película de Hollywood y no la que comenzó hace una semana cuando decidió dejar atrás su pueblo para escapar de la pobreza.