Marcos Ramírez ha perdido la movilidad del cuerpo por las heridas que sufrió cuando el ELN quemó Machuca.

REPARACIÓN.

Las heridas de Machuca

Hace 10 años el ELN dinamitó un oleoducto que mató 84 personas. En Machuca esperan que llegue la reparación y no sólo el olvido.

18 de octubre de 2008

Como si fuera un domingo cualquiera en un pueblo minero del noreste de Antioquia, la familia Sánchez decidió entrarse temprano a su casa. Nelly del Rosario, con 9 meses de embarazo, le sugirió a su esposo que no se durmiera porque presentía que esa misma noche daría a luz. Los dolores fuertes en el vientre durante todo el día así se lo indicaban. La bebé nació a las 11:06 minutos, media hora antes de que el ELN volara el oleoducto Cusiana-Coveñas -a menos de dos kilómetros del casco urbano- y dejara convertido a Machuca en un gran campo de muertos y cenizas.

Aunque José, su esposa y la recién nacida -quien a partir de ese momento sería conocida como 'la niña candela'- lograron subir al cerro más alto y escapar al incendio, dos de sus hijos menores murieron carbonizados. Ellos vivían cerca del río Pocuné, el mismo que esa madrugada de octubre se convertiría en una corriente de fuego.

Impotentes, los sobrevivientes observaban desde un cerro el desolador panorama del pueblo: animales, vegetación y más de 100 casas incineradas, 84 personas muertas y otras 30 quedaron heridas.

El sábado pasado se cumplieron 10 años de aquella matazón y muy pocas cosas han cambiado allí. La carretera que conduce de Segovia a Machuca está llena de peñascos con más de ocho metros de altura por los que únicamente en época de verano cruzan los buses-escalera y huecos con 10 y 15 metros que sólo se atreven a transitar arrieros y mineros.

Una vez se llega al pueblo, las cosas no cambian. Hay un centenar de casas a medio construir y las historias de sus habitantes que relatan cómo a pesar de que ha transcurrido una década, el aislamiento y la pobreza son los mismos. El corregimiento carece de alcantarillado, teléfono domiciliario y tan sólo ahora están construyendo un centro de salud. El único colegio lleva meses en remodelación y su mayor orgullo es la emisora Machuca Estéreo que se creó hace nueve años gracias a las ayudas que llegaron al pueblo después de la masacre.

Tal vez la única diferencia entre el Machuca antes de la masacre y el actual es la estigmatización en la que quedaron sus habitantes: ya no son reconocidos por ser expertos 'barequeros', sino por ser un pueblo donde todos llevan sobre su piel cicatrices.
Mary Estrada perdió a su esposo, y aunque ella y su hijo sobrevivieron, lleva cicatrices en diferentes partes del cuerpo. Dice que lo más duro ha sido en todos estos años es el desamparo en el que se mantienen: "Cada año, cuando se acerca un aniversario más, nos prometen lo mismo".

Marcos Ramírez es un anciano de 85 años que perdió a sus cuatro hijos y un nieto en el incendio. Hoy vive solo en un rancho de paja sin agua y sin luz, y las cicatrices le impiden moverse como antes. Él dice que la única promesa que le interesa que le cumplan es la de las cirugías en las piernas y los brazos.

La Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (Cnrr) ha decidido, a partir de esta semana, tomar a Machuca como un caso piloto de reparación colectiva, para lo que se discutirá con los líderes de la comunidad cuál sería la reparación ideal para el pueblo.

El jueves pasado, en medio de un acto conmemorativo, todas las víctimas se quedaron esperando al ex comandante del ELN 'Francisco Galán' quien haría un acto de contricción. Pero 'Galán' no asistió. Por ahora, las heridas de Machuca siguen abiertas. Sin reparación y sin olvido.