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"Los desplazados lo perdemos todo. Menos la dignidad"

Laura Zapata*
10 de marzo de 2003

Están cansadas de escuchar promesas que no se cumplen.

Las del Estado, que luego de los dolorosos hechos del 2 de mayo de 2002 aseguró inversión social para mitigar el olvido sistemático al que han sido sometidas las comunidades del Atrato chocoano.

Las de los actores armados que dicen pelear una guerra para protegerlas.

Sin embargo, nueve meses después, tres mujeres de Bellavista-Bojayá defienden su derecho a parir la esperanza que les arrebató la grave infracción al DIH por parte de las Farc y las Auc que cobró la vida de 119 civiles.

La respuesta estatal, la guerra y el futuro de la región pasan por el filtro de La India, madre comunitaria desplazada;

Mayito, ayudante de las monjas misioneras, también desplazada;

y Carmen Garzón, hermana Agustina quien por estos días finaliza su labor pastoral en Bellavista, luego de 17 años.

Conversación.


La India: Dicen que recordar es revivir, por eso acordarse de lo que pasó duele mucho, uno quisiera olvidarse de todo... Los combates iniciaron el miércoles 1 de mayo a las 6:00 a.m. Estaba acostada cuando escuché los tiros: 'Mami levantáte que se metió la guerrilla a Vigía', me dijo mi hijo mayor de 20 años. Cogí a mis tres hijos, de 5, 7 y 14 años, y buscamos refugio en la iglesia pensando que era una estructura más fuerte. Ahí paramos toda la noche y los tiros cesaron. Al otro día, como a las 7 a.m. fui a la casa a buscar ropa y encontré unos paramilitares. '¿Puedo pasar?', les pregunté. 'Sí, pero del puente para allá no respondemos', Mi casa era una de las que quedaban justo al pasar el puente hacia Pueblo Nuevo, donde estaba la guerrilla. Saqué lo que pude, bañé a los niños, y me devolví nuevamente a la sacristía. Me acosté en el piso cuando a las 9:00 a.m empezaron los disparos nuevamente. Había unos paracos detrás y alrededor de la iglesia cuidando a sus heridos que tenían en el hospital y por eso teníamos miedo. Cuando la guerrilla los vio desde Pueblo Nuevo instalaron el cilindro y un muchacho les dijo: 'No vayan a lanzarla que hay muchos civiles en la Iglesia'. 'Tranquilo que nosotros sabemos manejar esto y medimos la distancia', le respondieron. A las 10:30 a.m. nos cayó la pipeta. Con la explosión me puse chiquitica, sentí que se me reventaba todo por dentro. Pensé que me moría. Me desvanecí un momento y cuando reaccioné tenía una herida muy profunda en la cabeza y botaba mucha sangre. Todo estaba lleno de humo y sólo se escuchaban quejidos. Empecé a buscar desesperada a mi hijo de cinco años, porque los más grandecitos ya habían corrido a la casa cural.

Mayito: En la casa de las misioneras se recogió mucha de la gente que salió viva de la iglesia. Junto con las monjas y el padre Antún rasgábamos cobijas y sábanas blancas para medio atenderlos y les echábamos agua sal en las heridas.

Hermana Carmen: Como yo soy enfermera, tratábamos de hacer las curaciones que podíamos. Esta casa era, literalmente, un hospital de guerra con todas las paredes untadas de sangre. Había 130 personas, todos agachados porque las balas pasaban por entre las casas. En medio del desespero alguien gritó: 'Salgan de ahí porque van a tirar otra pipeta'. Salimos y adentro quedó una señora que tenía una rodilla destrozada y no podía cargarla nadie porque era muy gorda. Se salvó porque el cilindro cayó detrás de la casa. Recuerdo que con otra monja les dijimos a los paramilitares: 'No disparen más que nos tiran pipetas acá, por favor no sigan combatiendo dentro del pueblo'. Pero no había oídos que escucharan. Ahí es cuando uno se da cuenta que los actores armados desconocen todas las normas humanitarias, que en ese momento no hay ningún DIH que valga. La consigna es 'sálvense quien pueda' y si usted se murió, pues de malas.

La India: La disculpa de ellos es que eso tiene que suceder en una guerra. Y

si se salvó fue de milagro como en mi caso porque cuando logré salir de la Iglesia mi hijo mayor me amarró una camisa en la cabeza y nos fuimos para el monte junto con 22 personas más. Caminamos descalzos porque las chanclas volaron con la explosión. En la ciénaga duramos tres días, sin comer, sin nada que tomar, con el agua hasta el cuello y una zancudera terrible. Ya al tercer día me sentía perdida, no tenía ni alientos de nadar porque me tocó cargar a mi hijo de cinco años en la espalda, y mi hijo mayor con la de siete años en los hombros. Hubo un momento en que me iba a ahogar, pero alcancé a cogerme de una rama en la orilla. Fue cuando escuchamos a las monjas con el megáfono: 'Población civil, somos misioneros, salgan'. Logramos pasar a Vigía e inmediatamente me llevaron al hospital.

Mayito: Cuando cayó la pipeta al lado de la casa de las monjas nos fuimos para mi casa y el padre Antún dijo: 'Hay que hacer algo porque los heridos se nos van a morir acá'. Y decidimos cruzar hacia Vigía pero como el río estaba crecido el pueblo estaba completamente inundado.

Hermana Carmen: Cuando intentamos evacuar los heridos el agua nos daba por la mitad del cuerpo. No sé ni cómo pudimos sacarlos porque había unos que no podían caminar porque tenían las piernas destrozadas. Hubo un señor que murió en la casa, parecía una piltrafa humana, totalmente deshecho. El primer bote que salió para Vigía con heridos era una sola mezcla de agua y sangre.

Mayito: En ese primer grupo iba un compañero al que le tocó zambullirse con la hija de tres añitos para evitar el tiroteo. Hoy en día la niña cada vez que se acuerda dice: 'Mi papá me iba ahogar'. Ese grupo cruzó con la idea de regresar por nosotros pero no pudieron porque esto seguía prendido. Fue cuando el padre dijo: 'Aquí no hay de otra, vamos cruzando que si estos pudieron, nosotros también porque si nos quedamos aquí nos matan a todos'. Y a pegar tablas para medio improvisar una balsa y remar con las manos. Los últimos en cruzar fuimos nosotros. Fue cuando tiraron la pipeta que destruyó las dos casas de al lado de la iglesia.

La India: Entre ellas, la mía.

Mayito: A mi se me salían las lágrimas. Uno miraba para atrás y veía semejante desastre, lo único que pensaba era: 'Acabaron a Bellavista'.

La India: Yo ni alcancé a mirar cómo había quedado la casa porque desde que me tiré para el monte y salí, me fui directamente para Quibdó y sólo regresé al pueblo el 1 de septiembre en el retorno colectivo. Fue muy doloroso volver. Sentí mucha nostalgia porque me di cuenta que mi casa la habían derribado con una pipeta y perdí todo.

Hermana Carmen: Una vez en Vigía reubicamos la gente en casas de familiares y conocidos, y comenzó el desplazamiento hacia Quibdó.

La India: Como yo estaba grave, fui una de las que salió en la primera panga de la Diócesis hacia Quibdó. Allá estuve hospitalizada cinco días porque se me infectó la herida de la cabeza, en la ciénaga los zancudos me picaron y me cayó gusano en la herida. La cara era una sola hinchazón.

Hermana Carmen: Pero hubo muchos que no quería desplazarse sino volver a Bellavista. Es que la gente, aún en medio del dolor, sigue siendo muy valiente. Como a la semana un grupo me dijo: 'Hermana, devolvámonos a limpiar el pueblo'. 'Ay, mi gente, yo no tengo ganas de regresar a esa casa, está horrible porque hasta hace poco sacaron los muertos', les dije. ' Tranquila que nosotros le ayudamos a limpiar'. Venir aquí era como entrar a un pueblo fantasma convertido en morgue porque como los cuerpos duraron seis días sin recoger ya estaban pudriéndose y el olor era insoportable. Fue gracias a don Domingo quien, junto con otras personas, logró sacar hasta el último muerto de la Iglesia y de las demás casas y enterrarlos en la fosa común, sin mascarilla, escarbando entre los escombros.

La India: Por eso fue que más o menos se hizo el conteo de las víctimas.

Hermana Carmen: Cuando don Domingo llegó a Vigía traía un olor tan fétido que nos tocó bañarlo con detergente. Finalmente acordamos cruzar el río con la gente el 9 de mayo, día en que llegaba el presidente Pastrana a Vigía. Ya en la tarde al ver que nadie se movía, les dije: '¿Qué pasó?, vamos'. Y me dijeron: 'No hermana, qué vamos a ir si allá están los paramilitares saqueando todas las casas'.

Mayito: Es que los paracos que aún quedaban en Bellavista salieron el día en que llegó el presidente Pastrana a Vigía. Cogieron por los caños hacia la ciénaga, vestidos de civil con la misma ropa que le habían robado a la gente y dejaron los uniformes que decían 'Bloque Elmer Cárdenas' en las canecas de basura. Hicieron un campamento y se estuvieron ahí durante todo el tiempo que la gente estuvo desplazada.

Hermana Carmen: Cuando por fin cruzamos a Bellavista, el espectáculo fue terrible: la casa de nosotras era un tapiz de gusanos. Comenzamos a limpiar cuando llegó un paramilitar joven, de civil, y nos dijo: 'Somos de las autodefensas, sabemos que ustedes están muy sentidos con nosotros por lo que pasó pero queremos que nos presten un bote y un motor para entrar comida al caño'. 'Aquí no se prestan motores', les contestamos, y, con ese susto, nos salimos. Fue cuando la gente comenzó a ver a los paramilitares caminando tranquilos por el pueblo: 'Mire, ese tiene mi blusa', decía alguien; 'Ay, ese tiene mis tenis', decía otra persona.

Mayito: Luego de eso, el río era un desfile de pangas con desplazados hacia Quibdó. Era tanta la gente que salía desde Vigía que no se podían contar.

Hermana Carmen: En Quibdó la gente recibió de la Red de Solidaridad Social la ayuda de emergencia que duró tres meses.

La India: Pero eso era desesperante porque a los desplazados nos atendían de últimos. Para recibir los mercados nos tocaba hacer unas filas inmensas con esos soles tan terribles, y sentíamos que le estorbábamos a todos porque hasta los celadores nos trataban mal. Y cada mes era lo mismo para recibir fríjoles, arroz, lentejas, aceite y panela. Nos hacían ir hasta Minercol a buscar los mercados, y había personas que vivían muy lejos y tenían que venirse a pie porque no tenían con qué coger un bus. Además ese mercado realmente le alcanzaba a uno para 15 días, y eso que yo llegué a casa de familiares entonces ponía el arroz y el aceite, y el dueño de la casa, la cebolla y el caldo Maggi.

Mayito: Pero había personas que en realidad no tenían dónde llegar. Se quedaron en un albergue y cocinaban en ollas comunitarias y les tocaba comerse eso así. Era lo que la gente reclamaba: que uno no estaba enseñado a eso porque, aunque pobremente, comía su comida pero bien preparada. Y esa situación no fue culpa de uno, porque por gusto uno no se desplaza a pasar trabajo. Deberían tratar a la gente con más humanidad porque muchas veces los señores del gobierno no entienden lo que se siente como desplazado.

La India: Es que a uno lo humillan mucho. Incluso decían que agradeciéramos que nos estaban dando al menos la libra de arroz.

Mayito: Yo discutí muy fuerte con una persona de la Red porque yo no llegué en los botes de los desplazados para ser registrados, sino que llegué al puerto de la Diócesis con el equipo misionero. Y cuando fui a registrarme una persona me preguntó: '¿Por qué está sin registrar si llegó desplazada de Bellavista?'. 'Porque yo llegué con las misioneras y el puerto es por otro lado', le contesté. Me dijo que no podía registrarme, que tenía que ir a dar una declaración a la estación, y uno con ese dolor y esa angustia qué se va a poner a voltear. Le dije: 'Mire, si me quiere creer, hágalo, pero no voy a hacer esas vueltas. Yo aquí no estoy porque quiero'.

La India: Además cuando los de la Red veían a una persona que más o menos estaba arregladita, no le creían que era desplazada. Entonces uno tenía que ir arrastrado y zarrapastroso para que le creyeran.

Mayito: A mí fue una a la que me dijeron: '¿Pero usted no parece desplazada?' Y fue cuando me dio mucha rabia y les dije: 'Nosotros perdimos casa, perdimos nuestras familias y amigos, perdimos nuestro terreno, pero la dignidad no la hemos perdido. Y ustedes no nos están regalando las cosas: ustedes tienen un deber de atendernos a nosotros. Y por el hecho de estar desplazados no vamos a venir de cualquier forma a mendigarles, sin zapatos y sucios para que nos crean'.

Hermana Carmen: Cuando finalmente pudimos organizar el retorno colectivo el 1 de septiembre, ya no hubo más ayuda. Algunas familias recibieron unos pollos y semillas. Eso incluso generó división entre la comunidad porque a unos les dieron y a otros no, y la gente disgustada porque la cosa era para todos o para nadie.

La India: La Red decía que esas cosas eran sólo para los resistentes, pero nosotros les alegábamos que aquí nadie fue resistente, sólo las casas que fue lo único que quedó. Porque el que no se fue para Quibdó, se fue para Vigía, o para Puerto Conto, y de todas maneras fue un desplazamiento.

Hermana Carmen: De todas formas las semillas que trajeron se dañaron porque no eran de la región. Ese es otro problema: meter cosas por meter. A la gente se le debe dar semillas nativas para garantizar que los cultivos sean productivos. Igual pasó con los pollos: yo no sé qué manía tienen de traer unas gallinas rojas a las que les recortan el pico para que no coman determinadas cosas y obligan a las personas a sostenerlas con una comida especial.

La India: Y la gente, que no tiene ni para comer ella misma, le toca bregar a buscar comida para la gallina. La mayoría de esos animales se murieron. En Quibdó la Red nos dijo que después del retorno iba a asumir la responsabilidad de darnos mercados por tres meses más. Y hasta la fecha, nada. Lo que recibimos es gracias a la Diócesis que siempre nos ha colaborado.

Hermana Carmen: En julio del año pasado el gobierno aprobó $2.500 millones para la reconstrucción de la iglesia, la alcaldía, el puesto de salud, la escuela y una placa polideportiva. Y nada de eso se ha invertido. Por ejemplo, la Iglesia la tuvo que reconstruir la Diócesis porque nos cansamos de esperar y para la gente era muy duro verla destruida. Y el arreglo de la escuela fue un convenio con Caracol y aquí estamos esperando todavía, no se han podido iniciar las clases.

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