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Buenos contra malos

Hemos entrado en una onda de absolutismo moral que nos coloca en el bando de los “buenos” frente a quienes militan en la causa opuesta. Solo que esos que percibimos como “malos” creen que la realidad es la contraria.

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
28 de marzo de 2019

La paradoja consiste en que las Farc, mientras estuvieron empeñadas en derrocar el sistema político, fueron un factor de aglutinación para la mayor parte de las fuerzas políticas, pero han pasado a convertirse en el elemento que nos divide, justamente ahora que, en proporción mayoritaria, se han desmovilizado.  Pese a tantos esfuerzos para lograr respaldo popular al Acuerdo del Teatro Colón, este sigue siendo precario. Extraña situación si se advierte que todos los presidentes, desde Betancur hasta Santos, intentaron negociar con esa guerrilla, objetivo que solo este último logró culminar con parcial éxito. Abundan las razones para explicar este resultado.

Para la gran mayoría, las Farc no eran campeones de la justicia social, sino “bandidos y terroristas”, así denominados en el gobierno de Uribe. No faltaban motivos para acomodarles esos epítetos: habían aprovechado la zona de despeje que, con generosidad, Andrés Pastrana les concedió, para fortalecerse militarmente; estaban sumidos en negocios ilícitos; y abusaban de manera sistemática de la población civil en sus áreas de influencia.

Los rotundos éxitos militares contra la guerrilla, tales como haber eliminado su capacidad de iniciativa y dado de baja a dos de sus principales dirigentes, explican, de un lado, la decisión de Santos de abrir negociaciones para poner fin al conflicto, aunque, del otro, la resistencia de buena parte de la población frente a un acuerdo que fue discutido en condiciones cercanas a la simetría. Haber convenido con la antigua guerrilla la estrategia de desarrollo rural, y un sistema de justicia no previsto en la Carta para juzgar tanto a los guerrilleros como a los funcionarios del Estado, sigue generando resistencia en muchos sectores de la Nación.    

La determinación de establecer un mecanismo de refrendación popular para el acuerdo salió mal por los motivos que fuere. Con el Plebiscito de octubre de 2016 comienza la polarización que, por desgracia, no ha cedido. Santos y de la Calle sostienen, a mi juicio con razón, que la renegociación del Acuerdo recogida en el texto del Teatro Colón fue suficientemente profunda como para que fuere justificable la refrendación alternativa por la vía del Congreso. Sin embargo, es vasto el rechazo a ese curso de acción. De todos modos, no me parece justo denominar al Expresidente como “traidor”. Gobernar es algo bastante más complejo que seguir un libreto de campaña.

Las vallas publicitarias en pro y en contra de la JEP que comienzan a aparecer; la formulación de objeciones a la ley estatutaria que la regula; las intervenciones en política de su presidenta, que, además de  desbordar el marco de sus competencias, poco ayudan a generar credibilidad para una institución que mucho la necesita; los actos de corrupción de que han sido sindicados funcionarios de la jurisdicción especial; los anuncios de convocatorias a constituyentes, que amenazan toda la arquitectura estipulada en la Habana; los respaldos al Acuerdo Final, mediante una nueva e ilegal “séptima papeleta” en las elecciones de octubre, entre otros, son eventos que pueden generar graves tensiones.

Las manifestaciones que leo en los medios de dos ilustres juristas, que siempre se han destacado por su ecuanimidad y buen juicio, me dejan anonadado. Uno de ellos amenaza con el Código Penal a los parlamentarios que voten a favor las objeciones contra la ley estatutaria; la misma agresiva advertencia hace de modo implícito contra el presidente que es responsable de haberlas formulado. Supone ese colega que postular o votar las objeciones implica la intención de violar la ley penal, una postura inadmisible por tratarse de una materia en la que caben distintas opiniones. Según el otro, si las objeciones prosperan, la ley no podría regresar a la Corte para que esta juzgue la consistencia del texto enmendado con la sentencia que decidió sobre la ley estatutaria, y sobre el trámite legislativo que en la actualidad se cumple. Pasa por alto que ya la Corte dispuso que así suceda. No logro entender esas posiciones sino como resultado de sus militancias partidistas.

Este clima de agudos antagonismos podría desembocar (espero equivocarme) en actos de violencia contra líderes de uno u otro bando.

En medio del fuego cruzado es difícil que sea escuchada la voz de un ciudadano que intenta ser ecuánime. No obstante digo: (I) Puede que ni el proceso ni el Acuerdo con las Farc hayan sido óptimos, pero se cumplió el propósito de desmovilizar a buena parte de sus integrantes y la conversión de aquella en un partido político legal; (II) Pretender que los dirigentes de la antigua guerrilla sirvan dilatadas penas de prisión habría hecho imposible el Acuerdo; recuérdese que no la habíamos logrado colocar en la situación extrema de rendición o exterminio; (III) Deshacer la JEP o, en general, introducir cambios sustanciales a lo ya estipulado implica una reforma constitucional que, en principio, no se podría adelantar sino mediante una asamblea constituyente difícil de implementar y de imprevisibles resultados; (IV) Como el narcotrafico estuvo, en muchas ocasiones, vinculado a los delitos de rebelión y asonada, no permitir su conexidad con ellos quizás habría frustrado el Acuerdo. Por razones como estas creo que es mejor doblar la página y seguir adelante. De lo contrario, Duque podría ver seriamente menoscabados los espacios que requiere para adelantar reformas urgentes: laboral, pensional, salud y regalías, entre otras.

En circunstancias de extrema polaridad las sociedades a veces encuentran líderes idóneos para resolver sus conflictos internos. España, por ejemplo, logró superar, durante la denominada época de la “Transición”, las heridas de la guerra civil (1936-39) y la dictadura franquista. La Carta de 1978 recogió un nuevo pacto social del que fueron artífices el Rey Juan Carlos y el Primer Ministro Adolfo Suárez. Laureano Gómez y Alberto Lleras, que habían sido enemigos irreconciliables, al crear el “Frente Nacional” en 1957 sacaron a Colombia de un fatídico ciclo de violencia partidista. Oigan quienes deban oír.     

Briznas poéticas. Omar Jayam, escribe hace un milenio: “Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana, procura ser dichoso hoy. Toma un jarro de vino, ve a sentarte al claro de Luna, y bebe, pensando que tal vez mañana la luna en vano te busque”