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La circunvalar está concebida desde su contrucción como una trampa mortal para peatones

Antonio Caballero
24 de noviembre de 2007

Bogotá es una ciudad terrible para sus habitantes. El tráfico, la inseguridad, la contaminación, los aguaceros. Y sobre todo, maldición de maldiciones, las autoridades distritales, que a brazo partido luchan por hacerla por completo invivible. Se nota que quieren que todos los bogotanos emigremos para quedarse ellas con todo.

Me dicta esta reflexión un volante informativo del Instituto de Desarrollo Urbano (IDU), que anuncia que va a suprimir todos los pasos peatonales de la Avenida Circunvalar.

La Circunvalar, como todos los peatones bogotanos sabemos, es una barrera prácticamente infranqueable que separa a cuchillo los empinados barrios de los cerros (en buena parte ilegales, tanto los de los ricos como los de los pobres) del resto de la ciudad. Atravesarla es una hazaña heroica. Por ella corren miles de automóviles a velocidades vertiginosas, salvo cuando la maldición del trancón (otra más) los convierte en una masa inmóvil, recalentada y compacta, surcada por motos como rayos. Es más fácil cruzar a nado el Yang Tsé, o salvar el abismo del Cañón del Colorado en equilibrio sobre una cuerda floja, que atravesar a pie esa avenida infernal. A lo largo de casi cien cuadras no hay sino un par de semáforos (es una "vía rápida") y un solo puente peatonal, que queda en la única parte del trayecto todavía no habitada ni por arriba ni por abajo. Pero tampoco es fácil acceder a esos semáforos, o a ese puente, porque recorrer andando la Circunvalar a lo largo es también casi suicida. Las aceras son estrechísimas en los pocos tramos en que las hay, tal vez para que sea más fácil para los automovilistas untar a los peatones contra los muros de hormigón. La Avenida Circunvalar está concebida desde su construcción (en tiempos de Pastrana padre, cuando se llamaba Avenida de los Cerros y la llamaban de los Serruchos) como una trampa mortal para peatones.

Y sin embargo son muchos miles las personas que necesitan a diario atravesarla y no tienen carro (ni cuerda floja de equilibrista). Los niños de los barrios pobres sin carro con chofer, los choferes de los barrios ricos cuando suben andando a su trabajo, los estudiantes de las universidades (hay varias del lado de arriba, inaccesibles), las muchachas de servicio, los jardineros, los guardaespaldas. Para esa gente había empinadísimas escaleras. Sin iluminación desde que cae la noche, que suelen (aunque no siempre) desembocar en la avenida frente a un paso para peatones, no señalizado pero practicable, a veces abierto, a veces cerrado sólo con un tubo metálico relativamente fácil de saltar. Esos pasos peatonales, que no son muchos y están separados uno de otro por varios kilómetros, son los que el IDU anuncia con orgullo que piensa cerrar. ¿Por qué? Porque les causan molestias a los automovilistas. Explica el Instituto:

"Todos los pasos peatonales que les quitaban continuidad a las defensas (Defensas Viales Metálicas a Monto Agotable es su enigmático nombre técnico) serán suspendidos definitivamente con el fin de garantizar mayor seguridad a la estructura y por ende a la vía".

Me parece que no hay derecho.

Me dirán que hay temas más importantes que tratar. El canje humanitario. Las payasada narcisistas de Uribe, de Chávez, de Sarkozy, de Piedad Córdoba, de 'Raúl Reyes'. Creo sin embargo que en esas payasadas de las autoridades nacionales e internacionales carece de todo peso la opinión de un columnista de prensa o su protesta. Y en cambio en las payasadas de escala municipal, como son las del IDU, sí puede tener alguno. Creo que el derecho a la protesta, el derecho al pataleo, debe ejercerse tanto en lo grande como en lo pequeño, y estoy convencido de que el hecho de dejar pasar las arbitrariedades de las autoridades municipales, las alcaldadas, como se han llamado siempre, contribuye a que las autoridades más altas se sientan con alas para hacer ellas sus propias alcaldadas de mayor calado. Así, el IDU y sus secuaces están haciendo invivible la ciudad, del mismo modo y con las mismas consecuencias que en otro tiempo las autoridades nacionales se dedicaron a "hacer invivible la República". Todavía no hemos podido salir del torbellino de violencia que se desató entonces.

Pero soy pesimista. Quedo a la espera del próximo volante informativo del IDU, con el descarado rótulo de "Bogotá sin indiferencia", en el que se comunique a la ciudadanía que será demolido el puente peatonal (para que los peatones no les tiren piedra a los carros) y serán suprimidos los semáforos (para que no les pidan limosna a los automovilistas.)

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