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Un karma llamado Uribe

Sus intentos por justificar los falsos positivos cada vez que puede reflejan de manera cruda la incapacidad que tiene Uribe de sentir el dolor del otro.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
28 de abril de 2018

El trino del expresidente, en el que festeja el asesinato del testigo que iba a atestiguar contra él en el proceso que la CSJ le acaba de abrir por manipulación de testigos, es mucho más que un simple “error”, como tímidamente lo calificó Pacho Santos, uno de los pocos uribistas que se atrevió a desmarcarse de su jefe.

Los errores se cometen involuntariamente y ni siquiera el expresidente –quien ahora intenta decir que no dijo lo que dijo–, ha dicho que se equivocó, sino que lo malinterpretaron de manera maliciosa sus feroces opositores. No, el trino de Uribe no es solo un error, sino un síntoma de una patología social que ha servido de caldo de cultivo para el surgimiento de un liderazgo como el de Álvaro Uribe: un político desafiante, estigmatizador, que ejerce el poder sin reconocer fronteras y que además tiene la facultad de ser insensible al dolor de los demás.

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Uribe ha demostrado ser incapaz de ponerse en los zapatos del otro, y esa frialdad ante el dolor le permite justificar la violencia sin ningún reato ético y con una facilidad que aterra a todos los que no somos de esa secta. Por eso habla de “buenos muertos”, sin que se le quiebre la voz, ni le tiemble la mano.
No es la primera vez que el expresidente Uribe justifica la violencia o la banaliza para proteger sus intereses. Siendo presidente, ya enfrentado a la CSJ porque había puesto tras las rejas a cerca de 60 congresistas, en su mayoría uribistas, entre los cuales se encontraba su familiar Mario Uribe, por cuenta de sus vínculos con los paramilitares, le pidió a su bancada apoyo para su agenda legislativa con una frase que banalizó la violencia paramilitar y desafió a la Justicia: “Les voy a pedir a todos los congresistas que mientras no estén en la cárcel, voten”, les dijo con una tranquilidad supina sin ningún remordimiento por las miles de víctimas que fueron asesinadas.

Sus intentos por justificar los falsos positivos cada vez que puede reflejan de manera cruda la incapacidad que tiene Uribe de sentir el dolor del otro. Cuando las madres de Soacha denunciaron con las lágrimas en sus ojos que sus hijos habían sido asesinados por unidades militares haciéndolos pasar por guerrilleros muertos en combate, Uribe presidente salió a justificar sus muertes con el atroz argumento de que esos muchachos se merecían su suerte porque eran unos malandrines que habían llegado a esos lugares no propiamente a recoger café.

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Ya de expresidente, se atrevió a lanzar un trino en el que volvió a justificar esos asesinatos diciendo que las madres de Soacha en una reunión le habían expresado que sus hijos estaban infortunadamente involucrados en actividades ilegales. Ese trino produjo la reacción inmediata de las madres de Soacha, quienes lo demandaron por injuria y calumnia. Uribe se retractó, pero su perdón no fue convincente porque lo hizo con la misma insensibilidad con que hace todas sus retractaciones: a medias y a regañadientes, obligado por la justicia sin que sus palabras mostraran ninguna señal de arrepentimiento. Uribe le ha dado a entender al país más de una vez que los jóvenes asesinados por las unidades militares en su gobierno también son “buenos muertos” porque eran la escoria de la sociedad. Esa es la calidad de liderazgo que le ofrece al país el expresidente Uribe.

Los expertos en psicopatía política hablan de tres tipos de patologías sociales: las personas que se integran a la sociedad y se someten a las normas; las que viven toda su vida en su mundo propio –que son los psicóticos–; y los psicópatas, aquellos que se integran siempre a medias a la normativa social, que caminan con un pie sobre los códigos mientras que con el otro los transgreden. Es decir, dice el politólogo y filósofo Marcelo Colussi, “Son personas que viven sin sentido de culpa, viendo en el otro solo un instrumento útil para sus propios intereses”.

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Uribe representa ese país mezquino, que solo vela por sus intereses, que solo se preocupa por su propiedad, que no tiene sentido de comunidad, que no siente empatía por el otro y que no tiene remordimientos a la hora de justificar actos violentos.

Es hora de que ese país que sí siente el dolor de una guerra que el expresidente no quiere terminar, que sí es sensible a la tragedia, que sí es capaz de ponerse en los zapatos del que piensa distinto, se haga sentir y confronte este liderazgo tan negativo que nos quiere imponer Uribe; un liderazgo que tiene por misión dividirnos e incentivar el odio entre nosotros. ¡Despertemos!

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