ANTETITULO

Piratas invencibles

Ni la tormenta perfecta logró derrotar a estos tres hombres que le han ganado la batalla a la vida.

17 de agosto de 2006

Volar para salvar vidas

En una operación de rescate, el capitán Miguel Ángel Malagón, piloto de Black Hawk, recibió una descarga de fusil que le destruyó el codo y el radio. La fidelidad de sus soldados le salvó el antebrazo y lo animó a seguir. Hoy sigue volando.

El 11 de noviembre de 2014. Los diálogos de paz entre el gobierno y las Farc avanzan, sin embargo, en las selvas del país, los fusiles no se callan. En Belén de los Andaquíes (Caquetá), 30 soldados resisten el fuego de la guerrilla. Uno de sus hombres fue herido por una mina antipersona y espera la llegada de un helicóptero para llevarlo al hospital.

En la base, el piloto y capitán Miguel Ángel Malagón Páez despega el Black Hawk con un equipo de siete soldados. Tres de ellos deberán descender por cuerdas, aferrar el herido a una camilla y subirlo. La expedición va escoltada por un ‘cazador’, que es un helicóptero con mayor poder de ataque.

Al llegar al área, entra primero el cazador con ráfagas de ametralladora y se retira cuando cree que ha despejado la zona. Luego lo hace el Black Hawk y una vez reduce su altura recibe descargas de fusil. Cuando la aeronave llega al punto exacto del rescate y se suspende a diez metros de altura, un proyectil se filtra por una ranura del aparato e impacta al capitán Malagón.

No siente dolor. Apenas un relampagueo súbito que le nubla la visión. Al cabo de unos segundos intenta mover el brazo izquierdo para elevar la aeronave y no le responde. “Miro y me doy cuenta de que el antebrazo me estaba colgando de un hilo de carne”. El disparo le había arrancado toda la estructura ósea del codo y parte del radio.

Más tarde, en una clínica cercana, el médico le dice a Malagón que el daño es grave y debe amputar el antebrazo. Los soldados que lo acompañan se oponen. Al notar que su capitán puede mover los dedos de la mano saben que los nervios y parte del sistema vascular siguen funcionando. Así que hay esperanza.

El Ejército traslada a Malagón y a sus fieles soldados al Hospital Militar en Bogotá. El especialista analiza su condición y le dice: “¿Usted quiere volver a volar? Se va a demorar pero lo hará”. Solo hasta ese momento en que los soldados saben que no amputarán a su capitán, se van.

“Ellos me salvaron el brazo”, dice agradecido Malagón, quien hoy tiene el grado de mayor. “Me salvaron la vida”. Ocho cirugías y dos años y medio de fisioterapias después, pasó los exámenes técnicos y pudo volver a pilotar un Black Hawk.

Hoy, el mayor también es investigador de accidentes aéreos en operativos militares. El brazo le quedó con algunas limitaciones, pero nada que le impida llevar su vida normal. “Este es mi trabajo, volar para rescatar compañeros heridos, volar para salvar vidas”.

La energía más poderosa

Esa es la voluntad. Así lo afirma el patrullero Muñoz, quien perdió su pierna izquierda después de una emboscada de las Farc. Estuvo ocho meses en coma. Se recuperó. Hoy camina sin cojear, llega en bicicleta al trabajo y monta a caballo.

Al patrullero Muñoz le falta una pierna, pero nadie lo nota. Vestido con su uniforme de policía camina con naturalidad y una energía inagotable. Sus compañeros lo admiran y se preguntan si hubieran sido capaces de recuperarse igual de bien. “Yo llevo mi vida normal, como si nada hubiera pasado”, dice.

En enero de 2012, el patrullero Luis Carlos Andrés Muñoz cayó emboscado por las Farc, a las afueras de Villavicencio. La comunidad había denunciado un hurto bancario y él y un compañero atendieron la llamada. Era una trampa y los recibieron a tiros de fusil. La moto perdió el equilibrio y los dos rodaron por un barranco. Su compañero murió. A Muñoz le dieron dos tiros en la pierna izquierda y, antes de que lo remataran, pudo contestar el fuego con su fusil de dotación.

Estuvo en una clínica de Villavicencio durante 12 días. Los médicos hacían lo posible por salvar su pierna, pero los proyectiles habían sido envenenados con cianuro. Luego fue trasladado al Hospital Central de la Policía donde le hicieron 20 cirugías de reconstrucción. Una de ellas lo dejó en coma durante ocho meses.

Al despertar, Muñoz notó que la pierna seguía en su sitio. Pero no mucho después tuvieron que amputársela por encima de la rodilla. Desde ese momento, Muñoz se propuso no ser una carga para nadie. Y a escasos tres días de la amputación, ya estaba en fisioterapia.

Apenas se sintió capaz, comenzó a trabajar en las oficinas de la Policía. Y poco después, en abril de 2014, con ayuda del Ministerio de Defensa, entró a estudiar al Sena una tecnología en desarrollo y adaptación de prótesis y órtesis.

Como parte de su aprendizaje elaboró su propia prótesis y se esforzó por manejarla con destreza, para caminar bien, sin cojear. En 2017 se graduó y desde entonces ha trabajado en un programa de atención a discapacitados de la fuerza pública y en terapias de recuperación con animales. “La clave para alguien que ha perdido una extremidad –explica– es aceptar su limitación y luego superarla”.

Muñoz va en bicicleta de su casa al puesto de trabajo. Y en la dirección de carabineros de la Policía entrena equitación. “Montar un caballo ayuda para mejorar el tono muscular del muñón, y para el equilibrio y la estabilidad de una persona que no tenga una pierna”, dice. No pocas veces se ha caído del caballo, pero vuelve a subirse. “No me da miedo y si me toca volver a cargar el fusil y salir a patrullar en zona roja, lo hago”.

En la Policía, además, da charlas de superación personal, de motivación y autoestima. Una de las frases con las que busca abrir la mente de quienes lo escuchan es: “La voluntad es la energía más poderosa del mundo y es la única capaz de transformar a una persona”.

La radio, esa arma

No usa balas, solo su voz y un micrófono. Así, el sargento Yovany Gutiérrez, locutor de la emisora del Ejército, ha logrado que muchos guerrilleros se desmovilicen.

En el año 2000 el sargento Yovany Gutiérrez comenzó su misión detrás del micrófono en Barrancabermeja. En ese entonces era un cabo recién salido de la Escuela de Suboficiales del Ejército y le habían encargado la misión de convertir la emisora de la tropa en un arma eficaz contra el enemigo. Para conseguirlo debía trabajar en tres frentes: primero, ganarse la confianza y el cariño de la ciudadanía; segundo, elevar la moral de los soldados que patrullaban áreas remotas; y tercero, lograr la rendición de la mayor cantidad de alzados en armas.

En los dos primeros frentes avanzó según lo planeado y desde el primer día. Pero sentía que no lograba avances en el último. Hasta que una mañana un chico se le acercó y le contó que sus mensajes radiales, en los que invitaba a los alzados en armas a dejar los fusiles y a recibir los beneficios de la desmovilización, lo habían convencido para desertar. “Cuando este joven exguerrillero me dijo eso, lo entendí. Me dije: ‘Este trabajo sí sirve para ayudar a ganar la guerra’”, recuerda Gutiérrez.

Desde esos días hasta hoy, el sargento ha pasado por varias emisoras del Ejército. Orgulloso, destaca que su labor en Granada (Meta) logró que 77 guerrilleros se desmovilizaran. Un gran logro, Gutiérrez no lucha con balas, su pelea es a través de los sentimientos y las palabras. Sus piezas radiales conmueven e invitan a los oyentes de la guerrilla a dejar el monte para reinsertarse en la sociedad. También emite testimonios de famosos que invitan a entregarse y a construir la paz.

Pero uno de sus más grandes ‘golpes’ fue lograr el desarme de alias Coche Bomba. Con información exacta, recopilada por los agentes de inteligencia, Gutiérrez despertó la incertidumbre del líder guerrillero, quien operaba en los Llanos Orientales. El locutor le decía al micrófono que sabía que su hombre de confianza se había quedado con una parte del dinero recaudado por extorsión, que se iba a escapar con su pareja y que a él lo iba a entregar a la fuerza pública. Como los datos eran exactos –los nombres, los lugares, la cantidad de dinero–, Coche Bomba terminó entregándose. “Me confesó –dice Gutiérrez– que esos mensajes lo hicieron desconfiar hasta de su sombra”.

Ahora el sargento está encargado de la emisora de San José del Guaviare y durante el primer semestre de 2018 ha logrado la entrega de 13 miembros de las disidencias de las Farc. “Hoy, la comunidad ayuda más –explica– porque hay mayor confianza en la fuerza pública. Y eso también ha sido un logro de la radio”.