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Reservas urbanas y gestión territorial, fragmentadas

Con la evolución de las campañas para consolidar una propuesta de gestión de un territorio que hoy está declarado como la Reserva Forestal Productora Tomás van der Hammen, ya hay muchos aprendizajes para considerar y quiero cerrar el año intentando una síntesis de ellos.

Brigitte Baptiste, Brigitte Baptiste
20 de diciembre de 2016

Con la evolución de las campañas (ya que no hay dialogo de ningún tipo) para consolidar una propuesta de gestión de un territorio que hoy está declarado como la Reserva Forestal Productora Tomás van der Hammen, ya hay muchos aprendizajes para considerar y quiero cerrar el año intentando una síntesis de ellos. Perdonarán el centralismo del ejemplo, pero aplica en muchos otros casos, con seguridad.

En primer lugar, resalta el carácter procesual de las decisiones, más a tono con el espíritu de la Ley de Ordenamiento Territorial, la única que reconoce ciclos de 12 años en la gestión ambiental, al menos un poco más largos que los electorales. Entre la conservación épica y “a perpetuidad” de las áreas protegidas nacionales y regionales, es aún refrescante tener la oportunidad de ejercer la planeación con un mínimo de perspectivas de estabilidad ecosistémica en tiempos más humanos y en medio de la locura de los permisos ambientales y los intereses que día a día requiere el funcionamiento de una ciudad. Eso permite y obliga a la sociedad a consolidar proyectos de uso del suelo donde tanto el ejecutivo como el legislativo y la sociedad civil tienen muchas oportunidades de construir consensos. Grave sería que cada mandatario, con tono regio, dispusiera los ciclos biológicos del territorio.

En segundo lugar, impresiona el uso de las redes sociales para difundir y promover agendas de opinión, documentos o discursos incluso en 140 caracteres. Hay tanto cosas buenas como información amañada, descaradamente postulada como “objetiva” y otra muy controversial. De esta tendencia creciente que acoge otros casos como la eventual desviación del Arroyo Bruno, la navegabilidad del Magdalena o de licenciamiento petrolero, puede emerger consolidada una mejor democracia digital, aunque por ahora predominan pocas voces y un abstencionismo aún más amplio que el de las urnas.

En tercer lugar, preocupa la confusión del lugar de las ciencias en estas decisiones. Abundan conceptos, expertos, comunicaciones, estadísticas o mapas, la mayoría de ellos sin contexto, diligentemente interpretados en la dirección de los interesados, groseramente maltratados por los impacientes. Se demuestra que las redes sociales no sirven para entender lo que sucede, solo para identificar las tendencias del debate (que no es poco).

Finalmente, sobresale el mal uso político de la normatividad contradictoria, de las limitaciones de la ciencia y de los escasos modales de todos, cosas que van medrando como gorgojo en las posibilidades de una planificación que le dé estabilidad al territorio y lo salve de caer en manos de un solo grupo de intereses, sea el especulador del capital urbanizador o el otro, el especulativo del que pronostica el fin del mundo con cada intervención. La legitimidad democrática de las decisiones es hoy el pantano más grande donde naufragan las opciones de sostenibilidad…

Todo roto. Esa es la imagen que queda de esta y otras historias similares, donde no hay articulación entre instituciones, no hay diálogo entre actores, no hay perspectivas colectivas derivadas del buen ejercicio de la política o de las comunicaciones, es decir, de la expresión de la voluntad de las mayorías. Rupturas y fragmentaciones que van destruyendo personas, proyectos, capitales, afectos, esperanzas y por supuesto, la mínima estabilidad e integridad ecológica que se requiere en cualquier perspectiva de desarrollo. Las únicas salidas, más y mejor política, más y mejor participación, más y mejor ciencia, mi pedido a los tres magos de oriente. Felices fiestas del solsticio y la renovación.

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