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¿Quién puso la bomba en el Club El Nogal?

Los testimonios y evidencias señalan a la columna Teófilo Forero de las Farc. La gran pregunta: ¿solos o aliados con una facción del narcotráfico? Investigación de SEMANA.

16 de febrero de 2003

Todo parecia normal esa noche. El presidente Alvaro Uribe se encontraba en su pequeña sala de juntas, a pocos metros de su despacho, evaluando con los generales la situación de orden público de la última semana. Mauricio Torres, un joven arquitecto, celebraba con unos whiskys y dos amigos sus 35 años en la terraza de un bar en el Parque de la 93. Ederley Torres, encargado de las operaciones de rescate de la Defensa Civil, se dirigía a su casa a pie, todavía con su uniforme puesto, luego de cumplir un turno de 12 horas. Y Zamir Estefan, de 29 años, director operativo de la Policía cívica de tránsito, se encontraba sentado en un sofá viendo televisión en su apartamento ubicado en la calle 84 con carrera novena al norte de Bogotá.

A las 8:05, José María, de 11 años, estaba jugando en su casa cuando oyó un estruendo ensordecedor. Asustado, descolgó el teléfono y le marcó a su mamá, Alicia Arango, secretaria privada del Presidente: "Mami, dile al Presidente que oí un ruido muy raro. Tan raro que las ventanas temblaron". Fue la primera llamada que llegó al Palacio de Nariño. La secretaria privada del Presidente tenía en frente suyo al coronel Santoyo, jefe de seguridad, de Palacio, quien con un par de llamadas averiguó lo que había ocurrido: "Hubo una explosión en el Club El Nogal". Inmediatamente le deslizaron un papelito al Presidente.

A los pocos minutos, Mauricio Torres recibió una llamada de su hermano mayor a su celular: "Váyase ya para su apartamento porque estalló una bomba en El Nogal". Torres pidió la cuenta y salió volado con sus dos contertulios. No era para menos: el joven arquitecto vivía a escasos 20 metros del sitio donde fue ubicada la bomba. En ese momento, Ederley Torres iba caminando a la altura de la carrera 30 con calle 53, cuando fue notificado por su radioteléfono que se había presentado una emergencia en El Nogal. A los cinco minutos uno de sus compañeros de la Defensa Civil lo recogió en un vehículo y se trasladaron a la sede del club escoltados por dos patrullas de antiexplosivos.

Todos llegaron a la carrera séptima con calle 78 alrededor de las 8:15 de la noche y la escena que tenían frente a ellos era dantesca: el edificio ardía en llamas, decenas de personas recubiertas de polvo y sangre deambulaban como muertos vivientes, brazos y piernas se asomaban entre los escombros, los gritos de auxilio eran ahogados por el ruido altisonante de las alarmas de los carros, y un fétido y penetrante olor a muerte se había apoderado del lugar.

Torres se dirigió a su apartamento para cerrar el registro del gas abriéndose paso entre los heridos tiznados de hollín que eran evacuados por su edificio. Everley se abalanzó, con cuatro de sus compañeros socorristas, entre una asfixiante humareda y polvo, que más parecía la entrada al infierno, para alcanzar el cuarto piso del club. Zamir daba órdenes a los demás policías cívicos para que ayudaran a estacionar las ambulancias mientras trataba de auxiliar a un conductor a través de los hierros retorcidos de un Mercedes-Benz, sin saber que ya estaba muerto.

A estas alturas la noticia ya le estaba dando la vuelta al mundo. Tanto CNN como la BBC interrumpieron su programación para lanzar el trágico flash informativo. En Bogotá, el servicio de telefonía del norte de la ciudad colapsó durante una hora y media ya que en esos momentos se hicieron más llamadas que el 31 de diciembre. Y en la sede de Telecom el sistema se infartó con la cantidad de llamadas de colombianos residentes en el exterior.

Esa fatídica noche los bogotanos se fueron a acostar con el ruido de las sirenas como telón de fondo y una angustia colectiva había cobijado a toda la ciudad. El saldo de la tragedia: 33 muertos y 168 heridos. Esa noche nadie durmió tranquilo.

¿Quien fue?

Desde las épocas del terror de Pablo Escobar Colombia no vivía esa cara del terrorismo. Por la magnitud, la sofisticación y el simbolismo del atentado era evidente que sólo podía haber dos autores intelectuales detrás del atentado: el narcotráfico o las Farc. Al día siguiente, cuando las cenizas estaban aún calientes y seguían encontrando cadáveres, un funcionario del Departamento de Estado, Lou Fintor, fue despejando dudas sobre los responsables: "Se cree que el ataque forma parte de la campaña de terrorismo urbano de las Farc". El gobierno colombiano secundó la hipótesis lanzada desde Washington. El vicepresidente Francisco Santos dijo en medio de su rabia: "A mí no me cabe duda de que fueron las Farc. Vienen haciendo acciones donde Bogotá es el objetivo y han demostrado que lo que antes utilizó el narcoterrorismo, ahora lo usan las Farc sin ningún cargo de conciencia". El general Jorge Enrique Mora, comandante de las Fuerzas Militares, se sumó al coro de la denuncia: fueron las Farc. Sin embargo, salvo por la declaración del gobierno de Estados Unidos cuya tradicional prudencia en el frente diplomático hacía pensar que tenían pruebas, en el caso de los funcionarios colombianos parecía más una conclusión producto de la lógica y el sentido común que del poder de la evidencia.

El único en el gobierno que descartó la autoría de las Farc fue el ministro del Interior y de Justicia, Fernando Londoño: "Esto es demasiado sofisticado para haberse planeado en el Caguán. Aquí tenemos que vérnosla con un terrorismo mucho más sofisticado". El Ministro abrió tácitamente la posibilidad de que fueran los narcotraficantes. Y argumentos no faltaban. En los últimos ocho meses se han extraditado 34 narcotraficantes, tres veces más que el promedio durante el cuatrienio de Andrés Pastrana. Se ha acelerado la extradición y eso les duele a los narcos. Sin embargo, hay dos razones muy poderosas para pensar que no fueron. La primera, que un atentado como el de El Nogal, si busca un objetivo tan concreto como la no extradición, es impensable si no se reivindica. Nadie pone una bomba de ese calibre para mandar un mensaje subliminal al gobierno. Se hace para amedrentar a la sociedad y que ésta sepa por qué. Como lo hizo Pablo Escobar bajo la sombrilla de 'Los Extraditables' a comienzos de los 90. Y la segunda es que si algo aprendieron los carteles del narcotráfico del cartel de Medellín es que declararle la guerra al Estado es activar su autodestrucción y, tarde o temprano, terminar la tumba. Por lo tanto, la mejor lección para las nuevas generaciones de narcos ha sido la política del bajo perfil.

Si había alguna duda sobre la autoría del atentado, quedó disipada a mediados de la semana, cuando el vicepresidente Santos pronunció un discurso en el Consejo Permanente de la OEA donde dijo: "Quiero expresarles con toda claridad que tanto el gobierno de Colombia como el de Estados Unidos tienen evidencia irrefutable, producto de inteligencia técnica y humana, y que por obvias razones no podemos divulgar, que indican que los autores de este atentado fueron las Farc". ¿De qué pruebas hablaba el vicepresidente con tanta seguridad en Washington?

Por que las Farc

El gobierno y los organismos de seguridad tienen varias razones para afirmar que los responsables del atentado contra el club El Nogal son las Farc. En primer lugar, la urbanización de la guerra se ha visto en la ofensiva terrorista de los últimos seis meses. El propio 'Mono Jojoy' dijo hace un par de años que se iban para las ciudades y que en la selva sólo quedarían 'dantas y chigüiros'. Las autoridades han establecido una línea común entre los diferentes atentados perpetrados en Bogotá en los últimos tres meses. El 22 de noviembre de 2002, tres granadas de mortero, similares a las utilizadas en el ataque al Palacio de Nariño el pasado 7 de agosto, fueron lanzadas hacia la embajada de Estados Unidos y la Fiscalía General de la Nación. El 9 de diciembre explotó un carro bomba cargado con 70 kilos de anfo -un explosivo hecho a base de nitrato de amonio- en el barrio Normandía, en el noroccidente de la capital. El miércoles 11 de diciembre la Policía encontró tres carros, cada uno de los cuales estaba listo para ser detonado con 400 kilos de anfo. Dos días más tarde una agenda bomba estalló en la oficina del senador Germán Vergas Lleras, y ese mismo día explotó una bomba en Residencias Tequendama, un edificio de las Fuerzas Militares, en donde normalmente se alojan parlamentarios que tienen su residencia fuera de Bogotá.

En cada uno de estos atentados las autoridades afirmaron que la responsabilidad era de las Farc y que prueba de ello era la captura de algunos de los autores materiales, vinculados a esa organización y el uso del explosivo anfo. Los organismos de inteligencia y seguridad han establecido preliminarmente que el explosivo que se usó en El Nogal fue el mismo anfo. Esta similitud en los métodos y en el tipo de explosivos utilizados establece un patrón que bien podría indicar que el ataque al club pudo provenir de las Farc. Pero esas coincidencias no son la única prueba, ni la más contundente, que tiene el gobierno para afirmar que los hombres de 'Marulanda' están detrás del ataque a El Nogal.

La Teofilo

Después de analizar el atentado con carro bomba en el barrio Normandía al occidente de Bogotá, que dejó un muerto y 69 heridos, los organismos de seguridad llegaron a la conclusión de que éste no podía haber sido una labor de las milicias del frente urbano Antonio Nariño, como inicialmente creyeron. Los autores demostraban bastante más sofisticación. Así lo expresaron en un documento reservado de inteligencia elaborado el 19 de diciembre de 2002 por la Fuerza de Tarea del Sur, con base en Tres Esquinas, Caquetá: "?Existen otras células o agrupaciones denominadas comandos, los cuales han ingresado a la capital de la República con misiones específicas de desarrollar acciones terroristas, entre las que se encuentra un grupo perteneciente a la columna móvil Teófilo Forero del Bloque Sur de la ONT-Farc".

En el documento, que conoció SEMANA en días pasados, se afirma que se había detectado el desplazamiento de miembros de la columna Teófilo Forero hacia Bogotá, entre otros alias 'Uriel' de la comisión de explosivos de este grupo. De la misma forma dice que los guerrilleros de esa columna entraron en contacto con algunos subversivos presos en la cárcel La Picota y se revelan los nombres. Con esta información, unidades de inteligencia militar realizaron desde el pasado 24 de diciembre una serie de seguimientos e intercepciones telefónicas a varios sujetos que presuntamente eran parte de los comandos guerrilleros que envió la Teófilo Forero a Bogotá.

En los primeros días de enero de este año, los militares corroboraron que, en efecto, miembros de la Teófilo se hospedaban en hoteles y casas del centro y norte de Bogotá. Interceptaron sus conversaciones, realizadas desde 12 celulares, que indicaban que estos comandos planeaban atentados de gran envergadura en la capital. Esta información fue discutida el 17 de enero en un Consejo de Seguridad que reunió a los representantes de las distintas entidades de seguridad en la sede de la Brigada XIII del Ejército, en el Cantón Norte, según quedó consignado en un documento de 25 páginas. En éste se expone la gravedad de la situación y se relata, entre otras cosas, la forma como ingresaron a Bogotá una gran cantidad de explosivos provenientes de La Plata, Huila. No obstante, las autoridades no lograron conectar estos hechos con un atentado concreto. Detectar un acto terrorista a tiempo es difícil, aun para Estados bastante más organizados y experimentados que el colombiano, como es el caso de Israel. No hay que olvidar, por ejemplo, que los organismos de inteligencia estadounidenses también tuvieron muchas pistas sobre un posible ataque de Al Qaeda en su territorio y sin embargo no pudieron evitar la catástrofe de las Torres Gemelas.

No obstante, en el caso de El Nogal, como en el del 11 de septiembre, cuando ocurrió el atentado, los funcionarios del Estado no tardaron en conectarlo con la información que ya tenían.

El testigo clave y 'Rambo'

Luego del bombazo, las autoridades encontraron nuevos indicios que confirmarían la hipótesis de que se trató de las Farc. El miércoles 12, cinco días después, uno de los fiscales que adelanta la investigación por la explosión de El Nogal, recibió la declaración de un ex guerrillero que hasta ahora se ha convertido en el testigo clave de todo el proceso. Se trata de un subversivo que hasta hace pocos meses perteneció a la columna Teófilo Forero y quien entregó detalles reveladores sobre el ataque terrorista. El hombre, de unos 30 años, narró ante los investigadores de la Fiscalía, que dos días antes del atentado fue contactado por otro guerrillero, Juan Carlos Garzón, conocido con el alias de 'Rambo' para que llevara un carro bomba a un lugar determinado. "El creía que yo todavía estaba en la guerrilla y como fuimos compañeros, él sabía que yo había hecho el curso de explosivos y me dijo que había un trabajo grande para hacer. El miércoles, dos días antes de la bomba, fuimos a ver el carro a un taller en el barrio Santa Fe. Rambo fue el hombre encargado de coordinar la entrada del carro al sitio?". Este es tan sólo uno de los apartes de la confesión del ex guerrillero la cual está siendo evaluada por las autoridades. SEMANA habló con él y narró detalladamente el testimonio que rindió ante los fiscales (ver recuadro).

Con la información que este hombre les suministró a los organismos de inteligencia el jueves de la semana pasada, el DAS logró capturar a alias 'Rambo'. Las autoridades lo buscaban por ser el responsable de lanzar una granada el año pasado contra un camión de auxiliares de policía en la carrera décima de Bogotá. En los expedientes de los organismos de inteligencia 'Rambo' está reseñado como especialista en explosivos. Por petición del alto gobierno este hombre no fue presentado a la opinión pública.

Las preguntas

El frente Teófilo Forero es una columna móvil de las Farc bautizada con el nombre de un dirigente agrario y sindical que fue secretario de organización del Partido Comunista en los 80 y que fue asesinado en las calles de Bogotá al finalizar esa década.

La Teófilo es la columna de las Farc más cercana a los negocios del narcotráfico. Sus integrantes circulan por el piedemonte entre Bogotá y Neiva (donde tienen su cuartel general) y actúan como lo dijo una fuente de inteligencia del Ejército "como los escoltas de la coca".

Por su contacto con el narcotráfico, un negocio de naturaleza internacional, este grupo además ha jalonado la reciente sofisticación en los operativos de las Farc. Ellos y los cómplices que han reclutado en la delincuencia común, hace rato se mueven con propiedad en las ciudades. De su mano, las Farc saltaron de la guerra tradicional campesina y de los pipetazos a los pueblos, a hacer operativos audaces y especializados, más propios de una guerrilla urbana sofisticada, como el del secuestro, en pleno vuelo, del senador Jorge Eduardo Gechem Turbay hace un año o el secuestro colectivo de los residentes del edificio más lujoso de la capital huilense.

Desde que se rompió la negociación entre gobierno y guerrilla, esta columna ha crecido en tamaño, recursos, contactos y, sobre todo, poder dentro de las Farc. Dicen quienes conocen lo que hoy sucede en esta organización que los métodos crueles y violentos de la Teófilo -cada vez más terroristas y menos revolucionarios- han ido aceptándose en el interior de las Farc.

¿Pudo la columna Teófilo Forero llevar a cabo este operativo sola, sin ayuda, sin más apoyo que la que ellos han construido en Bogotá con sus alianzas con grupos de delincuentes comunes y algunos jóvenes milicianos? Es posible. Tenían el motivo: atentar contra un símbolo de la oligarquía con vínculos estrechos con el Ministro del Interior y de Justicia. Tenían el modo: entrenados por miembros del IRA, y por expertos de la ETA en un curso de explosivos, que según dijeron fuentes cercanas a la guerrilla, tomaron en la zona de distensión a principios de 2002. Tenían la audacia: probada ya en el operativo de Gechem y en el secuestro masivo de los diputados del Valle. Tenían, muy probablemente, el visto bueno del Secretariado, donde mandan ahora los vientos extremistas luego del fracaso de los que intentaron el diálogo.

No obstante, les faltaba la inteligencia suficiente para meterse a un lugar tan vigilado y tan exclusivo como el Club El Nogal. Y allí es donde entra a jugar la hipótesis de una posible alianza con un grupo de narcotraficantes. Según cuatro diferentes fuentes consultadas por SEMANA, una oficial, un experto en seguridad independiente, una persona que sabe del mundo del narcotráfico y otra que conoce a las Farc, un grupo de traficantes del Valle del Cauca y el Eje Cafetero que hace rato tienen negocios con la Teófilo Forero de las Farc, le proporcionó al grupo guerrillero conocimientos en explosivos y los contactos para ingresar a El Nogal. "Estos son hombres de mundo, que perfectamente saben cómo infiltrarse en un club social, sin ser detectados, algo que nunca habrían podido hacer jóvenes delincuentes del Huila o del Caquetá", dijo una de las fuentes.

Las autoridades no niegan, pero tampoco confirman, la tesis de una alianza Farc-narcos como la responsable del demencial ataque. "No sabemos a ciencia cierta cómo se cometió el atentado", dijo una alta fuente oficial. Y aseguró que era mejor llevar la investigación sobre evidencias físicas sólidas que les permitan dar ciertamente con los autores.

Mientras tanto los colombianos andan deprimidos y asustados. Tristes porque en ninguna cabeza cabe la barbarie de las personas que fríamente planearon volar un edificio lleno de hombres, mujeres y niños. Quienes, no contentas con esta orgía de sangre, volaron medio barrio popular en Neiva.

Y asustados porque todo el mundo sabe que las Farc arrancaron una nueva era de terror y todo el mundo intuye que hasta ahora empieza. Es demasiado difícil luchar contra un enemigo cobarde, que golpea y se esconde, y cuya crueldad no tiene límites. De ahí que las autoridades van a tener que acelerar sus planes para mejorar su inteligencia, compartir información y reaccionar a tiempo. Y los habitantes de las ciudades tendrán que dejar atrás la vieja idea de que esto no es con ellos. Esto es con todos.