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Foto: pixabay.com | Foto: Archivo Particular

HISTORIA

La emotiva carta de una joven adoptada por un hombre soltero

Durante la audiencia pública, previa al tercer debate del proyecto de Viviane Morales, Julia Samper Santamaría se desprendió de su pasado y relató por qué la adopción fue su bendición. "Yo le decía papá-mamá, él era mi mundo", dijo.

26 de abril de 2017

Julia Samper Santamaría no corrió la misma suerte de miles de niños en Colombia que aún esperan para ser adoptados. La lista es larga: son más de 21.000 menores que hoy están bajo protección del ICBF y a los que podría cerrárseles la posibilidad de tener hogar.

Un drama humano y social que para muchos acentúa el proyecto de la senadora liberal Viviane Morales, que busca convocar a un referendo para que en las urnas el país se pronuncien sobre quiénes podrían tener el derecho a la adopción y así impedir que lo hagan familias no conformadas por un papá y una mamá. Una propuesta que da un portazo a los solteros y al derecho que conquistaron los LGBTI en la Corte Constitucional.

Durante la audiencia pública, previa al tercer debate del proyecto la sobrina del expresidente Ernesto Samper este lunes se desprendió de su pasado y relató por qué la adopción para ella fue su bendición y convirtió a su papá en el promotor de un paso histórico, pues fue el primer hombre en el país que se le concedió el derecho.

Esta es la carta que escribió la joven:

Mi nombre es Julia Samper Santamaría y nací en 1985 en Bogotá. Soy hija de Juan Francisco Samper Pizano y Lorencita Santamaría Gamboa y  durante los seis primeros años de mi vida mi papá tuvo el papel de padre y madre. Desde que me acuerdo mi papá siempre me dijo que yo era adoptada, nunca fue un secreto ni algo negativo, lo único importante era que él y yo éramos familia. Para una niña que está empezando a pensar y procesar información es confuso el hecho de ser adoptado, me acuerdo de cuestionarme el por qué. Era difícil entender que mi mamá no me quiso, sin embargo mi papá siempre la defendió diciendo que no fue que no me quisiera sino que de pronto era muy joven para cuidarme o no pudo hacerse responsable. Gracias a él hoy sólo siento agradecimiento hacia ella por haberme dado en adopción que es lo mejor que me pudo haber pasado.

Mi papá siempre me hablaba del proceso, después de dos matrimonios fallidos, sentía que algo hacía falta en su vida y decidió adoptar a una niña. Intentó con varias agencias de adopción que negaron su aplicación por ser padre soltero. Como en Colombia se le estaban cerrando las puertas, decidió ir a San Francisco a aplicar para adoptar a una niña de Vietnam. Mientras esperaba la respuesta, recibió la llamada que cambió la vida de los dos: la fundación Ayúdame en Bogotá decidió aceptar el caso de mi papá.

En esa época él trabajaba en el Banco del Estado, donde pidió una licencia de maternidad y se la negaron, por lo que renunció para estar conmigo en esos meses tan importantes y ser su prioridad. Me contó que me recogió a los 15 días de nacida y siempre supo que tenía una familia y muchos amigos que lo apoyarían en este proceso. Yo tuve el privilegio de tener a la familia Samper cuando estaba creciendo, una familia que ha estado a siempre  a mi lado y que me ha apoyado en todo. También tuve una familia extendida gracias a todos los amigos y amigas de mi papá que lo ayudaron y que fueron parte de mi vida. Desde los seis años, cuando mi papá se casó con Lorencita, la familia Santamaría me recibió con los brazos abiertos. Mi papá me rodeó de personas con valores, que me entregaron amor incondicional y que todavía son una parte muy importante de mi vida.

Yo le decía papá-mamá, él era mi mundo. Fue una persona demasiado especial, siempre tuvo tiempo para mí,  se sentó a oírme y a darme consejos y tuvo la capacidad de arreglar todo con un abrazo. A pesar de tener todo bajo control, pedía consejos a las mujeres de la familia y a sus amigas cuando me compraba ropa, porque quería que estuviera bien vestida y aprendió a hacer trenzas y colas de caballo para poderme arreglarme el pelo. Me dio una gran educación, me enseñó a ser independiente y a pensar. Me acuerdo cuando estábamos buscando colegio, estaba la opción de meterme al Gimnasio Femenino, fuimos al Nueva Granada pero me rehusé a presentar el examen y finalmente me enamoré del Andino, colegio del que me gradué.

Antes de entrar al colegio se ganó una beca y nos fuimos a vivir a Minnesota (Estados Unidos) por un año, donde me enseñó a montar en  bicicleta, aprendí a nadar y a hablar inglés. Aprovechó a comprarme varios libros y películas para que pudiera practicar y no se me olvidara el idioma. Cuando regresamos a Colombia empecé a aprender alemán en el colegio, un idioma complicado que me costó mucho trabajo, por lo que me consiguió clases para que me ayudaran ya que él ni nadie en la familia hablaba alemán. Con las otras materias siempre me ayudó, incluso cuando tuve que colorear 20 mapas de Asia y África. Siempre estuvo ahí para mí, cuando íbamos a paseos practicábamos los departamentos y sus capitales, me empujó a leer para activar mi imaginación y tener buena gramática y ortografía. A los cinco años me regalaron una perrita para que aprendiera a ser responsable y a cuidar a otro ser.

A los seis años las cosas cambiaron. Mi papá se casó y al principio fue muy duro tener que compartirlo con otra persona porque siempre habíamos sido los dos. Al año, él y mi nueva mamá estaban esperando una niña lo que fue también difícil de entender pues cualquier niño siente celos cuando va a llegar un bebé a la familia. Mi hermana Lina nació en 1993 y aunque fue difícil especialmente durante mi adolescencia, hoy sé que ella fue el mejor regalo que me pudieron haber dado.

En esa época de mi vida hice mucho deporte, jugaba tenis, patinaba, montaba a caballo y estaba en el equipo de gimnasia olímpica y atletismo del colegio. Participé en muchas competencias y mi papá y mamá siempre me apoyaron y estuvieron presentes.

En la etapa de la adolescencia que uno siente que nada tiene sentido y que está sólo en el mundo, él siempre estuvo a mi lado, paciente y constante. A pesar de tener mi grupo de amigos mi papá siempre fue mi persona preferida, hablábamos durante horas, veíamos “Friends” todos los días y llorábamos juntos de la risa. Como yo siempre he tenido problemas para dormirme y él se despertaba  a media noche, empezamos la tradición del cerealito de la 1 a.m., porque siempre se despertaba con hambre.

Mi papá también me enseñó la importancia de trabajar para conseguir lo que uno quiere, yo archivaba los papeles de las cuentas dos veces a la semana y así me ganaba mi mesada. Nuestra relación estuvo basada en el amor y la confianza. Una de las cosas más admirables que siempre vi y aprendí de él, fue su compromiso y generosidad con otras personas, siempre tratando de ayudar a los que más lo necesitaban. Lo vi ayudar a comunidades, dirigiendo proyectos auto-construcción de vivienda.  A mi niñera, empleadas del servicio y conductores les colaboró para comprar su primera casa y los mandaba de paseo y a conocer el mar. Mi papá tenía el corazón más grande de todos, siempre dando sin esperar de vuelta. Me hablaba de la integridad y de ser honesto, de hacer lo que me hiciera feliz y de la importancia de la familia y la lealtad hacia ella.

Mi papá me dio una vida que no cambiaría por nada en este mundo: una mamá y una hermana, una familia, una gran educación y valores y me empoderó para creer en mi misma y en mis capacidades. Me enseñó a ser independiente, capaz, a ayudar a otros, a respetar a todo el mundo independiente del sexo, raza o estrato social y los valores indispensables para vivir una vida justa y digna. Me dio una vida llena de amor, mucho amor.  

Señores Congresistas, creo con todo mi corazón que nadie tiene el derecho de quitarle a los niños que están esperando tener una familia la oportunidad de que alguien sea el mundo para ellos, de la manera que mi papá fue el mundo para mí.