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Joseph Conrad

Los duelistas

Alfonso Carvajal
18 de abril de 2007

Los duelistas, corta novela de Joseph Conrad, aunque emula una trampa del azar, expresa en toda su dimensión el carácter dogmático del espíritu militar, donde el concepto de dignidad raya a veces con la intransigencia y la sin razón.

Dos tenientes franceses de distinto regimiento y carácter, pertenecientes al imperio napoleónico, por cómicas circunstancias terminan en un absurdo duelo que cambia sus vidas. El teniente Feraud, hiere en un duelo a un noble de la aristocracia francesa; un superior, que tiene vínculos con el padre de la víctima, ordena al teniente D’Hubert que lo lleve a la guarnición para recriminarlo. Éste, hombre testarudo y ramplón, se niega y reta a D’Hubert. Salen al jardín, desnudan sus espadas y se entregan a la fiereza de sus instintos, mientras una bella criada y un jardinero sordomudo, ofician de testigos. Feraud sale herido en un brazo y golpeado moralmente. En los cuarteles corre el rumor de que una mujer es la causa del duelo, pero ellos prefieren callar el origen del incidente e iniciar un combate íntimo, hasta que uno de los dos, desaparezca de la faz de la tierra.
El duelo se repite una y otra vez, durante 16 años, cuando son capitanes, mayores y en el ocaso de su carrera militar en el grado de generales. Unas veces, gana Feraud, otras D’Hubert. En una ocasión quedan casi muertos en el campo de batalla: los testigos recogen un par de cuerpos mancillados y sangrientos, que nuevamente sanos, volverán a la locura de sus andanzas. Otra vez, luchan contra un enemigo común en Prusia y en un invierno perverso emprenden la retirada desde Moscú envueltos “en un mar de desastres y miserias”.

D’Hubert se entera que una comisión de acusaciones va a ejecutar a Feraud, e intercede en el anonimato por él. D’Hubert es un general de 40 años, ducho con las armas, pero vulnerable en cuestiones del corazón. Empujado por su hermana se enamora de Adèle. Dos días antes de la boda reaparece el general Feraud. D’Hubert lo derrota y le perdona la vida. Al regresar a casa, encuentra a Adèle destrozada por las lágrimas, porque ha temido una desgracia. D’Hubert, en su mente vertical, siente por primera vez los resplandores del amor.

De final romántico, sorprende de este divertimiento de Conrad, la sabiduría literaria para contar una guerra personal, que evidencia con dramatismo e ironía, la rígida ética de unos hombres que hallan la gloria en matar al adversario, y cuya vida, oscila en una decepcionante discreción.