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Entre Mozart y la Chirimía

Desde que la Orquesta Sinfónica Nacional decidió volverse verdaderamente nacional y salir de las salas de concierto para recorrer el país, ya no es la misma

Natalia Carrizosa
2 de febrero de 2006

Hace mucho calor y unos 80 músicos vestidos de guayabera de rayas y pantalón caqui, ya han afinado sus instrumentos. El director de la Orquesta Sinfónica Nacional levanta los brazos para que empiece el concierto. Es el evento del siglo en Quibdó y la Catedral San Francisco de Asís, una imponente iglesia crema, dorado y verde al borde del Atrato, está a reventar. Pero entonces una señora del público interrumpe al maestro. "Perdón, perdón. yo tengo una pregunta", grita. - "Sí,  claro, ni más faltaba", le dice el director Alejandro Posada mientras baja los brazos y se voltea para darle toda la atención que se merece.

Antes de la interrupción el maestro, que contra todo cliché es joven y sonriente, acababa de explicar en tono pedagógico que la orquesta se compone de familias de vientos, maderas, percusión... y había enumerado cada uno de los instrumentos de estos grupos. Pero la señora no entendió una cosa: "¿Por qué no hay guitarras en la orquesta?". Después de que el maestro Posada despeja su duda de la forma más cortés, empieza el concierto.

Las primeras obras son unos valses de Strauss y siguen otras composiciones clásicas que el público, en especial los niños, escuchan con la boca abierta y sonrisas entre absortas e incrédulas. Al final viene la música colombiana y el auditorio se enloquece. Con "Mi Buenaventura", una niña de 10 años que luce un vestido verde menta esponjado de seda arrugada se para en la banca y empieza a bailar como si se tratara de una chirimía.  En "Colombia tierra querida" el resto del público no puede seguir aguantándose las ganas de bailar, cantar y aplaudir y se une a la parranda. Con "chocoanita" olvidan todos los restos de compostura.

Al final del concierto, una fila de varios metros de personas quieren autógrafos del director y fotos con los músicos. Un grupo de jóvenes que no llevaron con qué escribir los autógrafos acuden afanadas a los periodistas y nos rapan las libretas y los esferos. "Que pena, ya se la devuelvo, es sólo una hojita", nos dicen. El director suda a mares. Los trompetistas le dejan coger los instrumentos a los niños. A más de uno se le encoge el corazón cuando un viejito que vino en canoa desde su vereda, les dice que ahora, por fin puede morirse tranquilo.

Así es la relación con el público desde que en agosto de 2003 se creó la nueva Orquesta Sinfónica Nacional con la directiva expresa de sacar la música de los auditorios capitalinos y llegarle a todos los colombianos. La anterior orquesta sinfónica, que enfrentaba problemas administrativos y con el sindicato de músicos, sólo visitó 16 ciudades en 50 años, mientras que la actual ha llegado a 20 departamentos y 44 ciudades en sus dos años de funcionamiento.

Lograrlo no ha sido fácil. Los instrumentos más grandes, como los contrabajos, tienen que mandarse por tierra en sus "sarcófagos", como le dicen a los 6 baúles enormes y destartalados que de otro modo descansan en uno de los tres patios de la casa de la Candelaria, sede de la asociación de música sinfónica. Los violonchelos son muy delicados y grandes para ir como carga en el avión de pasajeros pero muy pequeños para ser equipaje de mano de sus dueños. Por eso a los chelistas toca comprarles dos tiquetes. Un para ellos, y otro para el chelo. Al final de cada gira, cerca del 10 por ciento de los instrumentos se rajan o se dañan por el trajín del viaje y por las condiciones climáticas.

Ser una orquesta sinfónica verdaderamente nacional también implica aguantarse el discurso del político local que quiere aprovechar su presencia para recaudar votos. Los músicos deben dormir hasta siete en un mismo cuarto, bañarse con agua fría, vacunarse contra todas las enfermedades tropicales y hacer muchos sacrificios personales. "Todos van a terminar divorciándose", se burlan de ellos sus colegas de la filarmónica, la orquesta de Bogotá.  Los lugares en donde la orquesta toca (al aire libre en coliseos, iglesias...)  tampoco tienen la mejor acústica. " Pero si no fuera así, sólo podríamos tocar en 5 sitios en todo el país" dice el gerente José Fernando Iragorri.

La nueva orquesta sinfónica no tiene miedo de mostrarse poco glamorosa. Para promocionar las presentaciones gratis el equipo de comunicaciones y mercadeo suele alquilar carros con auto-parlante al llegar a los pueblos, como si se tratara de una venta ambulante de repuestos. El propio Irragorri, un payanés que se define como vendedor nato, se para con las mangas arremangadas a la salida de los conciertos a vender discos y cachuchas. Las ventas del disco 'Viaje musical por Colombia' le merecieron un disco de oro, un caso inédito en la historia de la música sinfónica colombiana.

Cuando le encomendaron la gerencia de la sinfónica, Iragorri trabajaba como banquero de inversión. Tenía la misión de convertir la Orquesta en un ente cultural que se sostuviera y que le llegara a toda la gente. "Yo no sé de música, pero por lo mismo no tengo prejuicios para proponer cosas que a nadie se le han ocurrido porque creen que son imposibles", dice. Su primera idea parecía destinada al fracaso. Quería hacer un concierto gratis, con música sinfónica y música colombiana en el coliseo cubierto de Popayán, su tierra. En el Ministerio de Cultura pensaron que estaba chiflado, era una mezcla explosiva que de ningún modo podía funcionar, le dijeron.

El concierto era a las 12 del día y a las 11 aún no había llegado ni un alma. "Me quería morir", recuerda. Pero poco a poco fue llegando la gente y al final eran 5000 personas que también se abalanzaban sobre los músicos para abrazarlos y darles las gracias, se comportaban como si se tratara de un concierto de Shakira. Los músicos, acostumbrados a la distancia propia del protocolo, lloraban de la emoción. 

Musicalmente, lo que hace la nueva orquesta no le gusta a todo el mundo. El crítico de música clásica Emilio Sanmiguel no aprecia la orquestación de música popular y dice que prefiere oír "Yo me llamo Cumbia" en su versión original. Juan Carlos Garay, comentarista de música popular, coincide en que este tipo de adaptaciones muy fácilmente pueden sonar acartonadas,  como lo que comúnmente se conoce como música de consultorio. "Para que funcione, los arreglos tienen que ser muy originales y los músicos tienen que interpretarlos con mucho sentimiento o el resultado termina perdiendo frente al original".

Sanmiguel fue una de las voces más críticas que se levantaron contra la liquidación de la vieja orquesta sinfónica en su momento. "Lo hice principalmente porque no creía que fueran a crear una nueva orquesta, pero ahora debo reconocer que es un gran logro que hayan creado una que no tiene problemas sindicales", concede. Tanto Sanmiguel como Garay reconocen que lo que hace la orquesta en las regiones no lo deben juzgar ellos y que es más importante lo que piensa la gente común y corriente.

En esta medida, si en Quibdó la gente se enloquece y baila, si en San Andrés se siente reconocida como parte de Colombia, si en Tolú saca pañuelos blancos,  y además, a partir de la experiencia miles de colombianos empiezan a interesarse en la música sinfónica, eso quiere decir que la Orquesta está cumpliendo con su cometido.