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En una loma de Envigado se levanta la iglesia que guarda la virgen de la Purísima Concepción. (Fotos: Carlos Alberto Villa)

CRÓNICA

La virgen de la fertilidad

El 25 de cada mes, casi un centenar de mujeres se reúnen en una pequeña iglesia de Envigado, en Antioquia, para pedirle a la virgen Purísima Concepción que les ayude a quedar embarazadas. , 83115

Cristina Vélez
23 de enero de 2007

Una pequeña iglesia incrustada en una loma de Envigado. Es de noche, y la brisa tibia se mete por las ventanas de hierro. Adentro, resalta el techo en arco pintado de rosa viejo con unos frescos de ángeles que parecen jugar entre nubes.

Son las 7 de la noche y el sacerdote, al fondo, pronuncia el salmo. Sesenta mujeres responden al unísono con sus hombres de gancho. Miran hacia el altar. La virgen está ahí empotrada en una rústica cripta. Ella también las observa con sus ojos grises bien abiertos, que se destacan en medio del rubor de unas mejillas redondas. Los azules mantos de su vestido esconden una figura rolliza fuera de lo común en estas imágenes. La espalda se inclina hacia atrás sosteniendo un peso y sus manos se cruzan sobre el talle ahí donde los pliegues de la túnica se abren mostrando el pequeño y redondo vientre.

La Purísima Concepción está embarazada, como la mayoría de mujeres que el 25 de cada mes suben a esta loma. Llegan de todas partes del país, incluso de Portugal y Trinidad y Tobago. Vienen a agradecerle a la virgen, porque haberles concebido el hijo que esperan después de tantas plegarias. Otras no tienen vientres abultados, cabizbajas rezan para que la llamada madre de Dios les resuelva sus problemas de fertilidad. También hay las que piden por la oportunidad de adoptar un bebé.

Las 60 mujeres llevan ofrendas, teteros, cobijas y pañales y los ponen frente a ella, pero son tantos que cubren casi todo el corredor derecho. Marlene, una fiel, después los recoge y los lleva de regalo a la comuna 13, una de la más pobres de la ciudad. Los labios de todas se mueven al unísono, cantan y pronuncian oraciones que ya saben de memoria, en un templo y ante una virgen hechos para honrar a la vida.

Cuando el sacerdote Óscar, párroco y fundador de esta iglesia, llegó a la loma del “Chocho”, lo que más conocían sus habitantes eran historias de muerte. Esta es una zona semi rural famosa en Medellín porque allí se ocultó Pablo Escobar durante muchos años. Además, kilómetros más arriba fue construida la famosa cárcel de La Catedral. Fue un centro generador de violencia durante los años 90, tan sufridos para la ciudad de Medellín.

Cuentan que los narcos escondían ahí los cuerpos sin vida de sus enemigos, tanto que en un momento las autoridades pusieron letreros que decían “Prohibido tirar cadáveres”. Los asesinos después pasaban el resto de la noche rumbeando en una discoteca también ubicada en esta zona, llamada “Cama Suelta”, construida en aluminio y vidrios polarizados.

Exactamente al frente de la finca del capo, en donde el padre García Herreros fue a buscarlo para convencerlo de que se entregara, fue donde el padre Óscar decidió construir su Iglesia en 2000. “Quería difundir un mensaje de vida. Ese es mi eje de evangelización: Respeto por la vida, responsabilidad con la vida y celebración de la vida”. Fue de casa en casa hasta que unió a los vecinos y recogió algunos recursos. Mandó a hacer una figura de la virgen donde estuviera embarazada (hay muy pocas así en el mundo), para volverla el centro de reunión de familias con deseos de dar vida y valorarla, en un país donde muchos no lo hacen.

El padre empieza el sermón. Pero, Lucía no se levanta como el resto de la audiencia, pues tiene seis meses de embarazo. “Esta virgen me dio el hijo que durante años esperé”, dice esta señora cercana a los 40 sentada en la primera fila. Después de múltiples tratamientos pensó que nunca iba a procrear. Ella visita el templo todas las semanas para pedir por no tener complicaciones en el parto. Apenas regresa a su casa debe guardar cama, por orden médica. “Guardar reposo y rezar mucho, eso es lo que hago”, dice esta mujer que confiesa que hizo todo por el don de la vida, en un país donde hay personas que prefieren destruirla.

Doris está en la segunda fila, ella también lo hizo todo. Aunque ya tiene su recompensa. Desde atrás se ve que está arrullando a un bebé. Tiene cuatro meses y 12 días. Durante 13 años aguantó con resignación el dolor de múltiples tratamientos de fertilidad. Fue paciente los más importantes centros de fertilidad de la ciudad, famosos en América Latina. Viajó a Cali, Bogotá y Armenia. “Gastamos todos los ahorros, seis millones, sólo en médicos”, dice su esposo Pedro que ante la desesperación tomó la decisión de empezar a ir con sus esposa a una iglesia que queda al otro lado de la ciudad, “donde decían que había una virgen milagrosa”.

Sin embargo, después de un año de visitar la imagen, les llegó una mala noticia. Llevaban meses en un tratamiento, pero la médica Verónica Isaza les dijo que el óvulo fertilizado no había madurado suficiente. Era el sexto bebe que nunca iba a nacer. Ya cansado de espermiogramas, clínicas, nervios y esperas, Pedro le dijo a su Doris: “No más. Dejemos esto en manos de Dios”. Se tranquilizaron y a los 10 meses nació Sofía.

Sofia ya tiene compañera de juegos, su prima Daniela nació un mes y cinco días después que ella. “Ella también fue milagro de la virgen, porque la hermana de mi esposa buscó 13 años hasta cuando la llevamos donde la virgen de la Purísima Concepción”, dice Pedro.

Mientras el padre camina entre las bancas discutiendo de manera amigable las enseñanzas de lo que acaba de leer, va y viene, preguntando en voz alta: “¿Cuál es el don más valioso que Dios nos da?” Se voltea uno que otro rostro, de esas que todavía piden por el milagro. Rezan por tener un hijo. Sara cierra los ojos y frunce el ceño como si esto les diera más fuerza a sus plegarias.

Está cansada de las inyecciones en el vientre, del suero y las ecografías intravaginales que siempre la hacen llorar. “Son una tortura, muy dolorosas”, dice. Sus ojos están cerrados y el ceño se ve fruncido de pedir con tanta fuerza un hijo. Ella llegó a esa loma por recomendación de su médico, que también cree en los milagros, sobre todo en el de la vida. “Yo puedo hacer algunas cosas, pero todo depende del de arriba”, le dijo, y ella está dispuesta a esperar muchos años más.

Clara está afuera del templo sentada en una silla rímax, porque adentro ya no hay puesto. Ella no esperó y se decidió por la adopción. Ya fue a la “Casita de Nicolás”, una entidad especializada y pronto le entregarán su primer hijo. Reza para que sea saludable, para que pueda educarlo bien, porque criar, para ella, implica el mismo acto de amor que dar la vida.

El padre llega hasta Clara. Manotea y habla duro y sin micrófono, todos lo miran hipnotizados. Los que están cerca del la altar se voltean totalmente para ver cómo camina hasta el público de la entrada. Su rostro infunde tranquilidad y juventud, sólo tiene 33 años y aunque ya es licenciado en educación y tiene un posgrado, está en séptimo semestre de sicología en la Universidad el CES. Infunde su mensaje recurrente “Ante el descenso de la fecundidad mundial y tanta muerte de Colombia, comprendamos que la vida no es un derecho sino un don. Es una decisión de Dios que debemos tener presente. La vida no nos pertenece”.

Y al fondo en el altar se ve la virgen. Sus ojos miran al vacío, hacia las luces de la montañosa Medellín y parece también estar rezando.