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Bienvenido, “conozco sus habilidades, conozco su destreza, conozco su profesionalismo”, le dijo el presidente Juan Manuel Santos al Ministro Consejero para el Posconflicto. | Foto: Efraín Herrera /Presidencia

ANÁLISIS

Misión posible, pero cuesta arriba

Rafael Pardo, otra vez en el gabinete ministerial, tiene que preparar el país para hacer viables los acuerdos con las FARC y, a la vez, mantener la Unidad Nacional. Ambos son muy complejos.

26 de noviembre de 2015

El nombramiento de Rafael Pardo como ministro consejero para el posconflicto no es rutinario. A la posesión, este martes, asistieron el expresidente César Gaviria y un grupo mayor, en cantidad y peso político, al que suele asistir a estas ceremonias protocolarias. La extensa hoja de vida de Pardo, su influencia en el Partido Liberal (fue su candidato a la Presidencia y a la Alcaldía de Bogotá) y su reciente derrota electoral le dan a su regreso al gabinete una dimensión que se manifiesta en dos direcciones: la de la gestión que llevará a cabo en un momento decisivo del proceso de paz y la del equilibrio de fuerzas entre los partidos de la Unidad Nacional.

No son pocas las preguntas que se han formulado desde su llegada a la enorme mesa del Consejo de Ministros, a la que hasta hace poco se sentaba como jefe de la cartera de Trabajo, y a la que sus excompañeros lo recibieron con aplausos. ¿Premio de consolación después de la derrota?

¿Reconocimiento a su alta votación de 800.000 sufragios? ¿Equilibrio en el lado liberal frente al peso del vicepresidente Vargas Lleras, de Cambio Radical? O, simplemente, ¿era el hombre adecuado para el cargo correcto en el momento oportuno del inminente postacuerdo?

En lo que se refiere al aspecto técnico, el presidente Santos necesitaba llenar el vacío que dejó el general Óscar Naranjo luego de su renuncia al Ministerio del Posconflicto. Y Pardo tiene las credenciales y el peso para hacerlo: experiencia en procesos de paz, lideró el Plan Nacional de Rehabilitación en el gobierno de Virgilio Barco (que buscaba, mediante la presencia del Estado, facilitar el retorno de excombatientes a la vida legal) y trayectoria académica (ha escrito tres libros importantes sobre las guerras y la paz en Colombia).

La misión del exconsejero de paz y exministro de Defensa, sin embargo, es muy compleja. Ahora cuando se da por descontado que las delegaciones negociadoras del Gobierno y de las FARC firmarán un acuerdo para terminar la guerra, empiezan a surgir los interrogantes sobre su implementación. El Estado necesitará una estrategia institucional y financiera para asegurar la ejecución de los pactos y para empezar, a partir de ellos, a construir una paz duradera. Es decir, que funcionen y operen los esquemas de justicia transicional, reparación a las víctimas, protección de los derechos de los miembros de las FARC (comenzando por su seguridad), sus garantías para participar en política y sus posibilidades de acceder a empleos y oportunidades de inserción en la sociedad. La misión de Pardo puede parecer difusa y demasiado amplia, pero tiene que ver con todo esto y con más. Y va a necesitar capacidad institucional y dinero, que no existen y las tendrá que construir desde cero.

El presidente Santos mencionó la cifra de 3.000 millones de dólares como posible costo del postconflicto. Y se entiende que la mayor parte de ellos será gestionada con la comunidad internacional. Es decir, Pardo será el gerente de un ‘fondo de fondos’ donde se va a reunir la plata aportada por Estados Unidos, el Banco Interamericano para el Desarrollo, la Unión Europea y el Banco Mundial, entre otros. Y en su reciente viaje a Filipinas, a la cumbre de la APEC, Santos exploró posibilidades con las 21 economías asiáticas. Pero una cosa es inversión y otra, cooperación. Ese fondo tendrá una junta directiva, que todavía no se conoce, y gestionará por lo pronto alrededor de 750 millones de dólares para los próximos cinco años. En principio, el hueco entre las necesidades del posconflicto y las posibilidades de cooperación de la comunidad internacional, en momentos en que está mucho más interesada en destruir al Estado Islámico que en afianzar la paz en Colombia, es muy grande. Y da una medida del difícil desafío que se encuentra Pardo en su escritorio.

Desde el punto de vista institucional, por debajo de la junta se mantiene el mismo esquema de cuatro viceministerios que dejó el general Naranjo tras su renuncia: Minas antipersonal a cargo del general Rafael Colón que ya arrancó plan piloto en El Orejón, Cooperación internacional y sector privado con Alexandra Guáqueta, Derechos Humanos con el excongresista Guillermo Rivera y Seguridad, que hasta el momento no tiene cabeza, pero se ha mencionado el nombre de Jorge Restrepo, director del Centro de Investigación y Estudios sobre Conflictos Armados (CERAC).

La otra dimensión del retorno de Rafael Pardo al alto gobierno es de carácter político. A raíz de las elecciones del 25 de octubre se hicieron visibles las tensiones entre los partidos de la Unidad Nacional en el campo electoral. Y como se da por sentado que en el 2018 Cambio Radical se presentará con Germán Vargas Lleras y los liberales y la U irán con candidatos propios, las tensiones van a aumentar.

Los liberales han mostrado su molestia por el hecho de que el vicepresidente Vargas Lleras tiene una posición de alto perfil, dos ministerios claves a su cargo –Transporte y Vivienda- y una chequera abultada. Y no parece que el nombramiento de Pardo los haya tranquilizado. El senador Horacio Serpa, actual jefe de los rojos, en su columna de opinión publicada en su página ‘La Ola Política’ dejó clara su postura: “(Vargas es) exitoso, claro, con la plata de todos y rompiendo las reglas de la igualdad política. De envidia no sabe el Partido Liberal, indiscutible triunfador de las pasadas elecciones”. Este jueves se agudizó su rifirrafe con el representante Germán Varón, de Cambio Radical, quien le contestó que “no tiene la culpa de que los ministros liberales no sean igual de capaces que los de Cambio Radical”.

Algunos analistas se preguntan si el aumento en la temperatura en las peleas entre los partidos de la Unidad Nacional puede poner en peligro su vigencia, su capacidad de votar en forma alineada en el Congreso, o su convivencia pacífica en el gabinete ministerial. Pero el presidente Juan Manuel Santos ha asumido la actitud de quien está por encima de las peleas. Al fin y al cabo, hasta el 2018 tanto al Gobierno como a los partidos de la coalición les conviene estar en el poder. El matrimonio por conveniencia del que se habla.

Y si algo ha caracterizado a Rafael Pardo en el ejercicio de los cargos públicos que ha desempeñado es que los ejerce con más criterio técnico que político. Su regreso al gabinete puede no ser suficiente para calmar el nerviosismo de sus copartidarios contra Cambio Radical, pero tampoco se va a convertir en un carbón para atizar el fuego.