Home

Nación

Artículo

Iván Márquez, alias El Paisa y Jesús Santrich
Iván Márquez y Jesús Santrich | Foto: Disidencias de las Farc

NACIÓN

¿Qué hay detrás de la reaparición de Márquez, Santrich y su banda?

El video de los guerrilleros que volvieron a aparecer con las armas en la mano generó desconcierto entre los colombianos. Lo más probable es que estén refugiados en Venezuela. A estas alturas, el impacto sobre la implementación del Acuerdo de Paz es poco.

29 de septiembre de 2020

Como era de esperarse, la aparición de una nueva foto de quienes en su momento fueran negociadores del acuerdo con las FARC causó gran revuelo en el debate nacional. Ver a Iván Márquez, a Jesús Santrich y a alias ‘El Paisa’ vestidos de guerrilleros, con fusil al hombro y portando insignias de las FARC-EP, fue un impacto que en muchos, incluso en quienes han defendido los acuerdos, causó indignación y desasosiego.

Aunque las duras reacciones en el país político y en el país nacional son entendibles, en todo este episodio hay una reflexión que poco se ha hecho y que bien viene a lugar: ¿cambia en algo la situación del país con la aparición de la foto y del memorial de agravios de los guerrilleros que traicionaron el acuerdo? La respuesta corta es que no.

Si bien en su momento las situaciones particulares de cada uno de estos hombres tuvieron un impacto profundo en el proceso, en su credibilidad y en la solidez de su fase de implementación, lo cierto es que a estas alturas Márquez y quienes lo acompañan son percibidos como una banda de delincuentes refugiados en el narcotráfico y amparados por el régimen de Nicolás Maduro.

La novela de Santrich, que ha sido ampliamente relatada en las páginas de los medios, sí ocasionó una herida profunda a lo que se había logrado en La Habana. Lo mismo ocurrió cuando Márquez, Romaña y El Paisa se salieron del proceso. Pero hoy la historia es diferente.

Cabe recordar que Jesús Santrich fue atrapado por la Fiscalía en la que sería una operación para enviar toneladas de cocaína a Estados Unidos. Desde el momento de su captura –hasta que se voló– estuvo en La Picota, en el Hospital El Tunal luego de una huelga de hambre de 17 días e incluso hospedado en una sede el Episcopado colombiano. Cuando el no envío de las pruebas a la JEP llevó a que el guerrillero fuese puesto en libertad, el país se sorprendió con la renuncia del entonces fiscal general, Néstor Humberto Martínez.

En el entre tanto, Jesús Santrich intentó cortarse las venas, volvió a quedar libre y, cuando apenas completaba unos segundos de haber salido de la cárcel, aterrizó en el penal un helicóptero que lo esperaba para recapturarlo y trasladarlo al búnker de la Fiscalía. Duró preso once días más y el Consejo de Estado anunció que le mantendría la investidura de congresista. 48 horas más tarde fue puesto en libertad de nuevo por orden de la Corte Suprema de Justicia y, finalmente, terminó posesionándose como representante a la Cámara.

El final de la historia ya todo el país lo conoce. Santrich abandonó su esquema de seguridad y se perdió entre la manigua para fugarse y hacerle conejo a quienes habían creído en él. Con esto, el guerrillero no solo traicionó los acuerdos, sino a sus propios compañeros de partido y a quienes, dentro de los sectores políticos de centro y de izquierda, habían creído en su palabra y compromiso con la paz.

Sobra decir que en su momento la telenovela de Santrich fue uno de los golpes más duros que pudo recibir el Acuerdo firmado entre el Estado y las FARC. Evidentemente, el tema cogió tanto vuelo que se convirtió en una línea de argumentación perfecta para afirmar que las FARC no estaban cumpliendo con su palabra. Aunque eso bien podía ser cierto para el caso particular de Santrich, en realidad la actitud reprochable del guerrillero terminó por opacar a los miles de desmovilizados que sí estaban comprometidos con lo que se pactó.

Algo parecido, aunque menos cinematográfico, ocurrió con Iván Márquez. A diferencia de Santrich, este sí era un hombre ampliamente conocido por la opinión, pues todo el país sabía de su importancia y mando dentro de la organización guerrillera.

En la fase de los diálogos, Márquez había cambiado las selvas de Colombia por La Habana para convertirse en el jefe negociador de esa guerrilla. Esa designación le dio jerarquía y lo convirtió en la cara más visible de los diálogos.

Pero cuando supo que su sobrino Marlon Marín estaba colaborando con las autoridades, para Márquez fue claro que lo habían cogido con las manos en la masa y que, si quería evitar la cárcel, su único camino era regresar a la clandestinidad.

El golpe para el proceso también fue duro. En cuanto a El Paisa y a Romaña, los dos siempre fueron vistos como pertenecientes al ala guerrerista y abiertamente narcotraficante de las FARC. Así las cosas, cuando estos hombres se apartaron del proceso, su partida no causó mayor sorpresa en la opinión pública.

Los cuatro desertores volvieron a ser noticia un mal día en que el país se levantó con el video en el que proclamaban la refundación de las FARC y hablaban de “la segunda Marquetalia”. En ese entonces, ver empuñando sus armas a los hombres que durante tantos años sembraron terror y muerte a lo largo y ancho de Colombia no era un asunto que pudiera menospreciarse.

En su diatriba anunciaron que esta vez su guerra sería contra la oligarquía y contra las estructuras políticas que le había cerrado el camino a la paz. No fueron pocos los colombianos que pensaron que la época de los atentados contra la población civil y de los secuestros indiscriminados iba a volver a ser el pan de cada día.

Sin embargo, las palabras de Márquez se las llevó el viento. Como quedó demostrado, estos hombres no tienen una estructura militar, ni mandan sobre las disidencias.

Es por esto que, aunque sus anuncios nunca puedan ser tomados como un asunto menor, es importante que estos se lleven a sus justas proporciones. Los exguerrilleros que se acogieron al acuerdo hoy están en la legalidad y una inmensa mayoría de ellos cumple con lo que se acordó.

La JEP, por su parte, está haciendo su trabajo y en cuestión de meses tendrá listas las primeras imputaciones. Así las cosas, los hombres que hoy tratan de amedrentar a Colombia no son más que un puñado de delincuentes que el Estado debe perseguir.

Quedará entonces en manos del Gobierno adelantar las investigaciones y emprender los operativos pertinentes para que Márquez y su banda terminen enfrentando todo el peso de la ley. Pero de ahí a que su reaparición se constituya como un golpe a los Acuerdos de Paz, hay mucho trecho.