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Un hombre exuberante

Porqué Juan Luis Londoño es el ministro más difícil de reemplazar en el gabinete de Alvaro Uribe Vélez.

9 de febrero de 2003

Porque Juan Luis Londoño es una avalancha de optimismo, un místico arrollador, es que a todo el mundo le queda tan difícil imaginarlo de otra manera que luchando en medio de la catástrofe, elaborando soluciones, dibujando gráficos de salida de la peor situación de su vida, luego de que la avioneta en la que iba con cuatro acompañantes desapareciera en la cordillera Central el jueves pasado en la tarde.

Siempre ha creído que con buena energía se superan los abismos. "Metéle optimismo Junguito", le dijo por estos días varias veces a su colega de gabinete Roberto Junguito, cuando miraban juntos las estadísticas del hueco fiscal y de la enorme necesidad de gasto.

Y sí que le ha metido brío a las cosas. Cuando fue ministro de Salud de César Gaviria en dos años transformó el sistema de salud del país, a punta de energía desbordante y contagiosa y de ese discurso suyo tan fabuloso como imposible de comprender. En estos últimos seis meses, Londoño sacó adelante las reformas laboral y pensional -que han sucumbido una y otra vez en casi toda América Latina por la enorme resistencia política que despiertan-. Después, el ministro Zorba, como el exuberante griego de la película de Anthony Quinn, armó su Ministerio de Protección Social y se ha dedicado a promover su visión por todo el país.

Esas dos condiciones, la del ánimo incansable y la del verbo fantástico, las ha tenido siempre. Cuando estudiaba dos carreras a la vez, administración de empresas en Eafit y economía en la Universidad de Antioquia interrumpía a los profesores y les daba clase. Como monitor en Eafit compartió una microoficina con sus dos amigos del alma, José Darío Uribe, hoy subdirector técnico del Banco de la República y Juan Emilio Posada, hoy presidente de la alianza Summa. Los tres intensos, en todo, la rumba, el estudio, las ideas.

Un día el profesor de Eafit, Carlos Enrique Vélez, le recomendó a Juan José Echavarría que se llevara a Uribe y a Londoño para Bogotá porque eran muy buenos. Echavarría los vinculó a Fedesarrollo de pinches asistentes de investigación que ganaban menos que el mensajero. Eso no le impedía a Juan Luis discutir de igual a igual con los veteranos investigadores Roberto Junguito, Guillermo Perry o Miguel Urrutia, el director. Irreverente y descomplicado echaba sus rollos como si estuviera convencido de que sabía más que todos ellos. Y los enloqueció, como suele hacer Juan Luis.

Como José Antonio Ocampo, ex ministro de Hacienda, fue su asesor de tesis de grado de la maestría que hizo en política económica en la Universidad de los Andes, se fue con él como secretario técnico de la Misión de Empleo que el profesor Chenery de la Universidad de Harvard hizo en Colombia en 1985. Más tarde se graduó de Ph.D en Harvard, con una tesis que demostró cómo se había cerrado la brecha de ingreso entre ricos y pobres en Colombia.

Con agenda propia

En los años de estudio, Londoño fue definiendo su propia agenda sobre lo que había que hacer en el país. Curiosamente, aunque hoy tiene fama de tecnócrata y neoliberal a ultranza, entró al equipo de Gaviria a su regreso de Harvard porque representaba un balance social, frente a figuras más ortodoxas del credo neoliberal como Rudolf Hommes o Armando Montenegro. Primero fue subdirector de Planeación donde se dedicó a los temas sociales, con tal vehemencia que saltó a ministro de Salud.

Allí se inventó la Ley 100. El milagro para 11 millones de colombianos que hoy están afiliados al régimen subsidiado de salud, orgullosos poseedores del carné del Sisbén que les permite acceder dignamente a un hospital. Pero la Ley 100 fue también para muchos una enorme equivocación que dejó a la profesión de médico en ruinas.

Londoño suele contarles a sus amigos una anécdota del tema. Como es un convencido de su Ley 100, se hace atender en la clínica de una EPS, como cualquier cristiano. Hace unos años tuvieron que operarlo de una rodilla y el médico que lo iba a atender sacó una larga aguja para ponerle una inyección de anestesia peridural. Cuando tenía la aguja en mano le preguntó con cierta sorna: "¿Usted es Juan Luis Londoño, el de la Ley 100?". El ex ministro sintió ganas de salir corriendo.

Equivocado o no Londoño hizo lo que hizo con toda la convicción. Incluso para algunos, su pasión refleja una gota de fanatismo. Pero no es una utopía construida sólo de optimismo, es producto de más de una década de trabajo y obsesión con el tema social. Incluso cuando fue director de la revista Dinero, de esta casa editorial, Londoño se trazó metas imposibles, como crear un premio para emprendedores empresariales de 100.000 dólares y después rebuscarse la manera de entregarlo. Por eso desde hace tiempo, cada paso que ha dado, las posiciones que ha ocupado, las personas con quienes ha trabajado, han sido para impulsar su propio programa social y económico. Tanto es así que luego de que perdió las elecciones de 2002 como director de la campaña de Noemí Sanín -un golpe particularmente duro para un optimista irredimible como él- Londoño se fue a Fedesarrollo a proponer que diseñaran un programa social para ofrecérselo al ganador. Por eso cuando llegó al gabinete de Uribe, Londoño ya tenía su propia agenda, incluso, dicen varios en el gobierno, que les tiene agenda a algunos de sus colegas, a quienes a cada rato les dice qué tienen que hacer.

Juan Luis ha dicho que en esta nueva oportunidad de cambiar el rumbo de las cosas desde el poder tiene un clavo que sacarse. Cuando vino la crisis económica y los empleados aportantes al régimen subsidiado terminaron siendo casi menos que los beneficiarios, la Ley 100 se estancó. Eso ha dejado desprotegidos a muchos, por fuera del sistema. De ahí su nueva meta en este gobierno: inventar maneras para proteger a los desempleados o a los más vulnerables, en medio de una economía que crece poco.

En esas llevaba desde que arrancó el gobierno, presentando gráficos de su imaginación en power point, ante la mirada escéptica de los más científicos y la ilusionada de los más místicos; sacando cifras del computador que le calzaran a sus sueños, sin dejarse 'achicopalar' por quienes intentan ponerle los pies sobre la tierra.

(Al momento de escribir este artículo no se sabía aún del paradero de la avioneta en la que iban el ministro de Protección Social, Juan Luis Londoño y sus cuatro acompañantes).