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| Foto: León Darío Peláez

Conflicto

Embera Katío: desplazados de la selva a la ciudad

134 indígenas embera katío dejaron su resguardo en las selvas de Chocó y ahora viven en un coliseo deportivo en El Tunal. Ellos son la última muestra del drama de los desarraigados en Colombia, el país con el mayor número de desplazados internos del mundo. Crónica en el día mundial del refugiado.

Juliana Duque Patiño
19 de junio de 2008

“Violencia, hambre, miedo por enfrentamientos”. Esa es la respuesta que Alfonso Manukama Arce, gobernador del cabildo indígena Conondo, le ha dado a todo el que le pregunta por qué se desplazó desde Chocó hasta Bogotá. El pasado 28 de mayo, antes de medio día, Manukama llegó a la terminal de Bogotá con su esposa, sus tres hijos y 72 indígenas más. Al día siguiente, llegaron otros 54 embera katío.
 
Es la primera vez en muchos años que Bogotá recibe un éxodo de tales proporciones. Ciento treinta y cuatro personas, entre ellas 91 menores de edad, dejaron sus casas, sus tierras y sus animales en medio de la selva del sur occidente chocoano y viajaron durante dos días a pie y en flota hasta llegar a Bogotá para hacerse visibles ante el resto del país.

Aunque la Policía los reportó desde el primer día que llegaron, tuvieron que pasar dos noches en la terminal antes de que la Personería Distrital les tomara las declaraciones y los trasladara a un albergue en el barrio Santa Fe. Allí comenzaron a llegar los medios de comunicación y la atención humanitaria de emergencia de la Secretaría de Gobierno y la Cruz Roja Colombiana, pero el reducido espacio del lugar dificultó la prestación de los servicios. La Cruz Roja ofreció entonces montar y atender un albergue temporal en el coliseo El Tunal, al sur de la ciudad. El miércoles de la semana pasada fueron trasladados, y desde entonces esperan propuestas y compromisos del gobierno para menguar sus problemas y poder retornar a su tierra.

Los constantes enfrenamientos entre el Ejército y la guerrilla los tienen cercados y les impide el acceso a alimentos. Mientras la guerrilla siembra minas antipersona en el monte que antes les daba parte del sustento, el Ejercito montó campamentos dentro de las cabeceras del resguardo y se abastece del maíz, la yuca, el plátano, las gallinas, los cerdos, y otras verduras, frutas y animales que los indígenas cultivan y cuidan.
 
Desde hace más de dos meses, los actores armados les tienen bloqueada la salida y la entrada de productos. Antes, llevaban sus cosechas hasta Santa Cecilia, el último corregimiento de Risaralda que limita con Chocó. Allí las vendían y compraban otros víveres. Cuando no soportaron más, decidieron movilizarse. En Conondo se quedó el resto del pueblo, 578 indígenas que esperan el regreso de sus parientes con buenas noticias, atención médica, auxilio alimentario y una garantía de paz.

La historia

Manukama y su gente vivían tranquilos en su resguardo. “El frente 34, Aurelio Rodríguez de las Farc, que siempre ha estado por allá, pasaba pero nunca nos hacía nada”, comenta el gobernador. Pero el 19 de diciembre de 2005, cuatro aparatos ruidosos que descendieron de las nubes les anunciaron el fin de su paz. Muchos niños embera nunca habían visto un helicóptero. La bulla y el ventarrón que produjeron los asustó tanto, que algunos huyeron hacia el monte y no regresaron hasta el día siguiente.

Aureliano Arce, uno de los lideres de la comunidad, y David Pitukay, promotor de salud, cuentan que de los helicópteros bajaron decenas de soldados con mucho armamento y requisaron las viviendas a la fuerza, tumbando las puertas a patadas. Tumbaron enseres, techos y arrasaron con las huertas. Buscaban guerrilleros y armas. Hacía unos días las Farc se habían tomado el corregimiento chocoano de Samarino y el Ejército tenía militarizada la zona. No encontraron nada. Media hora después, se fueron.

Pese a los reclamos del gobernador Manukama ante la Defensoría del Pueblo de Pereira, nunca atendieron sus quejas. “Me prometieron que nos reconstruirían las casas, pero nadie fue, ni siquiera a ver cómo habían quedado”.

Un año después, el 12 de marzo de 2006, el Ejército volvió al resguardo. Horas antes, una cuartilla de guerrilleros había hecho estación en la cabecera. Se encontraron de sorpresa mientras los guerrilleros tomaban fresco. Eran las 3 de la tarde y a pleno sol empezaron la balacera que concluyó con siete heridos y un niño muerto.

A partir de ese día no pararon los bombardeos desde los helicópteros. El Ejército montó sus campamentos dentro de la cabecera del resguardo y la guerrilla minó el monte alrededor. Cada tanto los indígenas tenían que correr a resguardarse de las balas que iban y venían entre el monte y el campamento.

El pasado 14 de mayo, el Ejército incrementó el número de hombres en el resguardo. El gobernador Manukama decidió movilizar a su gente después de que la guerrilla retuviera por tres días a un indígena de su pueblo. “Él fue al monte por un racimo de plátanos y lo cogieron los guerrillos. Le preguntaron que si su hermanito estaba en Conondo. Él no entendía. Ellos se referían al Ejército; parece que así le dicen. A los tres días lo dejaron ir, pero le dijeron que ya no respetarían más al pueblo, que combatirían en medio de la gente. Él dejó tirado el racimo de plátanos, del susto, y se devolvió corriendo a contarnos”.

Manukama intentó hablar con el coronel del Ejército que estaba al mando. “Fue imposible” asegura. Según el Gobernador, aquel coronel los acusó de ser colaboradores de la guerrilla: “Si se mueren o les pasa algo, nosotros no respondemos porque ustedes son como guerrillos”, le advirtieron.

La situación es crítica en esa zona del Chocó. Allí los militares combaten contra tres grupos insurgentes, el frente 34 de las Farc, el frente Manuel Hernández “El Boche” del ELN y un grupo disidente del ELN llamado Ejército Revolucionario Guevarista. El coronel Edgar Rocero, quien ha estado a cargo del grupo de desplazados en el coliseo El Tunal, no ve con buenos ojos un posible cese de hostilidades en la zona: “Para que haya tantos grupos combatiendo en el mismo lugar deben estar disputándose cultivos de coca o amapola y eso no lo van a dejar así como así”.

La espera

Los desplazados ya cumplieron tres semanas en Bogotá. Tuvieron una reunión con la Dirección de Asuntos Indígenas del Ministerio del Interior en la cual expusieron sus necesidades. Aureliano, líder comunitario, estuvo presente: “Lo más importante es que nos ayuden a reconstruir nuestras viviendas. Necesitamos atención en salud, porque el puesto de salud más cercano está a tres días de camino. También necesitamos un acueducto, una casa comunal y una escuela, seguridad alimentaría, ya que nos tienen cerrado el monte, y la garantía de que desmilitaricen el resguardo”.

Consuelo Reyes, Directora de Etnias del Ministerio, aseguró que les presentarán la propuesta clara del Plan de Acción que, según ella, el Ministerio viene ejecutando en el resguardo, “Este plan está escrito desde el año pasado, pero solo ahora lo vamos a ejecutar. Básicamente, consiste en atender los temas de salud, educación, alimentación, electrificación y demás. Les explicaremos y definiremos una fecha para retornar”, comentó Reyes, sin profundizar en explicaciones, lo que no dejó claro para nadie es cómo se van a contemplar sus peticiones.

Mientras el Ministerio se hace entender, los indígenas se acostumbran a los zapatos y a las chaquetas que les han donado para soportar el frío de la capital y reciben alimentación, recreación y atención en salud  por cuenta del Icbf, la Alcaldía de Bogotá, la Cruz Roja Colombiana, Acción Social, la Personería Distrital y la colaboración de sectores privados que se han solidarizado. Aunque pocos hablan español, han aprendido a manifestar que no les interesa la ciudad, que lo único que quieren es regresar a su tierra y que a ella regrese la tranquilidad con la que antes cultivaban chontaduro, cacao y engordaban pollos y marranos.